Nació
en el Hierro, una de las siete islas canarias. Su madre le llamó Airam por si
podía tomar toda la fuerza, el coraje, el ánimo de un olvidado guerrero guanche
y así equilibrar lo flojo que resultó ser su padre a la hora de trabajar.
De
niño, prometía, pero se echó a perder en el camino y en vez de trabajar los
campos de sol a sol iba de un pueblo a otro imitando a los juglares de épocas
pasadas y cobrando la voluntad.
La
pobre mujer cayó en una depresión. Toda su vida afanándose, con unos deseos de
superación increíbles y se encontraba en su vejez trabajando sin parar para
mantener a los dos hombres de la casa. A Dios rogaba por su hijo, el padre no
tenía remedio.
Y
un día, las tornas cambiaron…
En
verdad, si soy sincero, no tenía pensamientos de matarme a trabajar, pero en
honor a mi madre, que la había visto llorar noche tras noche mientras lavaba y
planchaba ropa ajena, decidí escribir mis andanzas y enviarlas a una revista de
viajes. Como la fortuna me persigue, los relatos fueron un éxito, se vendían
como la espuma. Varias editoriales comenzaron a acosarme y elegí a la que mejor
pagaba. Tras una lluvia de premios fue imposible salir a la calle sin escolta.
Mi fama superaba todo lo imaginable y mi cuenta corriente engordaba cada día.
Mi
madre dejó de llorar. El orgullo se le salía por los ojos. Así que en mi fuero
interno comprendí que era impensable dejar de trabajar al menos hasta que la
pobre muriese. No iba a ser yo, su único hijo, el que le diera tamaño disgusto.
Mi padre, en cambio, que nunca sintió aprecio por mí, ni antes ni ahora, hace
su agosto cobrando a mis espaldas por cada dedicatoria que solicitan mis fans.
© Marieta Alonso
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