viernes, 1 de febrero de 2019

Amantes de mis cuentos: A lo dicho, hecho




La otra noche perdió la serenidad. Presa de la angustia no pudo dormir. Y se sorprendió al sentir tristeza y celos. Ella era así, cualquier secreto, por nimio que fuese, lo consideraba alta traición.

No pretendía que todo el mundo la amara. Con que unos cuantos lo hicieran era suficiente, pero el respeto era fundamental, pensaba mientras se colocaba con nerviosismo los finos guantes.

Aún era temprano. Se acicalaba para tomar las riendas de su vida a pesar de la borrasca que caía sobre Madrid, y que desde la víspera no había dado respiro. Luego al salir a la calle la abofeteó ese olor que acompaña a la primera lluvia tras un largo período de sequía -los ingleses lo llaman petricor-. Insoportable ese vaho para ella. Lograba que sus sentidos comenzaran a desperezarse, y eso era lo que menos le apetecía.

Decir que estaba enojada con su marido era una valoración optimista. Aquel hombre era todo barriga y astucia. No podía consentir que hubiera llevado al Ritz a una baronesa teniendo en casa a una duquesa, ¡nada menos! Según rumores fidedignos la llevaba a comer a Lhardy en compañía del embajador ruso.

Con ella prefería la intimidad del hogar porque eran malos tiempos para permitirse el lujo de gastar tanto, sostenía; y se ufanaba de ser duque, aunque el título era de ella. Para colmo, esa noche, después de que ella cuestionara su fidelidad, dobló el periódico por la mitad mirándola con cariño, la invitó a sentarse a su lado comentando que abordaría, con su permiso, los problemas de uno en uno. Pero luego mirando el reloj añadió que, al día siguiente sin falta, hablarían. Y aseveró que tenía una reunión importante.

‒Si sales por esa puerta a tu regreso la encontrarás cerrada ‒señaló con furia contenida y tono arrabalero.

‒Mujer, no es digna de ti esta escena.

Y acariciándole la mejilla con indiferencia, tomó su bastón, su sombrero y se marchó.

Suerte que ella era una mujer de recursos. Así que llamó a un detective y a un abogado especializado en divorcios.

Y allí estaba, ahora, en Lhardy, bebiendo consomé hecho en el lujoso samovar de plata, a la espera de conversar acerca de su separación.

El detective llegó con fotos que no dejaban lugar a dudas, no quiso pensar cómo las consiguió. El abogado se presentó con un cartapacio bajo el brazo y ella gozó al pensar en la cara que pondría su querido marido al constatar que la amenaza de aquella noche no fueron meras palabras.



© Marieta Alonso Más


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