Fotografía de Socorro González-Sepúlveda Romeral |
Siguió lloviendo en mayo. La tierra agradecida se llenó de
color. El rojo de las amapolas, competía con todos los tonos de verdes, del más
tierno al más oscuro. La lluvia también cambió la textura áspera de la tierra
y, los campos se volvieron seda y terciopelo, eso parecen los sembrados cuando
los mueve el viento.
Mayo es el mes de las comuniones. Por las calles de Madrid
pasa, de tanto en tanto, un grupo familiar endomingado siguiendo a un niño
vestido de primera comunión. Enternece verlos. Los padres y abuelos orgullosos,
los hermanitos cansados, ellos van muy serios, conscientes de su protagonismo.
Los niños vestidos de marinero, las niñas, como pequeñas novias o princesitas
vestidas de organdí.
¡Organdí! Palabra
mágica, que me traslada a la infancia.
Con un vestido de organdí, hecho en casa por mí hermana
mayor, un librito, de pastas de nácar, en las manos, enguantadas, estoy
arrodillada en los primeros bancos de la iglesia junto con otras niñas. Atrás
queda la catequesis en la que aprendimos el catecismo de memoria y ejemplos de
santos. La pureza era importante. ─Eso, nos decía la catequista, significa el
vestido blanco, ¡Pureza! Los nervios de la primera confesión. Las
recomendaciones: no comas, no bebas, no te ensucies, no peques antes de
comulgar… Pide por tus padres y tus hermanos, pide por esto, por lo otro,
¡Pide, pide, pide! Yo solo quería una muñeca, pero no se podía pedir. Una de
mis tías me regaló un duro de plata, de los antiguos. No supe que hacer con él.
Después, la procesión del Corpus. Enramada en las calles,
olor a tomillo y a heno recién segado. Las casas adornadas con colgaduras,
colchas y sábanas bordadas que se guardan para ese día. El Señor, bajo palio,
recorre las calles del pueblo… Hace calor. Delante del cura con la custodia
vamos los niños de primera comunión. Detrás las autoridades, después el resto,
incómodos en sus trajes de domingo, calzadas ellas con zapatos de tacón, que se
enredan con las plantas aromáticas del suelo. De tanto en tanto, un altar en
las puertas de las casas, para aliviar el recorrido y descansar un poco. El
cura deposita la custodia y se arrodilla. Se canta el «Tantum ergo».
El año de mi primera comunión, hizo mucho calor en mayo.
Sudaba el cura con los ropajes litúrgicos, sudaban los portadores del palio,
las autoridades, los niños de primera comunión y el resto de la gente, que
buscaban la sombra de las casas con desespero. Cuando llegamos al final de la
calle mayor, que hace esquina con la carretera, casi a la salida del pueblo, en
la puerta de una casa pequeña han puesto un altar. Una sábana limpísima cubre
la mesa, donde descansa una imagen del Buen Pastor rodeada de azucenas, ¡todo
blanco! Un murmullo recorre la procesión. El runrún comienza en las filas de
las mujeres y alcanza a las de los hombres. Las niñas de primera comunión nos
pusimos alrededor del altar para esperar la custodia… ¡El cura pasó de largo!
Mucho tiempo después, cuando ya era mayor, supe que en
aquella casa vivía una mujer de mala reputación… Se decía que recibía hombres
en su casa… Yo, en aquel caluroso mayo en el que hice mi primera comunión, no
entendí nada. Allí quedamos las niñas mirando la imagen del Buen Pastor con
ojos asombrados… Aquel altar ¡Era tan bonito!, y la señora que vivía en aquella
casa ¡Era tan guapa!
©
Socorro González-Sepúlveda Romeral
Es difícil vivir fuera de las normas establecidas; buscamos la aprobación de nuestros iguales.
ResponderEliminarHemos mejorado.....no lo suficiente....
Estoy contenta, Piluca, de que leas mis relatos.Besos.
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