sábado, 12 de junio de 2021

Amantes de mis cuentos: El baile del ayer (Versión francesa)

 


LE BAL D’HIER
Marieta Alonso


Le ciel pleurait. Nous ne pourrons pas aller au parc, dit grand-mère. Les enfants se regardèrent les uns les autres avec malice, et ils arrivèrent à la convaincre qu’avec les imperméables, les bottes en caoutchouc et les masques on ne se mouillerait pas. On verra bien, dit-elle en allant s’habiller.

 

Dans la rue des flaques de différentes dimensions rêvaient de devenir des lagunes, les lagunes des rivières, et les rivières  la mer. On n’est jamais heureux avec ce que l’on a. C’est ce qu’elle avait appris de la vie.


Elle marchait sur le trottoir avec sa canne, et les enfants pataugeant sur la route, ils arrivèrent à destination. Elle chercha des yeux le mendiant, qui jouait de la flûte, caché dans les arcades de la Grande Place. Sa musique était gaie et invitait à danser.

 

Chaque fois qu’elle l’entendait, ses pieds suivaient les notes. Son corps n’était plus celui d’avant, en revanche, son esprit semblait avoir vingt ans lustrés, avec la même envie de vivre, de rêver, de jouer avec l’amour. Elle se souvint de la fois où elle sentit une main légère dans son dos et qu’elle s’envola dans les airs qui firent se déployer la jupe. Elle montra quelque chose de plus que le nécessaire. Cela ne dura qu’un instant, heureusement; si cela avait duré une éternité, les commérages continueraient encore à résonner. Elle n’oublia jamais cette valse de l’Empereur, Ha, Strauss! Quel chatouillement!


C’était l’époque où elle n’avait pas besoin de soutien-gorge. Les décolletés de ses vêtements restaient fermes, insinuants, séduisants, et attiraient tous les regards.

 

Un cri puéril l’a tira de son rêve:

 

Grand-mère! Réveille-toi! Mon frère n’arrête pas de sauter dans les flaques et il me mouille avec l’eau sale.

 

Traducida con mucho cariño: 

María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa. 

Un millón de gracias María.  


El baile de ayer

Marieta Alonso

El cielo amaneció llorando. No podremos ir al parque, pronosticó la abuela. Los chicos se miraron entre ellos con picardía, y la convencieron que entre los chubasqueros, las botas de agua y las mascarillas no se mojarían. Ya veremos, respondió y se fue a vestir.

En la calle charcos de distintos tamaños soñaban con llegar a ser lagunas, las lagunas con ser ríos, y los ríos con la mar. Nunca se está contento con lo que se es. Eso lo aprendió de la vida.

Ella, por la acera con su bastón, y los niños chapoteando por la calzada llegaron a su destino. Se entretuvo en buscar al mendigo, que tocaba la flauta, resguardado en los soportales de la plaza Mayor. Su tonadilla era alegre, invitaba a bailar.

Cada vez que lo oía, se le iban los pies tras las notas. Su cuerpo ya no era el de antes, en cambio, su mente parecía tener veinte lustrosos años, con las mismas ansias de vivir, de soñar, de juguetear con el amor. Recordó aquella vez que sintió una mano ligeramente ahuecada en la espalda y voló por los aires en una floritura que hizo que la falda se desplegara. Enseñó algo más de lo debido. Solo duró un instante, menos mal, si hubiese durado una eternidad las habladurías seguirían sonando. Nunca olvidó aquel vals del Emperador, ¡Ay, Strauss! ¡Qué cosquilleo!

Eran tiempos en que no tenía necesidad de usar sujetador. Los escotes de sus vestidos se mantenían firmes, insinuantes, seductores, mientras atraían todas las miradas.

Un grito infantil la sacó del ensueño:

¡Abuela! ¡Despierta! Mi hermano no para de saltar en los charcos y me salpica con el agua sucia.

© Marieta Alonso

 

 


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