domingo, 1 de octubre de 2017

Amantes de mis cuentos: Momentos escabrosos

Los cocodrilos de Cartier

Al abrir el armario un cadáver le cayó encima. El peso la tumbó sobre la cama. Intentó espantarlo como se hace con las gallinas. No fue tan fácil.

Era un joven bien parecido, de cabellos negros y unos ojos grises que la miraban como si ella tuviera la culpa de todo. Sin saber cómo reaccionar, la boca se le quedó igual que pez encerrado en acuario. 

¡Qué calamidad! ¡Para una vez que tenía a un hombre encima, estaba helado!

El teléfono comenzó a sonar y ella sin poder moverse. Repiqueteaba el timbre una y otra vez y aquel hombre la aplastaba como una losa de mármol, impidiéndole cualquier movimiento. Iraida, su asistenta de tantos años, al oír las llamadas sin respuesta, levantó el auricular. A continuación, un ligero toque con los nudillos en la puerta de su dormitorio, mientras giraba el pomo.

−¿Se puede pasar?

−¡Ayúdame, por favor!

−¡Señora!

Se turbó como nunca. ¡Qué humillación! Tan bien ordenada tenía su vida de soltera, tanta moral destilaban sus poros que, a sus setenta años, sentía vergüenza de que la viesen en aquella postura con un extraño. Con la vista baja y las mejillas ardiendo explicó lo sucedido.

−Llamaré a la policía, señora.

−¡Por Dios, quítamelo de encima!

−No, no. Es la escena de un crimen y no debo tocar nada.

Ya estaban allí la pareja de policías, el médico forense, el de las huellas dactilares. Solo faltaba el juez. Por fin, cuando la libraron del aquel peso, se alisó el vestido y con la mayor dignidad salió del brazo de Iraida, que la consolaba de haberse visto en aquella bochornosa circunstancia.

El forense dictaminó un fulminante ataque al corazón. Tras un registro exhaustivo del cadáver, la policía halló los bolsillos llenos de alhajas. Las huellas confirmaron que era un ladrón de prestigio y el juez llegó a la conclusión que había sido un robo con final macabro, sin haber mediado sexo.

Le correspondió identificar sus joyas. Cada una tenía su historia, como el collar de cocodrilos, regalo de un pretendiente en sus años mozos, que fascinado con su parecido con María Félix, quiso que luciera en su cuello tan extravagante diseño.



© Marieta Alonso Más

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