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Hoy, como todos los
miércoles, he ido de visita a un museo. Llevo horas sentada ante este cuadro,
embrujada por esa mirada inescrutable. Sonrío. Sus ojos hablan de una mujer
romántica pero los labios denotan fortaleza. Lo mismo que yo, que me cuesta
actuar pero si me hacen daño no me dejo poner un pie encima.
Un hombre bien plantado se
sienta a mi lado y se pregunta en voz alta qué secretos guardará esa imagen. Sonrío.
-Todos
tenemos algo que ocultar -afirmo
en un murmullo.
-Por
supuesto -responde
el desconocido.
No tengo por qué contarle
mi vida a nadie, ¿qué podría decirle?, pero y ¿si me desahogo achacándole a
esta mujer lo que a nadie se me ocurriría contar? ¿Por qué no ahora?
-Mire
usted sus ojos -señalo- no es tristeza lo que
reflejan. Es determinación. La imagen de su marido la persigue en sueños, cada
noche se esconde entre las sombras, sin hablar, con su mirada fija en ella,
esperando. Cada mañana despierta como si estuviera acompañada. Cada tarde oye
los sones de aquella canción que bailaron muy apretados el día en que se
conocieron. Tenía quince años. La embaucó con su lisonja, su presencia, susurrándole
amor al oído. Tonta de ella que le creyó.
-La
edad -razonó
el hombre-
propicia locuras.
-Pues
sí -asentí.
-Continúe,
por favor.
-Le
hizo dos hijos y sin venir a cuento, una noche estrellada regresando de una
fiesta, le comentó con pelos y señales que tenía relaciones con una docena de
mujeres. No se lo podía creer. Vanagloriándose apretó el pedal y aceleró para
darle mayor ímpetu a sus palabras, que
no fueron otras que ofrecerle… Sintió que la sangre se le iba a los
pies. Como si fuera un chiste: podía marcharse con los niños -soltó con su mejor sonrisa- o trabajar de lavandera, o
ser complaciente con los amigos que él podría traer cada noche.
Pedazo de cerdo, pensó. Miró
hacia la carretera, los árboles pasaban vertiginosamente. Tan violento fue el
volantazo, que el automóvil -ese
con el que tanto presumía-, derrapó
primero para volcar después. Ella tuvo tiempo de salvarse al saltar con la
agilidad de su juventud. Se le daba bien medir los tiempos.
Tras el féretro lo práctico
se impuso. De acuerdo con las otras amantes, ahora se dedica a regentar el
negocio tan bien montado por su marido.
Que aparezca cada noche en
sus sueños, debe ser que está impaciente por vengarse de ella. ¡Infeliz! Tiene
para rato.
-Y
usted ¿Cómo lo sabe?
-Intuición,
caballero, intuición.
© Marieta Alonso Más
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