Creo que ya estoy listo. Ehhh... mejor, voy a echarme un
último vistazo.
A ver, repasemos:
La punta, incisiva; la hoja, brillante; el filo, aguzado;
el canto, suave; los remaches, firmes y el mango, pulido.
Sí, definitivamente, estoy preparado. Es que esta noche,
tengo una cita. Pero, no se trata de una cita cualquiera.
La conocí en la Asociación Internacional de Objetos
Punzantes. Ya había oído hablar de ella. Y, ¿quién no? Pero, conocerla ha
sido..., ha sido... Uff, se me aflojan los remaches solo con recordarla. No me
avergüenza decir, que me tiene encandilado.
No lo he tenido fácil. En absoluto. Tuve que lidiar con tres
duros competidores con el mismo propósito: seducir a nuestra compañera de mesa.
Un duelo a cuatro bandas entre el machete de Livingstone, el bisturí de Jack el
Destripador, el estilete de un Príncipe
de Dinamarca y un servidor, un auténtico cuchillo de Sheffield.
La verdad es que
tenía un palmo de ventaja con respecto a mis competidores, pues sin querer
pecar de presuntuoso, mis referencias son impecables y mi origen todo un lujo.
Además, no era la primera vez que me codeaba con
Celebrities. Tuve un escarceo hace un par de años con una de las navajas de
Bodas de Sangre y con una prima suya, una daga toledana, que presumía de haber
pertenecido al Cid. ¡Vaya experiencia! En fin, que un caballero no da detalles
sobre esas cosas.
Como iba diciendo, el de Livingstone empezó la contienda
enumerando sus batallitas en la selva. No había maleza que se le resistiese. ¡Zas,
zas, zas!, con golpes certeros iba abriendo paso al gran explorador de África. Se
jactaba de que eran inseparables, donde estaba uno, estaba el otro. Ya fuera
escondido bajo los pliegues de la almohada, dando tranquilidad al duermevela de
su dueño, o entre sus dientes, mientras recorría las aguas infestadas de
cocodrilos, hipopótamos y sanguijuelas.
La verdad es que el tipo me cayó bien, amenizó la velada
con aventuras e ingeniosas ocurrencias.
Cuando todos relucíamos de la risa después de escuchar
una de sus anécdotas, las carcajadas se cortaron de un tajo cuando el bisturí
del Destripador penetró en la conversación. No dijo mucho. Solo una frase. Algo
sobre el calor y la sangre. Pero, con el sonido de su voz, un siseo seco y
oxidado, que rasgaba el aire en cada sonido, fue suficiente para que el
silencio se instalara en nuestro grupo y del exotismo de la selva africana,
pasamos a las oscuras calles del East End de un Londres de 1888.
Se dice que ha estado condenado a punta roma durante 100
años, pero no sé si un filo como ese podría llegar a rehabilitarse. Y mis
sospechas se vieron pronto confirmadas, pues, en ese instante, pasó cerca de
nosotros, cortando el aire a cada avance, la navaja de un barbero loco que
rebanaba el pescuezo a sus clientes. La verdad, qué poca visión de negocio. Y
nos hizo a todos el favor de ir tras ella. No quiero ni imaginar, lo que
podrían hacer esos dos juntos en sola una noche. Solo con pensarlo se me había
revuelto el mango.
Entonces, como para completar la faena, el estilete de
Dinamarca se puso a balbucear sobre que no somos nadie y que un día estamos en
este mundo y al día siguiente no, y bla, bla, bla, ... ¡Vamos, que todo era un asco!
Gracias a que yo estaba allí para salvar la noche, y notando
que nuestra dama en cuestión, parecía algo acalorada e incómoda con la compañía
de caballeros tan enérgicos, sangrientos y pesarosos, comencé mi suave, pero
implacable seducción.
Un cumplido por allí, aire fresco por allá, unas gotitas
de aceite para reponer fuerzas, escoltarla hasta el campeonato de corte
jamonero, interesarme por sus últimas investigaciones... Sí, estaba al tanto de su trabajo.
Por lo que ella, siendo una navaja tan práctica, tan
sencilla, tan verdadera. ¿A quién iba a elegir como acompañante? ¿A “ese cachas”
de Livingstone? ¿Al complejo y delirante bisturí de Jack? ¿A un estilete
voluble cuyo dueño ve fantasmas? Estaba, claro: a mí. Al siempre seguro
cuchillo de Sheffield, con garantía de por vida.
Entonces, cuando me dijo que sí, que quería volver a
verme, no puede evitar soñar. Con ella y yo, juntos. Y algo más; con nuestra
prole. Una preciosa navajita multiusos, el deseo de todo padre y madre
punzantes.
Porque, ¿qué otra cosa podría resultar de un romance apasionado
entre un cuchillo como yo y la legendaria navaja de Occam?
© Blanca de la Torre
Breve pero intenso
ResponderEliminarGracias Julián. La intensidad también es viveza, y si eso es lo que te ha hecho sentir este "cuchillo seductor", pues es una alegría para mí. ¡Hasta pronto!
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