lunes, 18 de marzo de 2019

Paula de Vera García: Invitado a largo plazo (Vegeta & Bulma #1)







La noche había caído hacía poco rato sobre las dependencias de Capsule Corp. y la vivienda de sus nuevos anfitriones, pero Vegeta se sentía incapaz de conciliar el sueño. Cierto que había aceptado la propuesta de aquella extraña joven de pelo azul de quedarse en su casa, pero la amabilidad que le habían dispensado al llegar casi le daba náuseas. Al fin y al cabo, la primera vez había llegado al planeta dispuesto a destruirlo. ¿Es que lo habían olvidado?

No es que no agradeciera su afortunada situación: no era estúpido. Pero aquellas muestras de aceptación tan empalagosas –sobre todo por parte de la histérica rubia alias madre de la del pelo azul– habían conseguido que casi saliera corriendo y buscara refugio en el bosque. Cualquier sitio era mejor que aquello, se intentó convencer. Sin embargo, cuando le enseñaron su dormitorio y pudo darse una ducha por primera vez en muchos días, reflexionó fríamente y decidió que vivir a cuerpo de rey era a lo que estaba destinado desde que nació. ¿Por qué desaprovechar la oportunidad?

Además, si era cierto que querían recuperar a Kakarot y devolverlo a la vida, él podría intentar espiar a sus antiguos camaradas para averiguar sus puntos débiles y usarlo en su contra. Pero primero debería convertirse él mismo en Super Saiyan… Y después de la vergonzosa derrota en Namek tenía que admitir, en honor a la verdad, que no tenía ni repajolera idea de cómo conseguirlo. Más allá de despellejarse entrenando, claro estaba. ¿Qué otra salida le quedaba si no?

Cuando fue a vestirse, de nuevo en su dormitorio, el Saiyan comprobó con disgusto que solo tenía el mono y la armadura agujereados que había conseguido rescatar de la nave de Freezer en Namek. Resopló. Odiaba la idea de tener que usar ropa humana así que, por el momento, tendría que contentarse con aquella prenda. El último vestigio, pensó amargamente, de lo que había sido hasta hacía menos de un día.

Cuando se estaba terminando de enfundar las botas, Vegeta escuchó una llamada en la puerta y se puso en guardia de inmediato.

–¿Quién va? –preguntó con aspereza.

Un segundo de duda y, entonces, una voz desgraciadamente conocida se escuchó al otro lado:

–Soy Bulma. ¿Puedo pasar?

Vegeta suspiró, reprimiendo a duras penas varios tacos que pugnaban por salir de su boca. ¿Por qué no podían dejarlo tranquilo, malditos fueran todos? No obstante, se sorprendió cuando, como un autómata, se incorporó, abrió la puerta y asomó apenas medio rostro. ¿Se habría vuelto loco? ¿Lo habría trastornado tanto su muerte y posterior resurrección –benditas bolas de dragón– en Namek?

–¿Qué quieres? –ladró a la recién llegada, mientras se guardaba cualquier posible reflejo de sus pensamientos bajo una mueca ceñuda.

Ella parecía algo cohibida, cosa que complació al Saiyan. Pero la atención de este se desvió de inmediato hacia lo que ella llevaba en las manos, al tiempo que su tripa protestaba ruidosamente.

–Bueno… Yo… –la joven alzó la bandeja repleta de comida, sonriendo con las mejillas encendidas–. He supuesto que tendrías hambre; y como no has bajado a cenar…

Vegeta entrecerró los ojos, sin decir nada al principio. Su interior se debatía entre el deseo de quedarse solo y el delicioso olor de la comida que aquella patética humana le había llevado a cambio de nada.

–Está bien –claudicó finalmente el Saiyan, abriendo algo más la puerta para hacer sitio a la joven–. Pasa y deja la comida ahí –le espetó–. Y luego lárgate.
A pesar de sus rudas palabras, Bulma obedeció sin rechistar; depositando las cosas de la bandeja en la mesa auxiliar del dormitorio, una a una, antes de abrazar la plancha de metal contra ella y encaminarse de nuevo hacia la puerta.

–Buenas noches –murmuró, sin mirarlo apenas, más por costumbre que por otra cosa.

Al oír aquello, Vegeta notó una especie de puñetazo en las costillas. Algo que, sin quererlo, le indicó que debía ser al menos un poquito amable con ella. Devolverle la fórmula… ¡Algo! Sin embargo, de su boca solo salió aquello que llevaba quemándolo por dentro desde que ambos se habían encontrado en el bosque:

–¿Por qué eres amable conmigo? –inquirió con una ceja enarcada, en dirección a la espalda de la joven.

La muchacha pareció tomarse su tiempo para responder, volviéndose despacio con las manos todavía aferrando la bandeja y mirándolo fijamente.

–No lo sé, si te soy sincera –admitió con una leve sonrisa que no subió hasta sus ojos–. Pero supongo que es lo que hago cuando alguien aterriza en mi planeta sin ningún sitio adonde ir –se encogió de hombros de una manera que provocó un curioso estremecimiento al joven Saiyan–. Pero… eres libre de irte cuando quieras. Lo sabes, ¿no?

Vegeta entrecerró los ojos, pero no respondió. Se limitó a ver desaparecer la espalda de la chica por el hueco de la puerta unos segundos después y, cuando se quedó solo en la penumbra de su improvisado nuevo dormitorio, espiró con fuerza y se quedó mirando por la ventana, pensativo. Aunque ella no lo hubiera mencionado, él había empezado a recordar con nitidez el primer momento en que se habían encontrado. Él, desde su posición, había amenazado con matarla si aquel maldito canijo calvo… ¿Krilin? no le entregaba la bola de dragón.

El Saiyan apretó los puños. Si esos dos criajos no se hubiesen ido por su cuenta.... Vegeta sentía la rabia consumiendo su interior con saña… Podría haberlo logrado… Podría haber sido… El joven moreno apretó a su vez los dientes y maldijo por lo bajo, apartándose de la ventana. Ya no merecía la pena lamentarse. Freezer estaba muerto. Kakarot también, aunque quisieran revivirlo junto a los demás con las nuevas bolas de dragón. Él solo tendría que esperar su oportunidad.

Sonrió levemente con codicia mal disimulada al contemplar aquella opción. Sí, esperaría. Y cuando consiguiera su objetivo… Bueno, era evidente lo que iba a suceder, ¿no?

***

En cuanto perdió de vista a su extraño invitado, Bulma suspiró con fuerza y sintió su cuerpo relajarse de golpe, casi hasta el punto de dejar caer la bandeja vacía que llevaba en las manos. Por suerte, pudo hacer malabares a tiempo para evitar que el estridente metal golpeara el suelo y Vegeta tuviera motivos para salir al pasillo y mofarse de ella… De nuevo. La joven frunció el ceño y sacudió la cabeza, molesta, mientras sus pasos la encaminaban hacia el piso inferior. ¿Qué se había creído ese engreído? Ella solo estaba siendo amable, por supuesto, pero podía haberlo abandonado en el bosque como al perro sarnoso que era para que se lo comiera alguna bestia salvaje. ¿O no? Al fin y al cabo, si Yamcha y los demás estaban muertos era por su culpa…

Yamcha. Bulma se detuvo en seco al pensar en él. ¿Era posible…? «Pero, ¿cómo…?» No, en efecto: tras rebuscar en su interior, Bulma descubrió con cierto pasmo que no había demasiado rastro del afecto que tenía por su antiguo y difunto novio. Era como si… Bueno, como si su muerte hubiera diluido sus sentimientos, mezclados con el duelo, hasta dejar solo una curiosa añoranza que nada tenía que ver con el amor que antes le profesaba.

Casi sin quererlo, Bulma giró la cabeza para observar de reojo la puerta cerrada de Vegeta, antes de retornar la vista con rudeza al frente y sacudir con fuerza su corta melena azul. No, de ninguna manera. ¿Vegeta? ¿ÉL? «Vamos, hombre…»

Sin embargo, la joven recordó en ese momento uno de sus extraños sueños de los últimos días, mientras proseguía su ruta hacia la cocina, al tiempo que un nudo extraño se apoderaba de su estómago. «Eso jamás va a pasar», se repitió por enésima vez. «Besar a Vegeta está tan lejos en mi lista de prioridades como…» Bulma apretó los dientes, intentando pensar en la situación más desagradable posible a la que se pudiera enfrentar. Pero, de repente, era como si su mente estuviera en blanco. «¡Oh, por Dios! ¿Qué más da?», resolvió mentalmente, furibunda, mientras arribaba a la cocina y arrojaba la bandeja con violencia sobre la encimera.

–Eso nunca sucederá, y punto –declaró en voz alta, ceñuda y creyéndose sola.

–¿El qué no sucederá nunca?

–¡AY!

Bulma pegó un brinco de inmediato al percatarse de que había alguien más y se giró, dispuesta a negarlo todo. Pero frenó en seco cuando se percató de que el recién llegado era su padre.

–¡Papá! –sonrió, con absoluta inocencia–. ¿Qué…? ¿Qué haces aquí a estas horas?

El Dr. Brief se colocó las gafas con tranquilidad antes de adentrarse en la cocina a oscuras y encender el interruptor.

–¿Estás segura de que no quieres contarme nada, Bulma? Estás algo pálida...

La muchacha tragó saliva con fuerza, mientras la imagen de Vegeta no paraba de dar vueltas en su cabeza con la energía de un huracán.

–N… No, nada. De verdad –disimuló ella, sonriendo con más convicción aún–. Solo bajaba a dejar la bandeja de… Bueno, ya sabes. El Saiyan loco que hemos decidido acoger en casa –se excusó–. Pero ya… Me voy… –canturreó mientras avanzaba hacia la puerta con la pose de inocencia intacta–... ¡A la cama! ¡Buenas noches, papá! –gritó mientras desaparecía a toda velocidad por el pasillo.

El Dr. Brief, por su parte, se quedó mirando con aire pasmado el sitio por donde había desaparecido su hija antes de girarse para observar la cocina, confundido, y repetir:

–“¿Hemos?”


(Imagen: Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)

© Paula de Vera García

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