«Por
necesidad batallo,
y una
vez puesto en la silla,
se va
ensanchando Castilla
al
paso de mi caballo.»
Don Rodrigo Díaz de Vivar es
el más famoso de los guerreros que asombró al mundo con la fama de sus proezas.
Nació en Vivar, hacia el año
1043 en un pueblecito a diez kilómetros de Burgos, con pocas casas,
diseminadas, que no formaban calles ni plazas. Solo algunos chopos en los
caminos y a las orillas del río Ubierna daban una nota de alegría a este lugar.
Casóse Rodrigo con doña Jimena y tuvieron tres hijos: Cristina, Diego, María.
Tuvo que abandonar Vivar ante
el mandato de su rey a causa de la famosa Jura de Santa Gadea, ese juramento
que obligó hacer al rey Alfonso VI, de si había tenido arte o parte en la
muerte de su hermano Sancho. Jurar, lo que se dice jurar, juró el rey, pero el
Cid tuvo un plazo de nueve días para que saliera de Castilla.
Tan triste despedida la
recuerda el poema:
De
los sus ojos - tan fuertemente llorando
volvía
la cabeza – y estábalos mirando.
Vio
puertas abiertas - y postigos sin candados
y
perchas vacías - sin pieles y sin mantos.
A su paso por Burgos, las
gentes se agolpan en las ventanas. De sus gargantas salía el mismo lamento:
¡Dios!
¡Qué buen vasallo,
si
tuviese buen señor!
Este histórico poema se
conserva en la Biblioteca Nacional. Fue escrito por autor anónimo hacia 1105,
refundado por otro hacia 1140 y copiado en 1304 por Per Abat. Es la primera
fuente bibliográfica sobre la vida del Cid.
Los juglares aprendían las
estrofas de este romance y las cantaban en las plazas. He aquí algunas de
ellas:
Salió
a misa de parida
a San
Isidro de León
la
noble Jimena Gómez,
mujer
del campeador.
Tan
hermosa va Jimena,
que
suspenso quedó el sol
en
medio de su carrera,
por
podella ver mejor.
A la
entrada de la iglesia
al
rey Fernando encontró,
que
para metella dentro
de la
mano la tomó.
Dícele:
noble Jimena,
pues
el Cid Campeador
vueso
dichoso marido
de
mis vasallos el mejor.
Que
por estar en las lides
hoy
de la iglesia faltó,
a
falta de brazo suyo
yo
vuestro bracero soy.
La vida matrimonial de doña
Jimena fue muy triste, constantemente sola porque su marido se pasaba la vida
entre batallas. Ella misma lo escribe en una carta al rey Fernando, «que no era
lo mismo compartir el lecho con la mocedad del Cid, que compartirlo con la
vejez de la suegra».
El famoso caballo del Cid,
«Babieca», según la tradición está enterrado a las puertas del Monasterio de
Cardeña bajo dos grandes olmos. Murió dos años después que su amo. Su espada
«Tizona», envuelta en leyenda, está en el Museo de Burgos.
Rodrigo Díaz de Vivar «El
Cid» murió en Valencia un 10 de julio de 1099. Fue enterrado en la Catedral de
Valencia; más tarde en el Monasterio de San Pedro de Cardeña; durante la
ocupación francesa sus restos fueron profanados, y se cree que estuvieron en el
Mausoleo del Paseo del Espolón; también en el Castillo Hohenzollern. Regresan
de nuevo al Monasterio de Cardeña, luego se trasladan a la capilla de la Casa
Consistorial de Burgos, para terminar en el crucero de la catedral burgalesa.
Bajo
una majestuosa bóveda descansan los restos del Cid y Jimena.
La
tumba es sencilla: una simple lápida de mármol.
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