martes, 11 de septiembre de 2018

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Terrible y Temblores


                                               Imagen de Google/ Autor Andy Warhol.

Se llamaban Terrible y Temblores. Terrible era negro, con el pelo corto y brillante y un ojo extraviado que le daba un aspecto fiero, de ahí el nombre. Temblores, que era muy friolero, tenía un pelo rizado y lanoso tirando a blanco, cojeaba de una pata desde que, un día lluvioso, le pilló el carro, pero eso no le impedía correr y jugar con todos nosotros, mis hermanos pequeños y yo. Los dos eran grandotes o a mí me lo parecían, yo entonces era muy chica.

Los recuerdo, sobre todo en verano, a la hora de la siesta. Tendidos, todo lo largo que eran, en la puerta de la calle o en la semioscuridad del portal de casa; casi siempre, alguno de nosotros dormía a su lado con la cabeza recostada en su barriga, como un todo. Mi madre decía:

─Nadie se atreverá a hacerles daño cuando están con ellos.

Y, era verdad, ellos conocían a nuestros amigos y enemigos, aunque a veces no eran muy justos clasificando. Entre los enemigos, a los que gruñían y ladraban, estaban el médico y el practicante…

El médico era un hombretón alto y gordo, con un fuerte acento gallego. De Galicia llegó cargado de hijos, siete tenía. Su cara siempre estaba colorada, tal vez porque no se aclimataba a los calores y la sequedad de estas tierras. Terrible y Temblores no lo querían. No porque fuera ateo y, le molestara que su mujer fuera a misa ni tampoco porque no dejara casar a su hija, la más guapa, con un guardia civil. No lo querían porque a nosotros no nos gustaba. Nos asustaba con aquel vozarrón estentóreo, nos miraba la garganta con una cuchara y nos hacía guardar cama. Al practicante lo querían menos, a pesar de que era un hombre bajito y dicharachero. No paraba de hablar mientras hervía la jeringuilla en una cajita plateada, que colocaba encima de la mesilla de noche. Después venía el pinchazo.

─Ya está ¿Te ha dolido? ¿Verdad que no?

Terrible y Temblores estaban con nosotros en las largas tardes del verano, cuando anochecía poco a poco, y, los sones de las esquilas del ganado llegaban de lejos y se mezclaban con el piar enloquecido de los vencejos, alrededor de las paredes de la iglesia. A esa hora, nuestra madre nos llamaba para cenar, era la hora de recogernos, de dejar los juegos.

Nos acompañaban en las cenas de verano en el patio: alrededor de una mesa, mal calzada, sentados en sillas dispares, ellos en el suelo, atentos a nuestros movimientos, y, todos cerca de la única bombilla, que iluminaba aquel rincón. Con Terrible y Temblores los pequeños aprendimos a superar el miedo a la oscuridad y a la noche.

Así, aquel verano, cuando sucedió aquello, cuando tuvieron que sacrificar a Terrible por la sospecha de que, un perro rabioso lo había mordido, los pequeños vimos, con asombro, como se alejaba de nosotros mirándonos con mucha tristeza, sin atender a nuestras llamadas. Vimos como Temblores se refugiaba asustado en lo más oscuro del pajar. Luego, oímos un disparo.  Terrible no volvió. Aquel verano fue el último de nuestra niñez.

                                         © Socorro González- Sepúlveda Romeral


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