jueves, 13 de septiembre de 2018

Malena Teigeiro: Un pintor en París

Año 1807
Óleo sobre tela
Museo Granet. Aix-en-Provence- Francia


François quería ser pintor. Busca por los campos tierra de colores que mezcla con aceite y manteca, y a pesar del hondo disgusto de su madre, fija de esa manera sus sueños en la tela de las blancas servilletas. Asombrado, se rasca la cabeza para mitigar el dolor de las collejas que la bendita mujer le propina al ver el estropicio causado. ¡Mujeres!, cavilaba mientras corría a laborar como mozo en el comedor de la fonda. Una noche, repartía un sopicaldo a los huéspedes, cuando vio que un cliente la dibujaba. No le extrañó, ella era rubia, joven, coqueta, y nunca había tenido esposo. Le gustó el aire del bosquejo, las regordetas manos apoyadas en la barra, el cuello estirado como las columnas de la iglesia. La imagen de las botellas de colores a su espalda, a su juicio, le daba aire de dama. Soltó la sopera sobre una mesa vacía y se plantó delante del comensal. Yo también soy pintor, dijo mostrándole su carpeta. Pues, a París, replicó el cliente sin levantar la cabeza. Aquí nunca podrás hacer nada. Las últimas cinco palabras rebotaron una y otra vez en su cerebro. Por la noche, tumbado en su camastro sin poder conciliar el sueño, tomó la más importante decisión de su vida. Ya tranquilo, se durmió.

De madrugada bajó a la taberna y después de forzar la caja, pedir perdón al Señor por el acto que iba a cometer, y jurar que devolvería ciento por una las monedas que se llevaba, guardó el dinero robado en el bolsillo, cogió la carpeta de las pinturas bajo el brazo, y se fue a París.

Al bajar del tren, intuyó que vestido de aldeano, nada podía hacer. Buscó un sastre y cambió sus ropas de aldeano, por un bonito traje marrón y una capa con gran esclavina forrada de terciopelo, en la que envolvió sus ilusiones y pesares. De tal guisa, se fue en busca de ese París que según había oído, era la cuna de la pintura. Paseó por una y otra orilla del Sena, sin acercarse a la gente pobre y mal vestida, de la que nada bueno se podía esperar, según decía su progenitora, pero lo cierto era que la rica tampoco se relacionaba con él.

Una mañana de sol, extinguida casi su robada fortuna, cansado de buscar y rebuscar, no sabía muy bien qué, se apoyó en la balaustrada del Sacre Coeur, y mientras contemplaba París y se despedía de él, no hacía más que meditar en la manera de no parecer derrotado al volver a la fonda de su madre. Un joven, con una capa como la suya, aunque vieja y raída, apenas a un metro de distancia, sentado el suelo comenzó a dibujar.

—¿Es usted pintor o solo dibujante? 

—No se mueva —le gritó el hombre sin levantar la cabeza.

Quieto, sonriente, bien erguido, François le veía trazar líneas y sombras sobre la hoja de papel. Cuando le mostró el dibujo, pensó que la fortuna le sonreía, que aquel hombre podía ser su amigo. No se le ocurrió mejor manera de trabar amistad que la de invitarlo a cenar. Para ello se gastó el dinero del billete de vuelta a casa.

En un pequeño restaurante de la Place du Tertre, los nuevos camaradas, engulleron los alimentos departiendo sobre sus ansias y anhelos. Después, se fueron a un café en donde se unieron a la tertulia formada por camaradas del pintor. Al mostrarles el reciente dibujo, François les escucha hablar sobre la expresión de sus ojos, el temple de su figura, el áurea que emitía. Se sintió feliz en medio de aquel grupo de divertidos bebedores y hombres amargados.

Aquella noche, llevó sus exiguas pertenencias a la casa de su nuevo amigo y comenzó a trabajar. Cuando ahorró la cantidad robada, escribió:

Querida Madre:

Le envío el dinero que de la caja saqué la noche que me fui. Aunque hoy no pueda hacerlo, tal como le prometí al Señor en el momento de cometer mi horrible pecado, le enviaré esta misma cantidad cien veces. Quizá así pueda paliar su disgusto.

Soy feliz, madre. Vivo, como siempre soñé, inmerso en el mundo de la pintura. Mis cuadros aparecen en casi todas las exposiciones, y se venden bien. Le diría que son los más vendidos.

Pintar, pintar, no pinto. Pero hago de modelo, que no deja de ser otro modo de hacer pintura. ¿No cree?

Su hijo,
            François


© Malena Teigeiro

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