lunes, 14 de abril de 2025

Paula de Vera: Vuelta a la normalidad (Post “One Piece Z”)

 



 

Aquella noche, la quietud de la noche envolvía el Sunny como una manta. Nada más salir de la bañera, el sonido del agua al caer de su cuerpo al suelo tras salir de la bañera invadió a Nami de una calma que llevaba tiempo esperando, más aún desde su regreso físico a la normalidad. Al mirarse en el espejo, la joven no pudo evitar sonreír levemente al notar lo familiar de su reflejo: el cuerpo elegante, de vuelta y en perfectas condiciones, con cada curva en su sitio. Aunque la impotencia de ese retorno físico a la infancia en los últimos días aún estaba presente, había algo en su interior que le decía que por fin podría respirar tranquila... Al menos, por unos días.

El silencio del barco la acompañó mientras salía del aseo y se dirigía hacia la silenciosa cubierta. Sus compañeros dormían, en su mayoría, y el mar estaba en calma. La luna se reflejaba a intervalos sobre las pocas olas que acompañaban su estela, y la enorme vela mayor crujía y gemía apenas ante el empuje del viento, llevándolos siempre hacia delante en su aventura.

A pesar de estar agotada, los pensamientos de Nami bullían sin cesar, girando en torno a todo lo que había pasado en los últimos días: la derrota de Z, el haber desbaratado sus planes para cubrir el mundo de lava volcánica... Había sido una batalla ardua, en la que finalmente habían escapado de la Marina por los pelos y gracias a su peor enemigo en ese momento. En particular, Nami seguía un poco enfadada con Luffy por haber rescatado a Z, sobre todo después de saber que era un asesino de piratas peor que cualquier marine… Pero, al final, todos estaban bien. Y ahora, Nami se sentía más fuerte y más ella misma que nunca en los últimos dos años.

Al llegar a la cubierta, su mirada recorrió el barco vacío como por costumbre. Al menos, hasta que una figura solitaria en la zona central llamó su atención y le hizo dar un respingo involuntario.

Zoro.

No le sorprendió verlo allí a esas horas, aunque quizá si se extrañó de verlo despierto y alerta, encarando el mar. Estaba apoyado en la baranda, con una taza de té en las manos, mirando el mar, inmóvil y alerta, pero con esa expresión serena que a la joven siempre le aportaba una extraña paz mental.

Un suspiro se le escapó de forma involuntaria. Hacía dos años que no se encontraban tan cerca, sin la presión de las batallas ni la tormenta de emociones del pasado. Aunque apenas habían podido hablar con calma en estos últimos días, entre la huida de Sabaody y la aventura en Fishman Island, había algo diferente en el aire.

Sin querer, recordó cómo él no había hecho ningún comentario cuando ella había cambiado. De hecho, casi había insultado a Sanji cuando este insinuó otra de sus habituales barrabasadas sobre ella y su naturaleza femenina. Cuando Z atacó, de hecho, incluso con todos atados por las lianas de aquel extraño payaso ninja, el primer impulso de Nami había sido retroceder en busca de Zoro. De su cuerpo, de su protección. En frío y en voz alta, no lo admitiría jamás, pero era un impulso casi innato desde hacía más de dos años que navegaba con Luffy. Y, a la hora de decidir qué hacer, Zoro había recurrido a una sola persona.

Ella.

Nami suspiró. Por mucho que quisiera negarlo, algo que ella no sabía identificar estaba ahí, latente. Sin poder evitarlo, de nuevo sus pasos la guiaron hacia él, hacia esa sensación silenciosa de protección que él le ofrecía sin saberlo.

—¿Qué pasa? ¿Se había acabado el sake en la bodega? ---preguntó con suavidad, cuando estaba a apenas dos metros de distancia.

Al parecer alertado, el espadachín se irguió y se giró despacio, enfocándola con su ojo bueno. Su gesto tenso se relajó en un instante, dando paso incluso a una sonrisa amistosa.

—Eh, hola.

Divertida sólo en parte por su reacción, Nami esbozó una sonrisa camarada.

—Hola. ¿Te he asustado?

En la penumbra, Nami juraría que Zoro se ruborizaba mientras apartaba la vista con el ceño fruncido por la incomodidad.

—¿Por qué ibas a hacerlo? ---gruñó, sin acritud.

Nami reprimió una risita y sacudió la cabeza, sin responder. En cambio, se recostó en la baranda a su lado y miró el agua, apenas movida por la cubierta del barco. Solo estaban ellos dos y Franky, ocupado conduciendo y dándoles la espalda, pero eso no relajó un ápice a la joven navegante. Tras reunirse de nuevo en Sabaody y superar el primer momento incómodo de volver a verse cara a cara, considerando lo que había ocurrido entre ellos poco antes de que Kuma los separase durante dos años, Nami todavía no podía evitar sentir un ligero nudo en el estómago si estaba demasiado cerca del espadachín. Entre la huida hacia Fishman Island y todo lo ocurrido allí, parecía casi la primera vez en dos años que ambos tenían la ocasión de hablar a solas y con calma, pero, llegado el momento, ninguno parecía saber qué decir.

—¿Cómo...? —arrancó entonces él, con aparente timidez.

Nami ladeó la cabeza, interesada.

—¿Cómo…? ¿Qué? —lo invitó a continuar.

Zoro pareció respirar en profundidad, sin encararla todavía.

—¿Cómo estás?

Tras la sorpresa, Nami sonrió, sintiendo cómo se disolvía parte de la tensión como por arte de magia. Una pregunta sencilla. Un comienzo de conversación.

—Bien, al menos ahora que he recuperado mi cuerpo del todo —respondió, de entrada—. Y tú, ¿qué tal?

Zoro se encogió de hombros.

—Sin problema. Esa espadachina con ínfulas no era rival para mí.

Nami suspiró divertida y sacudió la cabeza.

—Desde luego, no has cambiado en estos años.

—Tú tampoco —dijo entonces él, mirándola más directamente. Sin embargo, debió de entender la ceja enarcada y escéptica de ella, porque agregó con aparente azoro—. Bueno, no mucho, al menos.

—Ya decía yo que no creía que te hubieses vuelto ciego de repente —lo provocó Nami, haciendo un gesto elocuente hacia su larga melena.

Por un momento, dudó al ver que él la observaba con los ojos entrecerrados, pero no parecía enfadado.

—Perdón, quizá he dicho algo que no debía ---se disculpó Nami, de inmediato, situando las manos frente al regazo.

Ese movimiento hizo que su pecho se encogiera de una forma que, a pesar de todo, no pasó del todo desapercibida para Zoro y ella lo notó con un estremecimiento. Sin embargo, la caída de su único ojo gris fue tan rápida que Nami incluso creyó haberlo imaginado. De hecho, Zoro inmediatamente suspiró y se señaló el lado izquierdo del rostro, apartando apenas la vista.

—Si te refieres a esto, no te preocupes. Es lo que hay ---indicó, sin más.

Nami tragó saliva, nerviosa por motivos muy distintos y queriendo recuperar la compostura cuanto antes, sin éxito.

—¿Te molesta? ---preguntó, tratando de canalizar sus pensamientos hacia una conversación neutral.

Él la observó con calma, pero su ojo gris y profundo le despertó un escalofrío nada desagradable, dadas las circunstancias.

—No mucho. No siempre —repuso él, sucinto.

Ella asintió y carraspeó, apartando la mirada hacia el mar.

—¿Cómo...? —arrancó Nami, insegura. Al final, agregó—. Si puedo preguntar, claro.

Zoro, por su parte, hizo un gesto displicente como si en efecto no tuviese más relevancia.

—Bah, no te preocupes. No es nada.

Nami meneó la cabeza y volvió a mirar al mar, nerviosa como pocas veces en los últimos dos años. Tenía que admitir que, incluso con aquella nueva cicatriz, Zoro seguía siendo el compañero más atractivo del barco. Y no estaba segura de que ese fuera el pensamiento más cómodo del mundo, sobre todo dadas las circunstancias. Sin saber qué más decir, Nami permaneció callada mirando el mar, y él tampoco dijo nada.

El silencio se alargó entre ellos, pero no era del todo incómodo. La brisa nocturna agitó suavemente el cabello de Nami y Zoro la observó por el rabillo del ojo sin que ella se percatase. Hubo un momento en que la joven pareció dudar, como si considerara decir algo más, pero al final solo suspiró, apoyando los antebrazos en la baranda.

—Gracias.

Zoro frunció el ceño y la miró de reojo.

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

—Por ayudarme a recuperar mi cuerpo. Y no sé. Por seguir protegiéndonos y aguantándonos a todos.

Él no respondió de inmediato, pero su agarre en la taza de té se relajó ligeramente y resopló apenas.

—No es nada. Sois mi gente, mis camaradas, y todos somos piratas de Luffy ---le recordó---. Eso es lo más importante para mí.

Nami esbozó una sonrisa. Se volvió hacia él y, con naturalidad, le apoyó una mano en el hombro. A pesar de lo ocurrido en Amber Bay y de que sabía que entre ellos cabían pocos secretos a esas alturas, en ese instante no se atrevió a más. Tal vez por estar de nuevo todos juntos en el Sunny o por la incertidumbre de si todavía era algo aceptable entre ellos después de dos años de separación, Nami solo mantuvo los dedos sobre la túnica unos segundos antes de susurrar.

—Buenas noches, Zoro.

Antes de que él pudiera reaccionar, ella ya se había dado la vuelta y se dirigía hacia los dormitorios de las chicas con una expresión imposible de leer. Discretamente y de espaldas a él, se abrazó en un intento de calmar el escalofrío que le había subido por todo el cuerpo. No era por frío. No del todo. Sin embargo, por dentro temblaba por muchos motivos diferentes. Lo había echado de menos y le alegraba ver que, en el fondo, seguía siendo él; sin embargo, no sabía por qué una parte de ella deseaba que hubiese algo más. No quería un cambio, pero ¿quizá otra proximidad entre ellos?

«Han pasado dos años desde aquello», se recordó. «Mejor que lo olvides. Será mejor para todos».

Lo que no sabía, o no era capaz de intuir a esas alturas, era que no faltaba mucho para que Nami y Zoro pudieran volver a encontrarse a solas... Y que, en ese instante, quedaría claro que había fuerzas en el mundo entre dos personas que ni la peor Fruta del Diablo podría detener.

 

One-shot inspirado en Nami y Zoro Roronoa, personajes del manga “One Piece” de Eiichiro Oda

Imagen: “clases de nigiri”, de Paula de Vera

Más información, relatos y reseñas en https://pauladeveraescritora.com

 

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