domingo, 13 de mayo de 2018

Malena Teigeiro: Tras la puerta


Buk




Mito buscó su esquina. La única por la que pasa un tubo de calefacción que coincide con el reposo de su vientre. Se tumbó. Envuelto en su cuerpo, descansaba. Quería dormir. Pero estaba desvelado.

Desde el momento en que el amo lo llevó a la casa, lo había tratado bien. Además, sin que su mujer lo viera, le da trozos de pollo mientras come. Mito, inquieto, busca una postura más cómoda. Resopla. Sus manos son grandes, suaves, calientes, y como si fueran alas de paloma, le gusta pasárselas por encima de la cabeza para terminar rascándole el entrecejo. A él le encanta dormir la siesta pegado a sus pies. Olían siempre igual. A veces, el amo levanta la punta del zapato y le acaricia el lomo.

Los fines de semana solían ir al campo, donde persigue a las urracas. Allí tiene un amigo, Bolero, el perro del pastor, un can grande, con mucho pelo blanco y gris que cada vez que lo ve llegar, corre a buscarlo contento. El amo goza cuando los ve brincar y retozar por el campo, si bien Mito se percata de que no le atrae esa amistad. Lo cierto es que cuando vuelven a Madrid siempre tiene que arrancarle las garrapatas. Y él, aunque le resulte molesto, se queda quieto mientras, rezongando, lo moja con aceite para ahogar a los sanguinolentos bichos.

A Mito también le encanta  el mar. En el verano, por las noches, su amo lo lleva a la playa y juntos corren por la arena. Solía acompañarlos la nieta mayor, que le tiraba conchas al agua para que fuera a buscarlas. No le gusta mojarse, pero es tan cariñosa la niña que, por darle gusto, finge que está contento y salta entre las olas.

Los nietos eran un poco pesados, pero no se quejaba. Sabía que cuando, envuelto en una manta, lo acostaban en el coche de las muñecas, con un gorrito que le aplasta las orejas, lo hacían sin mala intención. Lo querían todo menos Álvaro, que era maligno. En cuanto se le acerca es para darle una patada. Él podía morderlo, y ganas le daban.

Algo echaba de menos, y la culpa era del ama, que no es que fuera mala, pero era un poco pretenciosa, y aunque lo trata bien y lo lleva a la peluquería para que siempre esté limpio y sin olor a perro, no le gustan los animales, ni las plantas, ni los niños.

La mujer del amo, sin que él se enterara, lo había llevado al veterinario. Ahora no puede tener cachorros. Así que había decidido que si no era posible tener descendencia, tampoco quiere tener una esposa, porque, en el fondo, la compañía de las mujeres, como le decía el amo, era un coñazo. Había tenido suerte con él. Todos los días lo aguarda cuando viene de trabajar. Lo espera y lo saluda contento, pero eso de llevarle las zapatillas, eso no.

Se levanta y Mito se acerca al plato. El agua no está fresca. Aun así, bebe un poco. Despacio, vuelve a su esquina. Se vuelve a tumbar. No puede dormir. El amo había caído enfermo y le preocupa. Él lleva varios días vigilándolo.

De pronto levantó las orejas, cerró los ojos y respiró profundo. Tras la puerta en la que apoya la cabeza, su amo duerme. Mito es el único de la familia que sabe que ya no volverá a despertarse.



© Malena Teigeiro

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