La Aurora de Rodin |
Me gustaba la idea de mi
cara incrustada en una piedra, me gustaba que los parisinos vinieran a verme,
que alabaran mi belleza. ¡Hay mejor forma de pasar a la posteridad! Lo que
nunca se me ocurrió pensar fue que mi mente se quedara atrapada dentro de ese
magnífico mármol, sin fisura, por donde poder salir. Reconozco que se está
calentito aquí dentro pero no soy libre y de vez en cuando anhelo huir.
Desde niña mi padre -agricultor- comentaba que yo era muy
dada a desviarme del surco recto, que no tenía cordura, muy dulce sí, en
apariencia, pero algo extravagante.
-¿Para
qué necesita ser normal? Con lo bonita que es se puede dar el lujo de ser
diferente, -respondía
mi madre secándose las manos en el delantal.
Y yo me miraba al espejo
para comprobar que en verdad era guapa. Lo que no veía en mí eran las palabras
de mi padre. Mi espalda estaba derecha como una vela, era sociable, hasta le
daba besos a los perros que veía en la calle, distorsionaba mi cara para
asustar a los niños -me
hacían reír al verles correr despavoridos- y
si ahorqué al gato en la viga del desván fue porque me arañó.
Mi manera de ser no era tan
disparatada como afirmaban los vecinos. Mi padre se equivocó al pensar que le había
amenazado con una faca. Se asustó. Yo solo quería comprobar si estaba afilada
cortando el bolsillo de su camisa.
En este edificio blanco
donde me han encerrado quieren hacer triunfar la razón por medio de la
violencia. Soy más inteligente que ellos, ahora estoy a salvo dentro de esta
escultura. Cuando vienen a verme les guiño un ojo. Algunos amantes del arte
quedan aterrorizados, pero a otros les divierto.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario