La noche había caído
hacía poco rato sobre las dependencias de Capsule Corp. y la vivienda de sus
nuevos anfitriones, pero Vegeta se sentía incapaz de conciliar el sueño. Cierto
que había aceptado la propuesta de aquella extraña joven de pelo azul de
quedarse en su casa, pero la amabilidad que le habían dispensado al llegar casi
le daba náuseas. Al fin y al cabo, la primera vez había llegado al planeta
dispuesto a destruirlo. ¿Es que lo habían olvidado?
No es que no
agradeciera su afortunada situación: no era estúpido. Pero aquellas muestras de
aceptación tan empalagosas –sobre todo por parte de la histérica rubia alias madre de la del pelo azul– habían
conseguido que casi saliera corriendo y buscara refugio en el bosque. Cualquier
sitio era mejor que aquello, se intentó convencer. Sin embargo, cuando le
enseñaron su dormitorio y pudo darse una ducha por primera vez en muchos días,
reflexionó fríamente y decidió que vivir a cuerpo de rey era a lo que estaba
destinado desde que nació. ¿Por qué desaprovechar la oportunidad?
Además, si era cierto
que querían recuperar a Kakarot y devolverlo a la vida, él podría intentar
espiar a sus antiguos camaradas para averiguar sus puntos débiles y usarlo en
su contra. Pero primero debería convertirse él mismo en Super Saiyan… Y después
de la vergonzosa derrota en Namek tenía que admitir, en honor a la verdad, que
no tenía ni repajolera idea de cómo conseguirlo. Más allá de despellejarse
entrenando, claro estaba. ¿Qué otra salida le quedaba si no?
Cuando fue a vestirse,
de nuevo en su dormitorio, el Saiyan comprobó con disgusto que solo tenía el mono
y la armadura agujereados que había conseguido rescatar de la nave de Freezer
en Namek. Resopló. Odiaba la idea de tener que usar ropa humana así que, por el
momento, tendría que contentarse con aquella prenda. El último vestigio, pensó
amargamente, de lo que había sido hasta hacía menos de un día.
Cuando se estaba
terminando de enfundar las botas, Vegeta escuchó una llamada en la puerta y se
puso en guardia de inmediato.
–¿Quién va? –preguntó
con aspereza.
Un segundo de duda y,
entonces, una voz desgraciadamente conocida se escuchó al otro lado:
–Soy Bulma. ¿Puedo
pasar?
Vegeta suspiró,
reprimiendo a duras penas varios tacos que pugnaban por salir de su boca. ¿Por
qué no podían dejarlo tranquilo, malditos fueran todos? No obstante, se
sorprendió cuando, como un autómata, se incorporó, abrió la puerta y asomó
apenas medio rostro. ¿Se habría vuelto loco? ¿Lo habría trastornado tanto su
muerte y posterior resurrección –benditas bolas de dragón– en Namek?
–¿Qué quieres? –ladró
a la recién llegada, mientras se guardaba cualquier posible reflejo de sus
pensamientos bajo una mueca ceñuda.
Ella parecía algo
cohibida, cosa que complació al Saiyan. Pero la atención de este se desvió de
inmediato hacia lo que ella llevaba en las manos, al tiempo que su tripa protestaba
ruidosamente.
–Bueno… Yo… –la joven
alzó la bandeja repleta de comida, sonriendo con las mejillas encendidas–. He
supuesto que tendrías hambre; y como no has bajado a cenar…
Vegeta entrecerró los
ojos, sin decir nada al principio. Su interior se debatía entre el deseo de
quedarse solo y el delicioso olor de la comida que aquella patética humana le
había llevado a cambio de nada.
–Está bien –claudicó
finalmente el Saiyan, abriendo algo más la puerta para hacer sitio a la joven–.
Pasa y deja la comida ahí –le espetó–. Y luego lárgate.
A pesar de sus rudas
palabras, Bulma obedeció sin rechistar; depositando las cosas de la bandeja en
la mesa auxiliar del dormitorio, una a una, antes de abrazar la plancha de
metal contra ella y encaminarse de nuevo hacia la puerta.
–Buenas noches –murmuró,
sin mirarlo apenas, más por costumbre que por otra cosa.
Al oír aquello, Vegeta
notó una especie de puñetazo en las costillas. Algo que, sin quererlo, le
indicó que debía ser al menos un poquito amable con ella. Devolverle la
fórmula… ¡Algo! Sin embargo, de su boca solo salió aquello que llevaba
quemándolo por dentro desde que ambos se habían encontrado en el bosque:
–¿Por qué eres amable
conmigo? –inquirió con una ceja enarcada, en dirección a la espalda de la joven.
La muchacha pareció
tomarse su tiempo para responder, volviéndose despacio con las manos todavía
aferrando la bandeja y mirándolo fijamente.
–No lo sé, si te soy
sincera –admitió con una leve sonrisa que no subió hasta sus ojos–. Pero
supongo que es lo que hago cuando alguien aterriza en mi planeta sin ningún
sitio adonde ir –se encogió de hombros de una manera que provocó un curioso
estremecimiento al joven Saiyan–. Pero… eres libre de irte cuando quieras. Lo
sabes, ¿no?
Vegeta entrecerró los
ojos, pero no respondió. Se limitó a ver desaparecer la espalda de la chica por
el hueco de la puerta unos segundos después y, cuando se quedó solo en la
penumbra de su improvisado nuevo dormitorio, espiró con fuerza y se quedó
mirando por la ventana, pensativo. Aunque ella no lo hubiera mencionado, él
había empezado a recordar con nitidez el primer momento en que se habían
encontrado. Él, desde su posición, había amenazado con matarla si aquel maldito
canijo calvo… ¿Krilin? no le entregaba la bola de dragón.
El Saiyan apretó los
puños. Si esos dos criajos no se hubiesen ido por su cuenta.... Vegeta sentía
la rabia consumiendo su interior con saña… Podría haberlo logrado… Podría haber
sido… El joven moreno apretó a su vez los dientes y maldijo por lo bajo,
apartándose de la ventana. Ya no merecía la pena lamentarse. Freezer estaba
muerto. Kakarot también, aunque quisieran revivirlo junto a los demás con las
nuevas bolas de dragón. Él solo tendría que esperar su oportunidad.
Sonrió levemente con
codicia mal disimulada al contemplar aquella opción. Sí, esperaría. Y cuando
consiguiera su objetivo… Bueno, era evidente lo que iba a suceder, ¿no?
***
En cuanto perdió de
vista a su extraño invitado, Bulma suspiró con fuerza y sintió su cuerpo
relajarse de golpe, casi hasta el punto de dejar caer la bandeja vacía que
llevaba en las manos. Por suerte, pudo hacer malabares a tiempo para evitar que
el estridente metal golpeara el suelo y Vegeta tuviera motivos para salir al
pasillo y mofarse de ella… De nuevo. La joven frunció el ceño y sacudió la
cabeza, molesta, mientras sus pasos la encaminaban hacia el piso inferior. ¿Qué
se había creído ese engreído? Ella solo estaba siendo amable, por supuesto,
pero podía haberlo abandonado en el bosque como al perro sarnoso que era para
que se lo comiera alguna bestia salvaje. ¿O no? Al fin y al cabo, si Yamcha y
los demás estaban muertos era por su culpa…
Yamcha. Bulma se
detuvo en seco al pensar en él. ¿Era posible…? «Pero, ¿cómo…?» No, en efecto:
tras rebuscar en su interior, Bulma descubrió con cierto pasmo que no había
demasiado rastro del afecto que tenía por su antiguo y difunto novio. Era como
si… Bueno, como si su muerte hubiera diluido sus sentimientos, mezclados con el
duelo, hasta dejar solo una curiosa añoranza que nada tenía que ver con el amor
que antes le profesaba.
Casi sin quererlo,
Bulma giró la cabeza para observar de reojo la puerta cerrada de Vegeta, antes
de retornar la vista con rudeza al frente y sacudir con fuerza su corta melena
azul. No, de ninguna manera. ¿Vegeta? ¿ÉL? «Vamos, hombre…»
Sin embargo, la joven
recordó en ese momento uno de sus extraños sueños de los últimos días, mientras
proseguía su ruta hacia la cocina, al tiempo que un nudo extraño se apoderaba
de su estómago. «Eso jamás va a pasar», se repitió por enésima vez. «Besar a
Vegeta está tan lejos en mi lista de prioridades como…» Bulma apretó los
dientes, intentando pensar en la situación más desagradable posible a la que se
pudiera enfrentar. Pero, de repente, era como si su mente estuviera en blanco. «¡Oh,
por Dios! ¿Qué más da?», resolvió mentalmente, furibunda, mientras arribaba a
la cocina y arrojaba la bandeja con violencia sobre la encimera.
–Eso nunca sucederá, y
punto –declaró en voz alta, ceñuda y creyéndose sola.
–¿El qué no sucederá
nunca?
–¡AY!
Bulma pegó un brinco
de inmediato al percatarse de que había alguien más y se giró, dispuesta a
negarlo todo. Pero frenó en seco cuando se percató de que el recién llegado era
su padre.
–¡Papá! –sonrió, con
absoluta inocencia–. ¿Qué…? ¿Qué haces aquí a estas horas?
El Dr. Brief se colocó
las gafas con tranquilidad antes de adentrarse en la cocina a oscuras y
encender el interruptor.
–¿Estás segura de que
no quieres contarme nada, Bulma? Estás algo pálida...
La muchacha tragó
saliva con fuerza, mientras la imagen de Vegeta no paraba de dar vueltas en su
cabeza con la energía de un huracán.
–N… No, nada. De
verdad –disimuló ella, sonriendo con más convicción aún–. Solo bajaba a dejar
la bandeja de… Bueno, ya sabes. El Saiyan loco que hemos decidido acoger en
casa –se excusó–. Pero ya… Me voy… –canturreó mientras avanzaba hacia la puerta
con la pose de inocencia intacta–... ¡A la cama! ¡Buenas noches, papá! –gritó
mientras desaparecía a toda velocidad por el pasillo.
El Dr. Brief, por su
parte, se quedó mirando con aire pasmado el sitio por donde había desaparecido su hija antes de girarse para observar la cocina, confundido, y repetir:
–“¿Hemos?”
(Imagen: Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)
© Paula de Vera García
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