A la hora de comer mi padre dijo:
—Si queréis podemos ir a…
No le dejé terminar la frase. Fui corriendo a
buscar mis cometas.
Mi madre pensó en quedarse. Después de recoger
la mesa y fregar se pondría a leer. A descansar de nosotros. Pero su afán de
enseñarnos pudo con ella.
Se supone que la cometa nació en China hace
más de dos mil quinientos años, dijo como si fuera una confesión. Y solo con
eso mi padre buscó esparadrapo, cortó unos cachitos, nos los colocó en las
comisuras de los ojos y de repente éramos una familia de ojos rasgados.
¿Y cuál fue su origen?, habló la que manda en
casa. El que no gobierna me dio un codazo para que le sacara del apuro y
comencé a inventarme un cuento:
Érase una vez un campesino chino que trabajaba
en los campos de arroz de sol a sol cuando de pronto vio con horror que el
viento se llevaba su sombrero de bambú hacia arriba, hacia arriba, hacia
arriba. Hasta que en vez de un sombrero parecía la vela de un navío o un pájaro
que emigraba en busca de una vida mejor, como nosotros, o tal vez una serpiente
voladora.
—¡Venga! ¡Iros a la playa! ¡Se hace
tarde! —aconsejaron los abuelos.
Como mi papá sabe hacer de todo, tengo cometas
de dos, tres y hasta de cuatro hilos, también hizo un carrete para manejarlos.
Los tengo de muchas formas y colores. Aquí, en mi colegio de Torrevieja, las
llaman cometas, pero en Cuba eran papalotes. Hoy, mi héroe, me ha hecho una
pequeña con papel doblado y me ha dicho que a estas en cubano las llaman chiringas.
Me gustó ese nombre.
También sé por mi mamá que los romanos las
emplearon como estandartes y servía a los arqueros para conocer la dirección
del viento. A Benjamín Franklin les gustaba como a mí, jugar con ellas, y
jugando inventó el pararrayos. Lástima que ya estén inventados el paracaídas y
el parapente, que tienen influencia de este juego. Podía haberlos hecho yo si
no hubiese nacido demasiado tarde. Hasta Goya, un pintor español muy famoso,
tiene un cuadro llamado «La cometa».
La abuela ha prometido comprarme un libro de
Julio Verne, uno titulado: «Dos años de vacaciones». Este escritor hace volar a
uno de sus personajes agarrado a un papalote para explorar una isla. El abuelo
me cuenta en secreto que en realidad es la isla Hanover en Chile, aunque el
autor la llamó de otra manera para darle mayor misterio.
Hasta ayer quise ser un famoso científico o un
arriesgado bombero, pero a partir de hoy, como me gustan tanto las palabras, de
aquí y de allá, puede que emule a ese francés escribiendo sobre el vuelo de mis
cometas.
© Marieta Alonso Más
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