En 1912, Clarence Crane,
fabricante de chocolates de Cleveland, estaba en apuros económicos. Con el
calor, entre junio y septiembre, el chocolate se derretía y las ventas bajaban.
Pastillas de caramelo podrían ser una solución, pero no los cuadrados de
siempre, mejor que fueran redondos y planos con un agujero en el centro. Al
verlos pensó: Salvavidas en miniatura. Y salvó ese verano.
Cuando Edward John Noble, publicista neoyorquino, le animó a que anunciara sus caramelos, rehusó. Entonces le propuso que le vendiera la marca y aceptó por unos 2170 euros. Noble como buen publicista convenció a los dueños de varios restaurantes y farmacias para que colocaran los caramelos cerca de la caja registradora con un letrero que indicara: veinte céntimos. También sugirió que dieran con el cambio monedas de ese valor.
La estrategia funcionó.
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