lunes, 30 de julio de 2018

De tertulia con... La mar



Allá en el fondo del mar salado,
estuve cerca, cerca de un mes,
y he visto peces tan chiquititos
como la punta de un alfiler.

Cuatro camaroncitos diéronme de comer,
y una sardina arenque me sirvió el café.
Agua dulce pedía, agua que no me daban,
y un tiburón decía: «Eso sí que no hay aquí».

Con esa canción infantil me dormía mi madre. Y desde entonces el sentimiento hacia esa inmensa masa de agua salada es indescriptible, el amor se cuela entre las cabrillas blancas y espumosas. En la playa me siento en la orilla a contemplar el infinito y el susurro de las olas me trae paz, leyendas, frases y botellas con mensajes secretos.

No es de extrañar que la gente de mar y los poetas tiendan a hablarle como si fuera una mujer. Y que en la literatura aparezca como protagonista de muchas obras. También a la música le gusta el mar, quien no recuerda a Charles Trenet cantando «La mer» que tuvo más de cuatrocientas versiones, y quien no ha disfrutado con el final de la obra sinfónica de Claude Debussy. Y los pintores que desde muy antiguo han creado esas maravillosas marinas.

Jules Michelet escribió: «Mucho antes de vislumbrarse el mar, se oye y se adivina el temible elemento. Primero un rumor lejano, sordo y uniforme. Poco a poco cesan todos los ruidos dominados por aquél. No tarda en notarse la solemne alternativa, la vuelta invariable de la misma nota, fuerte y profunda, que corre más y más, y brama».

Y es que la mar no deja indiferente. Nos brinda misterios, tragedias…

Como la catástrofe conocida como el Naufragio de los diez veleros en la isla de Gran Caimán. El Cordelia era una nave que formaba parte de una flota, y se topó en 1794 con un arrecife coralino, sus señales no sirvieron de nada y todos fueron encallando uno detrás de otro. Los que vivían en ese lugar tomaron sus botes y lograron rescatar con vida a todos los tripulantes y pasajeros. Se dice que por ello el rey Eduardo III la liberó de impuestos.

El famoso Triángulo de las Bermudas situado entre Puerto Rico, Fort Lauderdale y las Bermudas en el océano Atlántico, con sus extrañas teorías: entre ellas la desaparición de un escuadrón de cinco bombardeos de los Estados Unidos de América en 1945.

Y la Roca del Obispo, la isla más pequeña del mundo, con un faro que ocupa casi toda la superficie. Se dice que en el siglo pasado algunos criminales fueron abandonados allí con un poco de pan y agua.

No nos olvidemos de los barcos fantasmas, sin tripulación y flotando a la deriva. Tal vez un calamar gigante es el causante de que esos barcos sigan surcando los océanos.

Los atlantes si hacemos caso a Platón eran unos tipos que parecían de otro planeta y que vivían en esa isla mítica, llamada la Atlántida, desaparecida en la noche de los tiempos. Estaba ubicada más allá de las Columnas de Hércules y se la describe como más grande que Libia y Asia Menor juntas. 

Sorprendente es el archipiélago de San Blas, un auténtico sueño, donde viven los indios Guna. Y yendo de una isla a otra te cuentan la leyenda de una isla que se hundió tras un terremoto y que dio lugar a las llamadas piscinas naturales. La profundidad del océano aquí es de poco más de medio metro y en varios bancos de arena puedes estar de pie con el agua a los tobillos o a la rodilla. Imposible imaginar esa sensación de estar de pie en pleno océano rodeado de agua. Son momentos que no se olvidan, son los caminos del mar, es ese confidente que te habla en secreto.

Decía Karen Blixen que la cura de todos los males es el agua salada: el sudor, las lágrimas, el mar.

Para Osho algunas leyendas señalan que el mar es la morada de todo lo que hemos perdido, de todo lo que no hemos tenido, de los deseos frustrados, de los dolores, de las lágrimas que hemos derramado.

En cambio Irene Nemirovsky pensaba que: No se puede ser infeliz cuando se tiene: el olor del mar, la arena bajo los dedos, el aire, el viento.

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