Aquella mañana, Ban se despertó
temprano como de costumbre. Despacio, abrió los ojos con pereza y contuvo
apenas un bostezo relajado. De primeras, su mirada se clavó en el techo de
ramas en cuanto fue capaz de enfocar algo a su alrededor. Los nudos parecían
moverse con vida propia en la madera, mientras algunos brotes discretos querían
empezar a abrirse paso entre sus vetas. Ban sonrió con deleite mientras sus
ojos descendían muy lentamente, siguiendo el apretado ramaje, hasta llegar a la
altura del suelo del dormitorio. Una vez allí, se clavaron con especial interés
en una figura pálida y estilizada situada frente a él. Sus alas se encontraban
desplegadas en todo su esplendor, brillando con ese fulgor dorado tan especial
que volvía loco al ex bandido con sólo mirarlo. Aunque a este hecho también
contribuía la vista de las suaves curvas de su cuerpo menudo, apenas ocultas en
aquel instante por la larga melena de cabello rubio y lacio cayendo por su
espalda.
―Si sigues mirándome así, me voy a
derretir… ―comentó Elaine entonces, sin girarse.
El humano soltó una risita ronca,
pillado en falso.
―Culpable… ―reconoció, con media
sonrisa lobuna y sin moverse un centímetro de su posición en la cama―. ¿Cuándo
has sabido que estaba despierto?
En ese instante, su mujer se irguió
y lo encaró de lado, mientras terminaba de retirarse los últimos restos de agua
del rostro juvenil; eso sí, con media sonrisa irónica que Ban diría que había
aprendido de él.
―¿Más o menos? Desde ese “menudas
vistas” que tu mente ha dejado escapar… ―ironizó el hada―. ¿He acertado?
Ban rio con más fuerza, tocado y
hundido, pero sin perder su propia mueca en ningún momento.
―Vaya. Entonces, está claro que me
has cazado… ―canturreó. Elaine, por su parte, se giró del todo antes de
cruzarse de brazos y observarlo con sorna―. De todas formas, cariño. No puedes
pedirme que no aprecie ciertas cosas en su justa medida ―se defendió él, con
fingida inocencia y sin dejar de recorrer sus curvas con mirada impune―. ¿No
crees?
Para su deleite, la sonrisa de
Elaine se ensanchó mientras avanzaba hacia la cama y se aproximaba a él.
―No, no se me ocurriría ―siguió ella
su tono, antes de subirse a la cobertura vegetal que hacía las veces de sábanas
y arrodillarse a su lado. Ban se irguió sobre los codos para aproximarse más,
reprimiendo a duras penas la tentación de lanzar sus labios sobre aquel cuerpo
magnífico a sus ojos―. Espero que hayas dormido bien…
Él asintió, acariciándole la mejilla
con una castidad opuesta a sus pensamientos.
―Ayer fue un día especial, aunque no
lo creas…
Elaine meneó la cabeza, no sin
cierta diversión cargada de ternura, al saber a qué se refería.
―Bueno, es verdad que para las
hadas, los cumpleaños no significan demasiado… Por lo menos, si hablamos año a
año ―admitió, antes de sonrojarse y morderse el labio con aparente pudor―. Pero
contigo… Me gusta celebrarlos. Lo reconozco.
Ban la miró con dulzura.
―No podría pedir otra cosa que
celebrar cada día de mi vida contigo, sea el que sea ―aseguró, haciendo que
ella lo imitara―. Aunque… Sólo espero que te gustara el regalo de cumpleaños…
Elaine soltó una risita encantada.
―¿Te refieres al banquete que se te
ocurrió preparar aprovechando que Jericho estaba ocupada con Lance?
La mueca orgullosa de Ban se
ensanchó, sin ápice de arrepentimiento.
―Bueno, creo que fue una cena muy
romántica ¿no crees? Los dos solos, sin nadie que nos molestase durante mucho
rato...
No añadió que el hecho de poder
hacer el amor con ternura y pasión durante el resto de la noche, ya entre los
muros de su dormitorio marital; justo después de dicha cena y casi sin ser
capaces de reprimir sus instintos ni siquiera por el camino a la cama, para él
había sido agradecimiento de sobra. Al menos, frente a lo que él consideraba
apenas un detalle insignificante para todo lo que merecía su reina. Sin
embargo, Elaine sólo tuvo que escuchar lo que pasaba por su mente para
sonrojarse de forma deliciosa, al tiempo que se mordía el labio de nuevo con
azoro.
―¡Para, Ban! Deja de pensar esas
cosas tan alto, o no conseguiré que mi cara recupere un color normal en todo el
día…
El aludido sonrió y sacudió la
cabeza, divertido como nunca. Al menos, antes de rendirse sin esfuerzo y, en
cambio, acercarse un poco más a su flamante esposa. Cuando sus labios se
rozaron, Elaine tampoco se resistió y ambos se besaron durante dos minutos que
se hicieron demasiado cortos. Sobre todo, cuando varios gorgoritos de tono
infantil y elevado llegaron a sus oídos a través de la puerta del dormitorio.
Ban contuvo sin problema su leve contrariedad por no poder seguir disfrutando
de la intimidad con la mujer de su vida, mientras esta alzaba la cabeza casi de
inmediato y prestaba atención a la fuente del sonido.
―Bueno… Creo que vamos a tener que
dejar esto para después ¿no? ―ironizó entonces la reina hada, dirigiendo una mirada
elocuente a su esposo humano.
Ban asintió con idéntico humor.
―Venga, vamos a ver al canijo, que
ya es hora… ―indicó. Aunque aprovechó a tomar a su mujer por la cintura durante
un breve instante, besarla por última vez y susurrar―. Y, lo dicho… Te tomo la
palabra para después. ¿De acuerdo?
***
Como ambos suponían, nada más llegar
al dormitorio del pequeño Lancelot, este los recibió con emoción rielando en
sus ojos rojizos, mientras agitaba las manos en el aire. Elaine llegó enseguida
para sacarlo de la cuna y abrazarlo, sonriendo con dicha absoluta. ¿Quién le
hubiese dicho hacía más de dos años, cuando aún esperaba en la Necrópolis a que
Ban encontrara la forma de devolverle la vida, que llegaría a disfrutar de
semejante bendición? Lancelot era un bebé tranquilo, aunque avispado; crecía a
buen ritmo y, con casi un año ya de edad, era un polvorín que hacía las
delicias –o no tanto– de todo el palacio. Desde luego, había otra habitante
humana del mismo que correspondía al primer grupo, y así lo demostró su amplia
sonrisa cuando vio aparecer a la familia en el enorme salón comedor.
―¡Buenos días, chicos! ―saludó una
Jericho jovial, como de costumbre. A sus casi veinte años, la antigua
perseguidora de Ban había empezado ya a transformarse en una auténtica mujer.
Muestra de lo cual era que su antaño cabello corto por la barbilla, que siempre
llevaba recogido en cola de caballo, ahora empezaba a caer, en suaves ondas
hasta la parte baja de sus hombros―. Pero ¿cómo está mi chiquitín?
Lancelot, por supuesto, reaccionó a
aquella llamada de atención manoteando y gorjeando en dirección a Jericho. Ban
y Elaine intercambiaron una risita cómplice antes de dejar que la madrina del
pequeño lo cogiese en brazos y comenzase a hacerle carantoñas.
―¿Cómo va todo por el Bosque,
Jericho? ―preguntó entonces Ban, tomando unas frutas de una balda cercana y
comenzando a preparar los cuencos de desayuno― ¿Alguna novedad esta mañana?
La humana se encogió de hombros con
naturalidad, al tiempo que le cedía el niño a una Elaine ya lista para darle el
pecho. No le quedaba demasiado para empezar a dejar la lactancia, pero el hada
había descubierto desde hacía unos meses que ya no podía casi concebir el hecho
de no hacerlo todos los días.
―Lo cierto es que parece que todo
anda tranquilo ―repuso entonces Jericho, tomando una fruta para ella y dándole
un mordisco intenso antes de proseguir―. Nada comparado a hace un par de años,
desde luego…
―Y mejor que siga siendo así ―repuso
Ban sin acritud, sentándose al lado de su mujer y tendiéndole su desayuno,
antes de acariciar con ternura la rubia cabecita de su hijo―. Que, al menos nos
den un tiempo de respiro… ¿No?
Jericho rio y los otros dos la
corearon. Lo cierto era que, fuera como fuese, nada parecía capaz de estropear
aquella dulce tranquilidad en la que todos vivían sumidos desde hacía cosa de
un año, si no más. Pero la prevención nunca era algo a tomarse a la ligera. De
ahí que, varios minutos después y tras terminar todos de llenar el estómago,
Ban anunciase que se iba a dar la vuelta de patrulla de rigor por el bosque.
Las dos mujeres lo despidieron entonces junto con Lancelot, afectuosas;
desapareciendo el padre en el preciso momento que el bebé pugnaba con más
fuerza por bajar al suelo.
Con un suspiro, Elaine lo dejó hacer
y lo observó gatear durante unos segundos. Al menos, antes de comprobar cómo el
pequeño intentaba alzarse con esfuerzo sobre las dos piernas. Momento en que
las dos mujeres presentes cruzaron una mirada cómplice y Jericho dijo:
―¿Lista para volver a intentarlo?
Elaine asintió, convencida y
sabiendo de qué le hablaba
―Lance, mi amor ―llamó a su hijo.
Este se giró, curioso, pero no reculó cuando ella se aproximó y se arrodilló a
su lado. Entonces, el hada sonrió con dulzura y pronunció―. Bueno… ¿Qué te
parece si intentamos andar un poquito?
Historia inspirada en Ban & Elaine, personajes de
“Nanatsu No Taizai”
Imagen: Ban x Elaine, de 619Alberto
Sigue a Paula de Vera en sus redes sociales: Facebook, Instagram
y Blog.
¡Me encantan tus historias! Espero que sigas haciendo historias de mi pareja favorita... ¡Eres increible!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por comentar ❤️❤️muchos abrazos!
Eliminar