viernes, 20 de septiembre de 2019

Blanca de la Torre: Un canalla... despistado (Cuento + Trailer)



Hacía tres días que todos le ignoraban. No era un vecino modelo, había hecho sus méritos para que no se atrevieran a bajar con él en el ascensor, ni darle palique. Y él había disfrutado cultivando ese temor día tras día, envolviendo en una bruma de ponzoña aquel edificio antiguo, de techos altísimos y escaleras de madera, aliados perversos que amplificaban el golpeteo de sus botas desgastadas, que, como las cadenas de un fantasma, anunciaban su presencia.

Tal vez cruzó la línea que convierte a los corderos en lobos el día en el que casi se carga a la vecina del tercero. ¿Cómo iba a saber que la vieja estaba tan cascada como para romperse la cadera? Ni que él tuviese Rayos X en los ojos para ver sus huesos carcomidos.

Todo el mundo estaba muy raro, arrugando la nariz al pasar por delante de su puerta. ¿A qué venía eso ahora? La última vez que echó una meada en el portal fue por Año Nuevo, y de eso hacia ya… mucho tiempo.

Había cumplido con la justicia y quería empezar de nuevo, pero no lo lograba.  Algo se interponía, tiraba de él para llenarle de mierda hasta las orejas: si no era la avaricia, era la amargura; si no era la lujuria, era la soledad. O el poli de turno para preguntarle en qué andaba metido. ¡En vivir decente!; como si con eso no tuviera bastante.

Los vecinos pululaban a su alrededor, sin mirarle siquiera, con los ojos fijos en un punto y allí se dirigió él. Recorrió el pasillo de su casa, era largo y estrecho, oscuro, con las paredes viejas y sucias, la pintura desportillada, los trozos de papel arrancado le acariciaron los hombros y pensó que eran más amables que muchas personas que habían pasado por su vida.

Oyó una arcada y tras una orden de un tío con uniforme, que no sabía qué pintaba allí, la gente fue apartándose y entre los huecos que iban dejando pudo ver unos pies, de uñas astilladas, renegridas, que se balanceaban pesadamente, al compás de un pantalón sucio, con el botón de la cinturilla a medio abrochar, que dejaba ver una cicatriz atravesando una barriga consumida, franqueada por unos brazos flotantes, largos y velludos, que salían de un pecho de piel cenicienta.

Al alzar la mirada descubrió una cabeza colgando de una soga. ¡Un tío se había ahorcado en mitad de su salón! Fue entonces cuando la verdad le hizo tambalearse. Algo no andaba bien. El corazón debería martillearle en el pecho, las gotas de sudor recorrerle la frente y los temblores sacudir sus manos. Pero, claro, eso solo ocurre cuando no tienes una cuerda alrededor del cuello, ni tu cuerpo sin vida sirve de escaparate para tus vecinos.

Su último recuerdo le golpeó con fuerza y su alma murmuró:

—¡Vaya, lo había olvidado!

© Blanca de la Torre Polo


Échale un vistazo al tráiler de Un Canalla… Despistado



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