Se desconoce el significado
de este monumento megalítico situado a unos quince kilómetros al norte de
Salisbury, en el condado de Wiltshire, Inglaterra. El misterio de sus orígenes
nos ha llevado desde la magia a la ciencia ficción; se supone que se utilizaba
como templo religioso, monumento funerario y observatorio astronómico.
A saber.
En la Edad Media se decía que
las piedras habían acudido desde Irlanda a la llamada de Merlín, el mago de la
corte del rey Arturo. Y es que los monumentos megalíticos fueron en muchos
lugares de Europa, atribuidos a una raza de gigantes que habría poblado la
tierra en tiempos remotos. Según una de las leyendas del rey Arturo, el Círculo
de los Gigantes se alzaba en Irlanda y fue el rey Uther Pendragon, su padre,
quien lo transportó a Inglaterra con la ayuda de Merlín, para que fuera su
monumento funerario y el de otros caballeros bretones muertos en la lucha
contra los invasores sajones.
Luego se atribuyó a los
druidas, los sacerdotes de los antiguos celtas que con barbas y vestidos con
túnicas blancas celebraban en Stonehenge el solsticio de verano ‒el día más
largo del año‒ ya que coincide con el punto por donde sale el Sol ese día.
Hacia el 2400 a.C. se
construyó lo que hoy podemos ver: un círculo de columnas y dinteles y una
herradura interior de cinco arcos. Se supone que los bloques de arenisca fueron
traídos desde Marlborough, a cuarenta kilómetros al norte, sin otra fuerza que
la humana. Por lo que se deduce que la población era populosa y la sociedad
jerarquizada, solo una enorme disponibilidad de mano de obra y una gran
coordinación pueden explicar el esfuerzo de su construcción.
Los megalitos alcanzan 6,70
metros de altura y pesan hasta 45 toneladas. Tienen un ligero abultamiento en
la parte media, es la llamada éntasis, utilizada mil quinientos años después en
la Grecia Clásica para que las columnas parecieran rectas.
En 1130, Henry de Huntingdon
mencionaba Stonehenge como una de las cuatro maravillas de Britania. Fue
proclamado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986.
¡Cuánto ingenio!
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En el alba del día de San Juan |
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