El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable…
Jorge Luis Borges
Para una versión del “I King”
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable…
Jorge Luis Borges
Para una versión del “I King”
Era un sábado por la tarde del mes de
mayo. Como de costumbre, Matilde sube las escaleras que llevan al piso
de su tía. Gertrudis aguarda a su sobrina como espera a la primavera,
con la paciencia de quien sabe que todo acontece.
La hija menor de su
hermana la visitaba con la esperanza de encontrar en las cartas del
tarot alguna respuesta a su desasosiego, que no era fruto de un trabajo
rutinario por conseguir dinero para viajes, compras y caprichos, ni la
búsqueda del hombre soñado y que no existe. Era la desazón de cada
mañana cuando bebía su taza de café, la mirada perdida, incapaz de
detenerse en los rostros de los viandantes, sus conversaciones a las que
no prestaba atención.
Matilde era consciente de que por las
siempre abiertas ventanas de su casa no entraba la luz; pese a los
miradores amplios, las risas de los niños no eran capaces de llegarle,
solo el ruido del camión de la basura. Ni la televisión, los personajes
de los libros, o las amigas imaginarias que creara en su niñez,
respondían a sus inquietudes.
Gertrudis y su piso eran diferentes. No
solo su voz pausada y las manos que se movían como mariposas, sino que
en cierto momento de su vida algo se detuvo en ella y quedó allí, en un
silencio musical, en una espera paciente.
Viuda desde joven, tenía una única
pasión: el tarot. Se tuteaba con las cartas como lo hubiera podido hacer
con una persona, y confiaba en ellas desde la última dieta para
combatir el estreñimiento hasta si era la fase lunar idónea para ir a la
manicura. Su sobrina esperaba encontrar las mismas respuestas, ésas que
la dirigieran a un camino sin incertidumbre. Quizás en algún momento
podría discernir el lenguaje de las figuras, que tras un corte mágico se
presentarían ante ella con la ansiada solución.
—La estrella. Te ha salido la estrella, pero está invertida.
Matilde se quedó mirando la carta, a esa
mujer con un cántaro en cada mano. ¿Por qué para una vez que me sale
una buena, sale invertida? Fue un impulso, con un gesto rápido y ante la
desaprobación de su tía, Matilde dio vuelta a la imagen. Ya está, ¿ves?
La dama me sonríe, no le gusta estar boca abajo.
Abundaban las risas de los jóvenes por
la calle y un olor a gardenias la hizo detenerse ante un jardín. Los
escaparates exhibían las tendencias para la temporada con los colores
del verano y se compró un vestido.
Era noche cuando llegó a su casa. Había
luz por debajo de la puerta contigua, llamó al timbre y ante la sorpresa
de su vecina, Matilde estiró el brazo con una botella de vino en la
mano. ¿Te apetece ver una película?
A la mañana siguiente, el sol entró por
los ventanales y tuvo que meter la cabeza debajo de la almohada, porque
los cantos de los pájaros no la dejaban dormir.
© Liliana Delucchi
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