viernes, 19 de octubre de 2018

Liliana Delucchi: Luz interior


El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable…
Jorge Luis Borges
Para una versión del “I King”

Era un sábado por la tarde del mes de mayo. Como de costumbre, Matilde sube  las escaleras que llevan al piso de su tía. Gertrudis aguarda a su sobrina como espera a la primavera, con la paciencia de quien sabe que todo acontece. 

La hija menor de su hermana la visitaba con la esperanza de encontrar en las cartas del tarot alguna respuesta a su desasosiego, que  no era fruto de un trabajo rutinario por conseguir dinero para viajes, compras y caprichos, ni la búsqueda del hombre soñado y que no existe. Era la desazón de cada mañana cuando bebía su taza de café, la mirada perdida, incapaz de detenerse en los rostros de los viandantes, sus conversaciones a las que no prestaba atención.

Matilde era consciente de que por las siempre abiertas ventanas de su casa no entraba la luz; pese a los miradores amplios, las risas de los niños no eran capaces de llegarle, solo el ruido del camión de la basura. Ni la televisión, los personajes de los libros, o las amigas imaginarias que creara en su niñez, respondían a sus inquietudes.

Gertrudis y su piso eran diferentes. No solo su voz pausada y las manos que se movían como mariposas, sino que en cierto momento de su vida algo se detuvo en ella y quedó allí, en un silencio musical, en una espera paciente.

Viuda desde joven, tenía una única pasión: el tarot. Se tuteaba con las cartas como lo hubiera podido hacer con una persona, y confiaba en ellas desde la última dieta para combatir el estreñimiento hasta si era la fase lunar idónea para ir a la manicura. Su sobrina esperaba encontrar las mismas respuestas, ésas que la dirigieran a un camino sin incertidumbre. Quizás en algún momento podría discernir el lenguaje de las figuras, que tras un corte mágico se presentarían ante ella con la ansiada solución.

—La estrella. Te  ha salido la estrella, pero está invertida.

Matilde se quedó mirando la carta, a esa mujer con un cántaro en cada mano. ¿Por qué para una vez que me sale una buena, sale invertida? Fue un impulso, con un gesto rápido y ante la desaprobación de su tía, Matilde dio vuelta a la imagen. Ya está, ¿ves? La dama me sonríe, no le gusta estar boca abajo.

Abundaban las risas de los jóvenes por la calle y un olor a gardenias la hizo detenerse ante un jardín. Los escaparates exhibían las tendencias para la temporada con los colores del verano y se compró un vestido.

Era noche cuando llegó a su casa. Había luz por debajo de la puerta contigua, llamó al timbre y ante la sorpresa de su vecina, Matilde estiró el brazo con una botella de vino en la mano. ¿Te apetece ver una película?

A la mañana siguiente, el sol entró por los ventanales y tuvo que meter la cabeza debajo de la almohada, porque los cantos de los pájaros no la dejaban dormir.


© Liliana Delucchi

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