jueves, 29 de septiembre de 2016

Personajes bíblicos: María de Magdala


Noli me tangere
Antonio Allegri da Correggio
Museo del Prado. Madrid






María Magdalena figura en los cuatro Evangelios como testigo de la crucifixión, sepultura y resurrección del Nazareno.

Su nombre hace referencia a su lugar de procedencia y fue curada de “malos espíritus y enfermedades”.

La tradición cristiana identificó durante mucho tiempo a María Magdalena con la “pecadora de la ciudad” (Lc 7:37) que se presentó ante Jesús durante una cena en casa de un fariseo, le mojó los pies con sus lágrimas y luego se los secó con los cabellos. Es otra. Dado que María Magdalena ayudaba a Jesús y a sus apóstoles con sus bienes y era amiga de la esposa del administrador de Antipas, cabe suponer que era de clase acomodada y no tenía necesidad de prostituirse.

Las mujeres del Evangelio −María Magdalena, Marta, María de Betania, Juana, Susana y Salomé− sirvieron a Jesús con gran lealtad. El relato de la muerte de Jesús nos indica que fue traicionado, abandonado y negado por casi todos sus seguidores varones; solo Juan, y las mujeres permanecieron con él hasta el final.

La versión más prolija de la aparición de Jesús a María Magdalena es contada por San Juan. Tras decírselo a Pedro y al discípulo amado se quedó llorando en la entrada de la tumba. Dos ángeles se le aparecieron y al mirar hacia atrás vio a Jesús, que la llamó por su nombre y lo reconoció por la voz, tal como en la historia del buen pastor.   

Según la tradición ortodoxa, María Magdalena se retiró a Éfeso con la Virgen María y el apóstol Juan. Murió allí.


El 10 de junio de 2016 se ha publicado un decreto por el cual se eleva la memoria de Santa María Magdalena al grado de fiesta en el Calendario Romano General, por expreso deseo del papa Francisco. 

La aparición de Jesús resucitado a María Magdalena
visto por Tiziano



martes, 27 de septiembre de 2016

M. J. Pérez: De puertas y ventanas






Estos últimos meses me ha dado por pensar en algunos dichos populares. «Quien adelante no mira atrás se queda» o «El que la sigue la consigue» han rondado mucho por mi cabeza desde un tiempo a esta parte, sin embargo creo que la expresión que ha marcado mi existencia cercana ha sido «Cuando se cierra una puerta se abre una ventana».

A veces he pensado que la vida no es más que una sucesión de batallas que tenemos que  luchar y en las que siempre me tocaba la mano perdedora. Durante meses, intenté salir del naufragio que era mi vida sin conseguirlo. Pues cuando parecía que algún buen samaritano me tendía una mano, sólo era para hundirme más. Para dejarme claro que mis sueños cada vez estaban más lejos de mí.

La oscuridad se enroscaba alrededor de mis piernas y brazos y me arrastraba más y más abajo. Pero de pronto, algo dentro de mí me dijo que para salir no debía confiar en personas extrañas. Yo misma, mi familia y mis amigos eran la solución. Apreté los dientes y comencé a nadar con todas mis fuerzas. Escuchaba sus voces, sus ánimos y todo su cariño. Me daban las fuerzas que tanto necesitaba.

Porque es en esos momentos cuando te das cuenta quien está a tu lado y quien sólo te ha querido cuando eras la alegría de la fiesta. Estas vivencias me han ayudado a comprender cuán cierto es que a veces se cierran puertas porque otras mejores están a punto de abrirse. Tomad esto que os cuento como una enseñanza de vida, como una oda a ser positivos. Porque siempre hay algo bueno en medio de un aluvión de sombras. Sólo tenemos que encontrarlo.

© M. J. Pérez




domingo, 25 de septiembre de 2016

Safo de Mitilene: Desde Creta ven, Afrodita



Safo de Lesbos, actual Mitilene


Desde Creta ven, Afrodita, aquí

a este sacro templo, que un bello bosque

de manzanos hay, y el incienso humea

ya en los altares;

suena fresca el agua por los manzanos

y las rosas dan al lugar su sombra,

y un profundo sueño de aquellas hojas

trémulas baja;
pasto de caballos, el prado allí
lleno está de flores de primavera
y las brisas soplan oliendo a miel...
Ven, Chipriota, aquí y, tras tomar guirnaldas,
en doradas copas alegremente
mezclarás el néctar para escanciarlo
con la alegría. 




Fuente: Biblioteca Digital Ciudad Seva 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Brújulas y Espirales: Ana María Matute "Demonios familiares"

Blog Literario de Francisco Martínez Bouzas

miércoles, 3 de diciembre de 2014


"DEMONIOS FAMILIARES": SIMBÓLICA PLENITUD DE UNA NOVELA INCONCLUSA DE ANA MARÍA MATUTE



Demonios familiares

Ana María Matute

Prólogo de Pere Gimferrer

Notas sobre la escritura de una novela inacabada por María Paz Ortuño

Ediciones Destino, Barcelona, 2014, 182 páginas


   Demonio familiares, tal como  puso de manifiesto el avance  editorial que se hizo en este Cuaderno de crítica el día 22 de septiembre, un día antes de que la novela de Ana María Matute llegase a las librerías, es la novela póstuma de una de las narradoras fundamentales de la literatura española desde los años cincuenta del pasado siglo. Una novela inacabada, el testamento narrativo de la escritora, pero no incompleta. Su final inconcluso, según el testimonio de María Paz Ortuño, amiga y colaboradora de la escritora en la redacción final de ésta y otras novelas, se convierte en una final abierto a todas las posibilidades interpretativas que presienta el lector. Un plus pues para el lector como se ha escrito.

   Demonios familiares es un retorno al mundo de los acontecimientos ocurridos en julio de 1936. No deja de ser significativo que la primera novela de Ana María Matute (Los Abel, 1948) y este su testamento literario concentren su temática en sucesos externos y en los silencios que se produjeron durante la brutalidad de la Guerra Civil española, del mismo modo que también es trama central de algunas de las obras más conocidas (Los hijos muertos, 1958, Primera memoria, 1959) de la escritora.

   Una obra pues sin final escrito, pero sin duda con un final en la cabeza de la autora que era donde realmente creaba sus ficciones. Posteriormente les daba vida en el papel y las sometía a numerosas modificaciones, como nos revelan las cuatro hojas del original mecanoescrito, reproducidas en el envés de la portada y contraportada del libro y en la primera y última hoja de esta primera edición, y repletas de múltiples tachaduras y de correcciones hechas a mano.

   Se puede decir con Juan Pablo Goicoechea que  Demonios familiares es “la Matute en estado puro” ya que recopila todo el universo narrativo de la escritora, sus grandes obsesiones, tales como la falta de comunicación, la incomprensión, los muros del silencio al lado de personas cercanas, los rencores persistentes, la traición… en el decir de María Paz Ortuño.

   La Guerra Civil española  es, como he dicho el transfondo o el eco cercano en el que se desarrolla la trama de Demonios familiares. La acción se sitúa en julio del 36 en una pequeña ciudad del centro de España. Eva, la protagonista, que estaba cumpliendo el año del postulantado previo al noviciado, vuelve a la casa familiar ante la inminencia de la quema del convento monjil. En la mansión residen varios familiares, algunos de ellos simbólicos. Y sobre todo es un avispero de secretos, silencios, rencores y emociones reprimidas. Quien ordena y manda en la casona es la Madre del Coronel a quienes Matute priva de nombre, una muestra de que su única función en el texto narrativo es representar la jerarquía y el poder. A la falta de amor y de cariño, se unen los secretos y los silencios, la frontera que marcan los mayores.

   En un bosque cercano, Eva halla el cuerpo malherido de un paracaidista republicano al que con la ayuda de Yago, un oscuro personaje portador de grandes secretos, asistente de el Coronel, esconde en el desván de la vieja mansión. Eva mantiene la ocultación de Berni, el paracaidista maltrecho, en absoluto secreto, sobre todo desde el momento en que la zona es tomada por las fuerzas franquistas. Pero los sentimientos se imponen por encima de las cautelas y de los miedos. Por eso mismo, la protagonista, en el despertar de su vida, vivirá un permanente conflicto afectivo.

   Demonios familiares, a pesar de que en ella resuenan los ecos de la Guerra Civil, no es una novela sobre el conflicto bélico, sino sobre los demonios familiares antes los que la inocente y solitaria adolescente se verá obligada a perder su ingenuidad y a entender sin ningún entrenamiento la nueva situación bélica, los secretos familiares, los silencios y las traiciones que abruptamente se destapan ante sus ojos inocentes.

   Una prosa madura, luminosamente diáfana, intimista, nos va llevando por una historia sin grandes acontecimientos históricos ni relatos de hechos truculentos o siniestros. Ana María Matute inicia la trama a un ritmo pausado con la descripción difícilmente superable del acontecer cotidiano. Mas poco a poco, una vez que la voz narrativa nos va introduciendo en la vieja casona, el ritmo se acelera y salen a flote los secretos, las pequeñas traiciones. A Ana María Matute, pese a los vértigos que agobiaron sus últimos días, no le tiembla el pulso y en la novela no se aprecian desmayos en la intensidad con la que va trenzando la historia. Una historia en la que hacen acto de presencia algunas de las cartas geográficas en las que se despliega su peculiar mundo narrativo: el desván y ese bosque, elementos simbólico de primer orden en la narrativa matutiana.


Francisco Martínez Bouzas




Ana María Matute  (Foto: Santi Cogolludo)
 
Fragmentos



   “Algunas noches el Coronel oía llorar a un niño en la oscuridad. Al principio se preguntaba quién sería, puesto que hacía muchos años que en la casa no vivía ningún niño. Solo quedaba en la mesilla de noche de Madre, una fotografía sepia, una sonrisa transparente y errática -quien sabía ya si de Madre o del niño-, flotando en la noche, como una luciérnaga alada. Ahora sus recuerdos, incluso los tenebrosos fantasmas de la campaña de África, se parecían cada día más a desperdicios, lo que queda, migas de pan en el mantel, de un antiguo festín. Pero su memoria recuperaba una y otra vez la imagen de Fermín, su hermano mayor. Encerrado en su marco de terciopelo malva, vestido de marinero, apoyado en un aro de madera, y siempre niño. Como un fantasma recurrente -«qué raro, es mi hermano mayor, pero yo tengo más años que él»-, persistía allí, nadie lo había quitado de la mesilla, ni aún cuando Madre ya no  estaba, hacía años que él se había casado, había nacido su hija, y Herminia, su mujer, había muerto.”


…..


“El desván. Mi mundo. Hasta aquel momento, mi mundo secreto. Me pareció ver volar a la pareja de halcones, casi a ras de suelo. Pero solo era el viento, otra vez empujando las hojas, convirtiéndolas en maravillosas criaturas vivas. ¿Así era como volvía a recuperar el bosque? De pronto descubría que había estado a punto de perderlo para siempre. Perder el bosque inventado, tan inventado que jamás conocí otro más real. Recuperándolo paso a paso, minuto a minuto, hollando altas hierbas desconocidas, descubriendo detrás de cada tallo la realidad de un sueño incompartido, como esperando el día de su resurrección. «Creo que va a suceder algo que deseo sin saberlo». Aún no me había dicho a mi misma que a menudo cuando un deseo se cumple, todo un mundo muere. (…)

Solo persistía una claridad leve, transparente entre las varas de los huertos. El corazón golpeaba desacompasado, como si entrara en un recinto amenazado por un mal desconocido. El bosque había sido, durante años, mi íntimo, cálido refugio; el recinto de mis sueños. Allí donde me había inventado una Eva niña, casi feliz -como nunca pudo serlo entre los muros de la casa-. Y, súbitamente, de nuevo se alzó Madre frente  a mi, no tras de mi como acostumbraba. Tenía los brazos abiertos, pero no prefiguraban un abrazo, más bien eran una barrera, una prohibición, a pesar de que sonreía. Evité eludirla, inventar de nuevo la vida, tal como la recordaba en aquellos ojillos de abalorio. Y avancé, decidida aunque temblorosa -me parece que a veces la valentía se manifiesta en un gran temblor.”


(Ana Marí Matute, Demonios familiares, páginas 17, 100-101)

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cristina Vázquez Salinero: El Baile

Mujeres bailando en el Moulin Rouge
Toulouse Lautrec






Ahora, cuando te decidas a girar, mira al hombre del sombrero que está a tu espalda —le dice sonriente Margarita a Denise. Son amigas del pueblo y es la primera noche que salen.

Denise ha  llegado hace poco a Paris. Su cara,  macilenta y estricta, muestra su desgracia. Así lo dice ella: mi desgracia, y cuando se lo contaba a su amiga, en el cuchitril que ésta tiene, se retorcía las manos con una desesperación animal. Nunca fue una mujer decidida ni alegre, todo en ella pasaba a un ritmo lento, como una foto borrosa, en la que se desdibujaban las ilusiones, los deseos y hasta su voz, que se quedaba sepultada en el vocerío de los hombres de su familia. Solo tenía hermanos y padre, su madre murió al nacer el pequeño y ella se fue transformando en la madre, la criada y la cosa a la que se necesita para el bienestar.

Si tuvo alguna intención de secarse el pelo en una pradera, cantar en voz alta, correr  deprisa o ir a bailar con las amigas, los hermanos y el padre aparecían como unos vigilantes taciturnos y amenazadores: Para las mujeres, silencio, compostura y decencia.

 Estoy tan asustada —le dice Denise— estar así las dos bailando en público. Nos miran.

¡Que nos van a mirar!  Aquí la gente hace lo que quiere y además ya bailábamos así a escondidas en los pajares. Quiero que te fijes en ese hombre de atrás, le susurra con apremio.

Las dos mujeres están bailando al ritmo de una orquestina en la pista de un café nocturno, el olor a vino agrio, menta y desinfectante, se esparce por el sitio con aserrín en el suelo.  El aire fresco en la pista, pues el techo es un toldo, las hace estrecharse más. Margarita no va nunca a bailar ahí, sustituye a veces a otra amiga que se ocupa del guardarropa, ella es costurera, pero como mujer de naturaleza alegre, le gusta ver a la gente divertirse  y quiere que su amiga Denise sonría un poco y se le quite la cara de tristeza. La recuerda desde que eran pequeñas, la dulzura de algún secreto compartido, el haber sido testigos del desarrollo de sus cuerpos, con  la embriaguez inocente de dos niñas solitarias. Margarita había vivido también sin madre.

Le había dejado ropa a su amiga, una ropa estricta, anodina, como le gustaba vestirse a ella y el mismo gorrito de aspecto militar que escondía su pelo y disimulaba el de Denise que apenas le había crecido de los trasquilones que le dieron los hermanos. Cuando llegó, todavía tenía costras enredadas como espinas. Le había lavado y cuando estaba curada, dejó que llorara su desgracia, como ella decía.

La desgracia ha sido lo que me ha traído aquí —repetía. 

Cada intento de salir a la calle se convertía en un paseo angustioso, atemorizada de encontrarse con alguno de sus hermanos. La sombra de cualquier hombre la obligaba a meter la barbilla en un gesto forzado o llevarse las manos a la cara para taparse, hasta que le contó a Margarita.

Apareció de repente en el pueblo con un hombre, no me dijo quién era solo que se llamaba Marie y nos conocimos por casualidad en una tienda.  Ella me estaba peinando, deshaciéndome las trenzas que me llegaban a la cintura.  Me dijo que mi pelo era muy bonito,  que me lo arreglaría un poco, me lo acariciaba —se dio la vuelta con una desolación oscura—. Nadie me había peinado nunca, nadie me dijo que mi pelo era un trigal, ni sentido unas manos suaves sobre mi cabeza. Solo golpes. Por eso me cortaron el pelo con un cuchillo –y se pasaba la mano mecánicamente entre los ralos mechones. 

 No van a venir, no pueden —le contestó su amiga—  Si vienen los denuncias. ¿Estás segura de que han  matado a la mujer?

—No, porque de la paliza que me dieron me desmayé. Solo oía sus gritos, chillando como un  animal que destripan y luego no la volví a ver.

Margarita la abrazó, notaba su temblor, y supo que tardaría tiempo en desaparecer de sus pupilas esa desesperación.  

Esa era la primera noche, principio de un otoño fresco, en que conseguía sacar a su amiga a la calle y pensó que el café era un buen sitio, anónimo y divertido. Podrían bailar como en el pajar y girar y que su amiga se olvidara y beber una copita dulce  y marearse un poco. La sostiene, la abraza con la mano detrás del cuello, para que se sienta protegida, está alegre, prefiere bailar con Denise que con otros y nota la mirada del hombre con sombrero detrás en la barandilla. Sabe que es un fijo de ese café y que es artista. Va allí a buscar imágenes, a inspirarse, le había dicho su amiga del guardarropa y ahora no les quitaba el ojo de encima. ¿Y si quisiera pintarlas? A lo mejor se sacaban un buen dinero, por eso le insistía a su amiga que se diera la vuelta. Cuando al fin consiguió que lo hiciera, Denise se demudó,  quieta con las manos crispadas sobre la falda dio unos pasos torpes en sentido contrario. Con la cabeza gacha empezó a andar rápida hacía la salida, mientras Margarita le preguntaba qué le sucedía.

Ese hombre  es el que venía con la chica.




© Cristina Vázquez Salinero

lunes, 19 de septiembre de 2016

Laura Cabezas: Tras el telón



Cuando la ciudad duerme,
mi corazón susurra culpable.
Sonrisas colgadas en el perchero. 
De puertas adentro, se acabó la función.
Y entonces la realidad toma protagonismo 
y el remordimiento, el control.

Fluctuaciones emocionales constantes
como un abanico multicolor. 
No puedo esconder mi congoja, 
ni seguir bañándola en grados de alcohol.
Tropiezo una y otra vez con mi propia esencia,
sin aceptar aquello que soy.

Intenté modelar mi alma
para ser: "Mi mejor versión",
recorrí kilómetros por tierra, mar y aire 
en busca de una perspectiva mayor.
Pero aquellos nuevos senderos
solo disfrazaron mi dolor.

Impulsiva y visceral,
no siempre tomo la mejor decisión. 
Pasión, Pasión , Pasión,  
hierve por mis venas 
cegándome cada noche,
impidiéndome pensar con razón.

Tropiezos, caídas... a la orden del día,
merman mi fortaleza y determinación.
Quiero gritar, alto, muy alto.
Quiero volver a salir corriendo tras el Sol.

Ilusiones dormidas, mates, sin brillo,
aguardan en mi interior 
como en stand-by.
Sueños y esperanzas
es estado de hibernación.

Ecos eternos de tristeza 
me van consumiendo, 
de puertas adentro, tras el Telón.  


© Laura Cabezas

sábado, 17 de septiembre de 2016

José Martí: Carta a María Mantilla

Martí y María Mantilla (1890)




A mi María



Y mi hijita ¿qué hace, allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo, en saber, en querer, -en saber, para poder querer, -querer con la voluntad, y querer con el cariño? ¿Se sienta, amorosa, junto a su madre triste? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer, a hablarle de amores, -a llevársela a lo desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas, -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse, -llaman en el mundo "amor". Es grande, amor; pero no es eso. Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así, no la ama. Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto. -¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?

Aquí estoy, en Cabo Haitiano; cuando no debía estar aquí. Creí no tener miedo de escribirte en mucho tiempo, y te estoy escribiendo. Hoy vuelvo a viajar, y te estoy otra vez diciendo adiós. Cuando alguien me es bueno, y bueno a Cuba, le enseño tu retrato. Mi anhelo es que vivan muy juntas su madre y ustedes, y que pases por la vida pura y buena. Espérame, mientras sepas que yo viva. Conocerás el mundo, antes de darte a él. Elévate, pensando y trabajando. ¿Quieres ver como pienso en ti, -en ti y en Carmita? Todo me es razón de hablar de ti, el piano que oigo, el libro que veo, el periódico que llega. Aquí te mando, en una hoja verde, el anuncio del periódico francés a que te suscribió Dellundé. El Harper's Young People no lo leíste, pero no era culpa tuya, sino del periódico, que traía cosas muy inventadas, que no se sienten ni se ven, y más palabras de las precisas. Este Petit français es claro y útil. Leélo, y luego enseñarás. Enseñar, es crecer. -Y por el correo te mando dos libros, y con ellos una tarea, que harás, si me quieres; y no harás, si no me quieres. -Así, cuando esté en pena, sentiré como una mano en el hombro, o como un cariño en la frente, o como las sonrisas con que me entendías y consolabas;- y será que estás trabajando en la tarea, pensando en mí.

Un libro es L'Histoire Générale, un libro muy corto, donde está muy bien contada, y en lenguaje fácil y limpio, toda la historia del mundo, desde los tiempos más viejos, hasta lo que piensan e inventan hoy los hombres. Son 180 sus páginas: yo quiero que tú traduzcas, en invierno o en verano, una página por día; pero traducida de modo que la entiendas, y de que la puedan entender los demás, porque mi deseo es que este libro de historia quede puesto por ti en buen español, de manera que se pueda imprimir, como libro de vender, a la vez que te sirva, a Carmita y a ti, para entender, entero y corto, el movimiento del mundo, y poderlo enseñar. Tendrás, pues, que traducir el texto todo, con el resumen que va al fin de cada capítulo, y las preguntas que están al pie de cada página; pero como éstas son para ayudar al que lee a recordar lo que ha leído; y ayudar al maestro a preguntar, tú las traducirás de modo que al pie de cada página escrita sólo vayan las preguntas que corresponden a esa página. El resumen lo traduces al acabar cada capítulo. -La traducción ha de ser natural, para que parezca como si el libro hubiese sido escrito en la lengua a que lo traduces, -que en eso se conocen las buenas traducciones. En francés hay muchas palabras que no son necesarias en español. Se dice, -tú sabes-il est, cuando no hay él ninguno, sino para acompañar a es, porque en francés el verbo no va solo: y en español, la repetición de esas palabras de persona, -del yo y él y nosotros y ellos,-delante del verbo, ni es necesaria ni es graciosa. Es bueno que al mismo tiempo que traduzcas, -aunque no por supuesto a la misma hora, -leas un libro escrito en castellano útil y sencillo, para que tengas en el oído y en el pensamiento la lengua en que escribes. Yo no recuerdo, entre los que tú puedes tener a mano, ningún libro escrito en este español simple y puro. Yo quise escribir así en La Edad de Oro; para que los niños me entendiesen, y el lenguaje tuviera sentido y música. Tal vez debas leer, mientras estés traduciendo, La Edad de Oro. -El francés de "L'Histoire Générale" es conciso y directo, como yo quiero que sea el castellano de tu traducción; de modo que debes imitarlo al traducir, y procurar usar sus mismas palabras, excepto cuando el modo de decir francés, cuando la frase francesa, sea diferente en castellano. -Tengo, por ejemplo, en la página 19, en el párrafo nº 6, esta frase delante de mí: "Les Grecs ont les premiers cherché á se rendre compte des choses du monde". -Por supuesto que no puedo traducir la frase así, palabra por palabra:-"Los Griegos han los primeros buscado a darse cuenta de las cosas del mundo", -porque eso no tiene sentido en español. Yo traduciría: "Los griegos fueron los primeros que trataron de entender las cosas del mundo. " Si digo: "Los griegos han tratado los primeros", diré mal, porque no es español eso. Si sigo diciendo "de darse cuenta", digo mal también, porque eso tampoco es español. Ve, pues, el cuidado con que hay que traducir, para que la traducción pueda entenderse y resulte elegante, -y para que el libro no quede, como tantos libros traducidos, en la misma lengua extraña en que estaba. -Y el libro te entretendrá, sobre todo cuando llegues a los tiempos en que vivieron los personajes de que hablan los versos y las óperas. Es imposible entender una ópera bien, -o la romanza de Hildegonda, por ejemplo, -si no se conocen los sucesos de la historia que la ópera cuenta, y si no se sabe quién es Hildegonda, y dónde y cuándo vivió, y qué hizo. -Tu música no es así, mi María; sino la música que entiende y siente. -Estudia, mi María;-trabaja, -y espérame.

Y cuando tengas bien traducida L'Histoire Générale, en letra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, nobles y limpias ¿cómo no habrá quien imprima;-y venda para ti, venda para tu casa, -este texto claro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atractivo y ameno, que todos los libros de enseñar historia que hay en castellano? La página al día, pues: mi hijita querida. Aprende de mí. Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espaldas:-y ve cuántas páginas te escribo.

El otro libro es para leer y enseñar: es un libro de 300 páginas, ayudado de dibujos, en que está, María mía, lo mejor-y todo lo cierto-de lo que se sabe de la naturaleza ahora. Ya tú leíste, o Carmita leyó antes que tú, las Cartillas de Appleton. Pues este libro es mucho mejor, -más corto, más alegre, más lleno, de lenguaje más claro, escrito todo como que se lo ve. Lee el último capítulo. La Physiologie Végétale,-la vida de las plantas, y verás qué historia tan poética y tan interesante. Yo la leo, y la vuelvo a leer, y siempre me parece nueva. Leo pocos versos, porque casi todos son artificiales o exagerados, y dicen en lengua forzada falsos sentimientos, o sentimientos sin fuerza ni honradez, mal copiados de los que los sintieron de verdad. Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia, en la vida del mundo, en el orden del mundo, en el fondo del mar, en la verdad y música del árbol, y su fuerza y amores, en lo alto del cielo, con sus familias de estrellas, -y en la unidad del universo, que encierra tantas cosas diferentes, y es todo uno, y reposa en la luz de la noche del trabajo productivo del día. Es hermoso, asomarse a un colgadizo, y ver vivir al mundo: verlo nacer, crecer, cambiar, mejorar, y aprender en esa majestad continua el gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente inferior e inútil. Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido, -la grande y verdadera, -está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. -Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra. -Lean tú y Carmita el libro de Paul Bert: a los dos o tres meses; vuelvan a leerlo: léanlo otra vez, y ténganlo cerca siempre, pasa una página u otra, en las horas perdidas. Así sí serán maestras, contando esos cuentos verdaderos a sus discípulas, en vez de tanto quebrado y tanto decimal, y tanto nombre inútil de cabo y de río, que se ha de enseñar sobre el mapa como de casualidad, para ir a buscar el país de que se cuenta el cuento, o donde vivió el hombre de que habla la historia. - Y cuentas, pocas, sobre la pizarra, y no todos los días. Que las discípulas amen la escuela, y aprendan en ella cosas agradables y útiles.

Porque ya yo las veo este invierno, a ti y a Carmita, sentadas en su escuela, de 9 a 1 del día, trabajando las dos a la vez, si las niñas son de edades desiguales, y hay que hacer dos grupos, o trabajando una después de otra, con una clase igual para todas. Tú podrías enseñar piano y lectura, y español tal vez, después de leerlo un poco más;-y Carmita una clase nueva de deletreo y composición a la vez, que sería la clase de gramática, enseñada toda en las pizarras, al dictado, y luego escribiendo lo dictado en el pizarrón, vigilando porque las niñas corrijan sus errores, -y una clase de geografía, que fuese más geografía física que de nombres, enseñando como está hecha la tierra, y lo que alrededor la ayuda a ser, y de la otra geografía, las grandes divisiones, y esas bien, sin mucha menudencia, ni demasiados detalles yankees, -y una clase de ciencias, que sería una conversación de Carmita, como un cuento de veras, en el orden en que está el libro de Paul Bert, si puede entenderlo bien ya, y si no, en el que mejor pueda idear, con lo que sabe de las cartillas, y la ayuda de lo que en Paul Bert entienda, y astronomía. Para esa clase le ayudarían mucho un libro de Arabella Buckley, que se llama "The Fairy-Land of Science", y los libros de John Lubbock, y sobre todo dos, "Fruits, Flowers and Leaves" y "Ants, Bees and Wasps". Imagínate a Carmita contando a las niñas las amistades de las abejas y las flores, y las coqueterías de la flor con la abeja, y la inteligencia de las hojas, que duermen y quieren y se defienden, y las visitas y los viajes de las estrellas, y las casas de las hormigas. Libros pocos, y continuo hablar. -Para historia, tal vez sean aún muy nuevas las niñas. Y el viernes, una clase de muñecas, -de cortar y coser trajes para muñecas, y repaso de música, y clase larga de escritura, y una clase de dibujo. -Principien con dos, con tres, con cuatro niñas. Las demás vendrán. En cuanto sepan de esa escuela alegre y útil, y en inglés, los que tengan en otra escuela hijos, se los mandan allí: y si son de nuestra gente, les enseñan para más halago, en una clase de lectura explicada-explicando el sentido de las palabras-el español: no más gramática que esa: la gramática la va descubriendo el niño en lo que lee y oye, y esa es la única que le sirve. -¿Y si tú te esforzaras, y pudieras enseñar francés como te lo enseñé yo a ti, traduciendo de libros naturales y agradables?-Si yo estuviera donde tú no me pudieras ver, o donde ya fuera imposible la vuelta, sería orgullo grande el mío, y alegría grande, si te viera desde allí, sentada, con tu cabecita de luz, entre las niñas que irían así saliendo de tu alma, -sentada, libre del mundo, en el trabajo independiente. -Ensáyense en verano: empiecen en invierno. Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre, y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo. Que cuando mires dentro de ti, y de lo que haces, te encuentres como la tierra por la mañana, bañada de luz. Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro, -el libro que te pido, -sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. -Trabaja. Un beso. Y espérame.

Tu
J. Martí
Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895.





Las Cartas a María Mantilla son una serie de epístolas escritas por José Martí.
María era hija de Carmen Miyares de Mantilla, venezolana, y de su esposo Manuel Mantilla Sorzano, cubano. El matrimonio tenía una casa de huéspedes donde José Martí fue a vivir al llegar a Nueva York.

A través de los años, la figura de María Mantilla ha sido motivo de controversia entre los estudiosos, ya que muchos alegan que ella era hija no de Manuel Mantilla, sino de José Martí. Otros consideran que Martí quiso mucho a los hijos de la familia Mantilla, en especial a María, que había nacido al comenzar a vivir Martí en esa casa y que le dio a María todo el cariño y la ternura que no pudo poner en su hijo Pepe.


La fotografía de María apareció entre los objetos personales que fueron encontrados con su cadáver al morir en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Nuevo Akelarre Literario nº 12: La ventana

La ventana


Única superviviente de lo que fuera una casa, esta ventana permanece como testimonio de la vida que hubo detrás de sus persianas. 

Acompañada por la maleza y los trinos de los pájaros en verano y por la nieve y el silencio en invierno, se mantiene abierta para que puedan entrar y salir los relatos que nuestras cuatro brujas han creado.

Amor, miedo, soledad, amistad y todo aquello que forma parte del ser humano se entrecruzan, como las hierbas que tejen sus historias alrededor de los viejos ladrillos.

Disfrutad de nuestros cuentos.



Pinchad aquí.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Liliana Delucchi: La bailarina de Samarcanda


Edgar Degas
Ensayo sobre el escenario, 1874
Museo de Orsay, París
Volvía de una inspección a las provincias de Asia cuando hube de detenerme, muy a mi pesar, en la ciudad de Samarcanda. Me avergüenza confesar que la forzada interrupción de mi regreso a Roma no era debido a mi sensibilidad por contemplar la magnificencia de ese enclave, al cual los sasánidas habían adornado con excelsa belleza, sino la inflamación de mis juanetes. Esta deficiencia de mis pies con que los Dioses me habían condenado,  me llevó a utilizar los calzados más extravagantes, a la vez que consultar a cuanto físico encontrara. Sin embargo, el intenso dolor no consiguió nublar mi pensamiento y pude recordar que los persas, a pesar de su escasa o nula relación con la civilización romana, habían formado a grandes médicos y, aprovechando la oportunidad, iba a consultarlos.

Mas, ¿cómo hacerlo sin dar a conocer mi bochornosa anomalía? La suerte acudió en mi rescate al enterarme de que mi buen amigo, Quinto Curcio Rufo, estaba en la ciudad documentándose sobre el paso de Alejandro por allí, ya que, historiador, escribía una extensa obra sobre la vida del Magno.

Era su residencia un amplio palacio que había pertenecido a no sé quién y que él había reformado, convirtiéndolo en el escenario idóneo para su trabajo, con amplias estancias y jardines por el que paseaban las más bellas mujeres que yo hubiese visto.

De nombre irrepetible, había una cuyas curvas y voluptuosidades mostraba bajo una túnica transparente que me hacían desear tener menos años y más salud. Mientras la contemplaba bailar, venía a mi mente mi esposa, una matrona romana de alta cuna, viuda dos veces, cuya probada virtud no lograba ocultar sus ojos de cuervo. Mi juramento de fidelidad conyugal volvía una y otra vez a mi mente mientras las manos de la bailarina surcaban el aire. Entonces le miré los pies; los más hermosos que hubiese visto en mi vida. Redondos y delgados a la vez, cinco dedos perfectos que se levantaban uno a uno en abanico y que acababa en uñas cortas y pintadas de azul. Y el arco… curvo, que parecía construido por el mejor de nuestros arquitectos, alzaba su bóveda al cielo como buscando las estrellas. Y no tenían juanetes. Me enamoré.

Mandé mensaje a mi casa informando sobre un tratamiento al que debía someterme y que me retendría, lo cual era cierto, pero lo que más quería era verla bailar y, por las noches recluirme en la habitación que Quinto me había destinado y dormir soñando con mi bailarina. A solas en mi lecho besaba sus pies de pétalos de rosa, aspiraba la frescura del olor a jazmín que de ellos emanaba, lamía uno a uno esos dedos que había visto abrirse como capullos al sol. Soñar era lo único que me permitía dadas las extrañas circunstancias de la muerte de mis dos predecesores en el lecho de mi esposa, ella estaba emparentada con la familia imperial, y no precisamente por la rama Claudia, sino por la de Mesalina.

Más me hubiera valido quedarme en el terreno de la fantasía. Una noche en que todas las lluvias que Asia había acumulado durante un año cayeron de pronto sobre Samarcanda, se abrió la puerta de mi cuarto y ella, con la túnica mojada pegada al cuerpo, húmeda de agua y deseo, entró. Recuerdo la seda que dibujaba su figura, se alzaba en sus pechos, se hundía en su ombligo y en su sexo… pero eran sus pies, esos pies perfectos y descalzos que la acercaban a mí lo que me obnubilaron. Ascendían por debajo de mi túnica, caminaban por mi pecho y cuando, por fin, fui a besarlos, un olor nauseabundo me hizo retirar la cara.


Recuperé el aliento con el aire fresco del camino de regreso, con el aire y con la noticia de que mi querida esposa había fallecido… en extrañas circunstancias. 




© Liliana Delucchi

martes, 13 de septiembre de 2016

Lisboa: agua, luz, color, alegría y nostalgia

Vista panorámica de Lisboa y el puente 25 de abril desde el mirador de Cristo Rey

Antaño se decía que las varinas, las mujeres de los pescadores, eran la voz de Lisboa, con el pregón: ¡Recién salido del mar, vivito y coleando! ¿Quién compra? 

Gracias a los vientos que soplan se huele la sal del océano y hasta la ciudad tiene figura de mar. Por eso no es extraño que, en otros tiempos, los hombres de esta ciudad fueran grandes marinos y descubridores. 

La representación más antigua de Lisboa (1550-1510)
de la Crónica de Dom Afonso Henriques, por Duarte Galvao
Lisboa es una puerta a la que los romanos llegaron, le siguieron las tribus bárbaras, luego los visigodos y finalmente los árabes del norte de África.  

Lisboa llegó a ser una de las más ricas ciudades, su grandeza comenzó con el rey Juan I (1357-1433), que tuvo muchos hijos y cuatro de ellos tuvieron tal relevancia que aún hoy se habla de ellos: Fernando al que se le venera como santo; Pedro uno de los moralistas más viajeros de la historia, Duarte el gran exponente de la prosa didáctica y psicológica; y Enrique el Navegante.

El príncipe Enrique ayudó a crear la carabela, embarcación ligera, espaciosa y veloz diseñada para resistir el Atlántico y equipada con velas que le permitían navegar a sotavento. Estas carabelas regresaron con marfil y oro en polvo de África. En Lisboa podemos ver el Monumento de los Descubrimientos, allí está Enrique en la proa de una enorme carabela de piedra. 
Torre de Belém vista desde el lado occidental

El ímpetu descubridor hizo que Bartolomeu Dias navegara y doblara la punta de África; que Vasco de Gama volviera de la India en 1499 con las bodegas repletas de nuez moscada, clavo, canela, pimienta y piedras preciosas. Sus restos están en el Monasterio de los Jerónimos. 

Monasterio de los Jerónimos, Lisboa







Pero en 1755, el día de Todos los Santos, la ciudad se estremeció y quedó arrasada. Murieron unas treinta mil personas. Fue el peor terremoto en la historia europea. Lisboa no lo ha olvidado, sigue apegada a su pasado y suspira por sus pérdidas. Esa pena que siente se describe en una palabra: saudade, que encuentra su máxima expresión en el fado.

El patrón de la ciudad es San Vicente. Aquí nació San Antonio de Padua. Cristo con los brazos extendidos en cruz domina la ciudad desde la ribera sur.

Un ascensor nos sube desde el centro de la ciudad hasta la zona elevada y así poder pasear por el Barrio Alto.

Castillo de San Jorge en Lisboa

El Castillo de San Jorge, que domina la zona de Alfama, nos brinda una de las vistas más hermosas. Hay calles que nos catapultan a la Edad Media.







Lisboa es un paraíso de flores, enamorada del mar.  

Vista de Lisboa desde el Mirador de Santa Luzia