domingo, 11 de agosto de 2019

Socorro González- Sepúlveda Romeral: Peonías en abril







Cuando yo era una niña, estaba siempre atenta a todo lo que ocurría a mí alrededor. Mis primas, huérfanas de madre, iban a consultar con la mía las historias románticas que vivían. 

Yo escuchaba estas conversaciones y, aunque no las entendía del todo, me inventaba, a partir de ellas, historias de amor. Esta afición me llevó a interpretar una rara amistad de la que fui testigo porque se desarrollaba cerca de donde yo vivía.

Don Ricardo terrateniente y dueño de la casa grande, con balcones a la calle y escudo nobiliario en el dintel de la puerta. Era un señor, muy mayor para mí, que vestía con discreción y elegancia y que, cada día a la misma hora, en invierno y en verano, visitaba a una señora, mi vecina, no muy joven, peinada con una gruesa trenza, que enmarcaba su hermoso rostro y dulces ojos pardos.

La llevaba peonías en abril, rosas en mayo, ramos de azucenas blancas, como las que se ponen en el altar de la Virgen, mazapanes en diciembre y libros de poesía a los que era muy aficionada. Ella lo recibía todo con su mejor sonrisa. A las cinco en punto de la tarde, esperaba a su amigo en el pequeño patio cubierto de hiedra o en el salón de su casa, siempre acompañada de una vieja sirvienta, como exigía el decoro.

─ ¿Son novios, madre? ─me atreví a preguntar.

─No, son amigos desde hace mucho tiempo ─fue su contestación.

Pero esta respuesta no contestaba a las preguntas que yo me hacía. Acostumbrada a los románticos noviazgos de mis primas, que a veces acababan en boda, no comprendía esa actitud respetuosa y amorosa a la vez, que había entre mi guapa vecina y don Ricardo.  Pensé que había un impedimento entre los dos, fantaseé: Matrimonios secretos anteriores, promesas rotas…

Pasó el tiempo, yo me hice mayor, ellos se casaron un buen día, cuando nadie lo esperaba. Él tardó muy poco en morir, ella se quedó viuda. Una tarde de verano, en el patio de su casa cubierto de hiedra me contó la historia, era sencilla: Se enamoraron muy jóvenes, ella servía en casa de don Ricardo. Sus padres no querían esa relación y la despidieron. El juró que se casaría con ella, pero al mismo tiempo, no quería disgustar a sus padres, así fue, como esperó a que estos murieran para hacerla su esposa. Los dos esperaron con paciencia siendo los mejores amigos y, soñando con el día en que, por fin, estarían juntos para siempre.     


© Socorro González-Sepúlveda Romeral

1 comentario:

  1. Hola!
    Me quede como rascándome la cabeza por la situación de esa pareja, impensada en estos tiempos. LLenos de paciencia y empatia.
    Saludos llenos de hiedra

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