Fuera por simple despiste o de forma intencionada, el caso es que Clotilde había olvidado cerrar la ventana.
Camina despacio, aspirando el olor de
los lilos de la casa de enfrente, es una construcción sólida, de
ladrillos y con grandes ventanales cubiertos de rejas. Los visillos,
siempre echados, se mecen con el aire como queriendo escapar entre los
barrotes. Y la música que sale del piano huye entre las flores hasta
llegar a la joven en un baile de notas. Clotilde desconoce la melodía,
pero siente que la eleva hasta las nubes.
Tengo que apresurarme, van a cerrar la
tienda y no tengo nada para la cena, piensa. Se quejará, como siempre, y
yo haré como que no lo escucho. Encenderá el televisor y se peleará con
el árbitro del partido.
Por la ventana abierta le llega la
música. Es un ángel. Un ángel que viene para llevársela entre sus brazos
a un mundo de sonidos, en el que reina la suavidad, el consuelo y una
siempre dulce seriedad, muy alejado de la vulgaridad cotidiana, imagina.
Una mañana cuando salía de la casa de
ladrillos, la vio de lejos. Alta, delgada y tan blanca como el marfil,
con el pelo rojo oscuro recogido en un moño. Caminaba como toca el
piano, como si no pisara el suelo.
Otra tarde la descubrió mirando sus rosales y abrió la portezuela del escaso jardín.
—¿Le gustan mis rosas? —le preguntó con timidez. A mí me encanta su música.
Le sonrió y aceptó la flor que le regalaba, así como su invitación a tomar café. Se hicieron amigas.
Después de comer, casi todos los días
Clotilde cruza la calle para adentrarse en el mundo mágico de su vecina,
cierra los ojos y se sumerge en las imágenes de las revistas de ese
salón tan bien amueblado, y que huele a las freesias, que hay por todos
los rincones.
Era viernes por la noche cuando escuchó
las sirenas y a su marido maldiciendo porque no lo dejaban oír el
partido. Se asomó a la ventana y pudo ver una ambulancia detenida frente
a la casa de ladrillos con grandes ventanales. Un mechón de su pelo
rojo oscuro asomaba debajo de la sábana de la camilla.
—Sus pulmones están muy enfermos. No
creo que resista mucho más ‒le dijo la madre de su amiga cuando fue a
verla al hospital con un ramo de freesias.
Después del funeral, el silencio se
apoderó del barrio. Por la ventana abierta de Clotilde solo entraba el
rumor de la lluvia. Intentó convencer a su esposo de que se mudasen,
pero ésa había sido la casa de sus padres, rezongaba el marido.
Tienes la cabeza llena de pájaros y la
culpa es de la que murió. En ese momento la mujer siente un calor que le
sube desde el estómago hasta las sienes y quiere estar muy lejos.
Ahora sus paseos están rodeados de un
silencio apenas roto por los buenos días con una vecina, o los
comentarios de otra. Cuando regresa a su casa, se queda mirando por la
ventana siempre abierta, a la espera de una melodía que ya no atraviesa
la calle, que ya no la acompaña.
Las luces de la ambulancia frente a su
casa y las llamas que los bomberos intentaban apagar, sorprendieron al
hombre cuando volvía de su partida en el bar. Era noche cerrada.
© Liliana Delucchi
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