Blog literario de Francisco Martínez Bouzas |
"FIN DE POEMA": BRECHAS PARA DESCENDER AL ABISMO
Fin de poema
Juan Tallón
Traducción: Juan
Tallón
Editorial
Alrevés, Barcelona, 2015, 158 páginas
Este
mismo año, Juan Tallón, que ya no es una joven promesa como lo ha calificado un
crítico de esos de renombre, confesaba que escribía tirándolo todo por la
borda, para no hacer cosas peores. Pero lo cierto es que Juan Tallón no
defrauda al lector, porque efectivamente es de lo mejor que nos ofrece el
actual panorama narrativo, tanto en gallego como en español. Y eso a pesar de
que su primer libro, o uno de los primeros, A
pregunta perfecta (O caso
Aira-Bolaño) fue destripado por un crítico gallego que así
equilibraba el
interminable cupo de reseñas elogiosas. Pero la realidad, que suele
terminar por
imponerse a pesar de lo que opinemos los que tenemos el osado vicio de
hacerlo,
es la que es y está ahí: Juan Tallón, su narrativa, es un vigoroso y
saludable
soplo de aire fresco, algo que se impone, que
subyuga al lector -por supuesto en el buen sentido- ya sea escribiendo
de fútbol entre chascarrillos y anécdotas; convirtiendo el relato de una
mudanza en literatura; ficcionalizando sobre los garitos de Madrid,
sobre la experiencia nefasta en un
periódico ourensano en el que estaba prohibido hacer periodismo; o sobre
las reliquias
del váter de Onetti en el que Horacio Varela se sienta cada día para
leer al
escritor uruguayo.
Escribir impugnando cualquier tentación de seriedad. Así se mueve Juan
Tallón en la narrativa de aliento largo o en sus colaboraciones periodísticas
en prensa (El País, Jot Down, La Cadena Ser…). Mas no todos los libros del
escritor gallego son un brindis al humor, a la ironía o a los real, irreal o
esperpéntico que suele anidar en la misma vida. A Juan Tallón, y me atengo a sus palabras, le interesan
los procesos de descomposición de los individuos. Le gusta escribir sobre tipos
que se van a pique entre las huídas, sobre los fracasos, los procesos creativos;
sobre la muerte, sobre la premuerte y esos sutiles instantes que preceden al
tránsito final. Y de eso precisamente va este libro con el que el autor obtuvo
el primer, o quizás el segundo, premio literario en Galicia, traducido ahora
por el mismo autor y editado por la catalana Editorial Alrevés, y que en
octubre podrá ser catado por aquellos lectores que prefieran su lectura en
español.
Cesare Pavese |
Hoy me complace adelantar esta reflexión valorativa, cimentada en las
galeradas que Alrevés me ha hecho llegar y que en octubre será libro hecho y
derecho. Lo hago con el convencimiento de que Fin de poema avala una escritura innovadora, vanguardista,
fragmentaria, minimalista, en ocasiones
metaliteraria, pero que nada tiene que ver con la literatura irrelevante
que con frecuencia inunda el mercado.
Fin de poema se ensambla con
esa tendencia representada por muchos de los grandes escritores actuales que
novelan de otra manera, convirtiendo a escritores, artistas o intelectuales en
personajes de ficción, convencidos de que las fronteras entre realidad y
ficción en la narrativa actual andan revueltas, y las vidas o los momentos de
una vida pueden o deben de ser recreadas en invenciones perfectamente
ficcionales. La trama de Fin de poema, a pesar de que se concentra en momentos de la vida de cuatro grandes poetas del
pasado siglo, no es biografía, fabula vidas. La novela nos presenta, con una
mirada muy perspicaz, un fragmento de la vida de cuatro poetas (Cesare Pavese,
Gabriel Ferrater, Alejandra Pizarnik y Anne Sexton). En concreto, de sus
últimas horas con vida, lo que dota a la narración de una especial intensidad,
muchas veces agónica. Una cala en sus obras, en sus atroces tempestades,
hilvanando todo esto teniendo en cuenta circunstancias tanto familiares como
culturales, históricas y políticas. El autor contextualiza el tiempo narrativo
con el tiempo histórico por medio de sutiles pincelas, a las que es preciso
prestar atención. Una trama pues que recrea ficcionalmente instantes de vida
personal, literaria, incluso editorial; las tareas, miedos, los infiernos
(cáncer, alcohol, psicosis, paranoias…) de estos cuatro poetas, las noches de
sus vidas, sus experiencias vitales, sus tormentas, sus tendencias suicidas;
sus caminos por el corazón de la angustia, hasta llegar finalmente a esa brecha
definitiva hacia el abismo: el suicidio.
Una novela que aspira a estar a la altura interna de los personajes
ficcionalizados. Todos ellos poetas que ejercieron una enorme influencia en sus
contemporáneos y en las generaciones posteriores. Juan Tallón pues novela
fragmentos de vida de personas reales, transformadas en personajes deambulando
entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte, hasta que llegan al límite, al muro donde todo comienza
a resquebrajarse. El texto busca narrar esa
trágica grieta que se produce en los suicidas, lo que tiene mucho de
reto literario, pero también de reto existencial, porque nadie sabe lo que pasa
en esa premuerte, en los instantes finales en la cabeza de las personas que
están a punto de poner fin a sus existencias. Pero, al mismo tiempo, el libro
es una declaración de amor a la poesía tanto por parte del autor como por parte
de los personajes que, incluso en los momentos finales de sus existencias,
intentan ahondar en las consecuencias que motivaron, al menos en algunos casos,
su silencio poético. Novela pues muy compleja, rica y de varias lecturas, a
pesar de su brevedad.
Alejandra Pizarnik |
Anne Sexton |
Existe, por otro lado, un finísimo vínculo entre los cuatro relatos, a
pesar de tratarse de cuatro vidas independientes que pertenecen además a
distintas generaciones de poetas y que no mantuvieron relaciones personales
entre ellos. Por ejemplo, en la historia de Alejandra Pizarnik aparece referido
un libro de Gabriel Ferrater, que desde París le envía Julio Cortázar. Tienen
así mismo cabida en el texto algunas dosis de metaliteratura. Por ejemplo, la
narración del proceso de creación de Alejandra Pizarnik. El autor hace que
cobren presencia muchos escritores del siglo XX. No obstante, la novela no está
ahogada en un mar de textos poéticos, aunque los hay, pero son muy oportunos.
Por ejemplo, los versos de Alejandra Pizarnik: “¿Cómo no me extraigo las venas / y hago con ellas una escala / para
huir al otro lado de la noche?” (página 83)
Considero además que el autor describe perfectamente los ambientes,
sobre todo los ambientes humanos, los pensamientos, la corriente de vida y
muerte que circula por las venas de los poetas ficcionalizados. Reproduce así
mismo un buen número de anécdotas que contribuyen a que la lectura sea incluso
entretenida.
Gabriel Ferrater |
Es remarcable el empleo que en esta novela se hace de la técnica
minimalista, o mejor dicho de la elisión, porque en la escritura de esta novela
no existió un editor que, como hizo Gordon Lish con los relatos de Raymond
Carver, pode el texto. Pero el autor solamente relata de una forma explícita,
en el desenlace de la novela, el suicidio de Gabriel Ferrater. Mas incluso así,
a lo largo del desarrollo del texto, va dejando suficientes pistas para que el
lector, sin encontrarlo narrado de forma explícita y sin sobresaltarse con
otros suicidios, sepa cuál fue el dramático final de Cesare Pavese, Alejandra
Pizarnik y Anne Sexton, poetas que un día quedaron sin versos en un negro
silencio, en un insoportable vacío que los precipitó de forma irreversible en
esa estremecedora grieta. La calidad del texto de Juan Tallón sumergirá al
lector en esa agonía, sin tremendismos ni sentimentalismos y al mismo tiempo le
mostrará su anverso: la fuerza de la vida.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Hace
años que (Cesare Pavese) avistó el final de su vida. Tal vez en forma de libro
imaginado. Todo lo que vino después no fue sino una recreación de aquella
visión. Es mentira que uno se acostumbre al dolor. Cada vez que uno entra en
bancarrota emocional lo hace siempre por
primera vez. No tiene costumbre. El
dolor es constante pero nuevo. Por eso cada año, cada minuto, sufre más. Toma
un lápiz y una hoja de papel. Ecribe:
Queridas Coonie, Tina, Fernanda, Bianca,
Pierina…Todas. No me habéis dado sino motivos para matarme. Os felicito. Todo lo que
me ha conducido esta tarde hasta aquí ha tenido su origen de una manera u otra
en vuestras mentiras. No habéis tenido piedad conmigo. Espero que el tormento
al que yo hoy pongo fin se reparta equitativamente entre vosotras. Habrá
suficiente para todas. Ojalá tengáis cáncer.
Cesare"
…..
“Aquí
está el poeta frente a la muerte. El poeta sin poesía, agotado, seco, como un
roble ante su último y peor invierno.
¡Vale la pena que el sol se alce del mar / y que empiece la larga jornada?
Mañana, / con la diáfana luz, volverá el alba tibia / y será igual que ayer y
nunca ocurrirá nada.
Prepara
una pipa para suavizar la evocación de la
mujer que llegó en marzo que lo
importuna a estas horas. Se le impone un recuerdo del mes de abril, cuando
Connie lo citó en el café Elena. Aquel mediodía, antes de encontrarse, él supo
que volvería a sufrir, que todo se acababa otra vez.”
…..
“Pronto
amanecerá. Está alterada (Alejandra Pizarnik). Está desorientada y alterada.
Bajo ese estado desahuciado realiza una llamada telefónica al diario La Nación y pide que le pasen con
alguien de obituarios «A estas horas, señorita, solo puedo ponerla con el
personal de teletipos de la noche. Son las seis de la mañana», responde la
telefonista, que enfatiza la hora. Dadas las circunstancias -desorientada, alterada-,
Alejandra se conforma con eso.
Cuando
responden al teléfono en la redacción, la poeta se imagina por la voz a un
hombre joven, fumador y de poca paciencia, pero resulta ser especialmente
atento, tal vez sin vicios. Alejandra se identifica con su nombre y apellido, y
añade, modestamente el dato de la profesión. «Es un gusto hablar con usted. He
leído alguno de sus libros. ¿En qué puedo ayudarla a estas horas»? Alejandra
pregunta si ya tienen avanzada su necrología. «Es conocido que hay obituarios
que conviene ir adelantando, para que la muerte no tome la redacción con todo
por hacer.”
…..
“Ella
no precisa más años. Avanza hacia el fin. Tiene vistas ya a la ruina. Ese
estado mezcla de ausencia y desesperación total la empuja a tomar la tiza y
escribir su último verso sobre la pizarra. «No quiero ir nada más que hasta el
fondo.» Intuye que en ese momento acaban de pasarle mil cosas por la cabeza,
porque siente como el golpe de una cascada de agua a la altura de su frente.
Nada retiene. Las pastillas la guían por un lugar despejado. Pero eso todavía
le parece insuficiente. Ve nubes altas. Ingiere todo el Seconal sódico que hay
en casa. Cincuenta pastillas. Hace un intento de evocar las fructíferas
amistades, aunque todo se desmorona como una ráfaga de otoño. La muerte se muere de risa pero la vida / se
muere de llanto pero la muerte pero la vida / pero nada nada nada.”
…..
“Llenó
(Gabriel Ferrater) el vaso que había en la mesa con ginebra y lo bebió de un
trago. Había alcanzado el límite, el muro, todo comenzaba a resquebrajarse. Lo
llenó una segunda vez y de nuevo le asestó un trago largo y definitivo. Luego
acudió a su habitación, y en la mesilla de Marta, en el primer cajón, encontró
una caja de tranquilizantes. Extrajo tres pastillas, que dejó respirar unos
segundos sobre la palma de la mano antes de ingerirlas de un golpe. Lo hizo con
un movimiento automático, echando hacia atrás la cabeza. Se desprendió de la
gabardina y la abandonó sobre la cama. En el respaldo de una silla del salón
colgó su americana. La soledad volvió a hablarle, pero lo interpretó como la
ineluctable antesala del fin. Hacía tiempo que sabía que al cielo o al infierno
se va solo. En ese vacío que lo rodeaba como un ejército ante el que no cabe
más que rendirse, aún tuvo recordatorios. Recordó a Jaime Salinas, y cómo
guardó silencio en 1957, aceptando que este momento llegaría, y sería
inevitable que Gabriel cumpliese su augurio. Recordó que dejaba una deuda de
treinta y nueve mil pesetas en la librería Herder, que con el tiempo Marta
-conociéndola- saldaría íntegramente,
aunque a plazos. Recordó que a él no le ocurriría como a Raymond Chandler, que
se quiso suicidar pero falló el tiro, y aunque nunca más lo intentó, tuvo que
aguantar que sus amigos lo fastidiasen diciéndole que escribía buenas novelas
de crímenes, pero que no sabía suicidarse bien. Todo lo que ocurrió después
resultó mecánico, como si en realidad ocurriese en tiempo pasado. Fue a la
cocina, abrió un cajón, sacó una bolsa de la basura, regresó al salón, se sentó
en el sofá, se quitó las gafas oscuras, cubrió la cabeza con la bolsa, la
apretó por el cuello, esperó. Por ahora
no digamos nada: / no alarmemos a nadie / mostrando la herida / sangrante y
purulenta. / Démosle tiempo y olvido. / Callémos hasta que nadie / ni yo mismo,
/ lo pueda / confundir aún conmigo”
(Juan
Tallón, Fin de poema. páginas 45-46, 75-76,
80-81, 84-85, 157-158)
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