domingo, 19 de diciembre de 2021

Liliana Delucchi: Entre la espuma

 


Lo que sucedía siempre volvió a suceder, como todas las noches: Las protestas de los chiquillos antes de irse a la cama, la insistencia de la niñera para que se lavasen los dientes y Clarisa en su sillón a la espera de la llamada telefónica de su marido que va a decirle que tampoco esta vez irá a cenar.

Se sirve una copa de vino y mira a su alrededor. Sus ojos se detienen ante el cuadro que acaba de colgar. No está muy segura de haber hecho una buena compra, pero esa tarde no tenía ganas de volver a su casa y el local de subastas era una buena opción. Tiene la sensación de que el martillero la miraba con insistencia. Era elegante, con una voz grave y tan clara como un actor de teatro. ¿De verdad retuvo su mano más de lo debido o eran solo imaginaciones suyas? Sonríe al silencio y se cubre las piernas con una manta. No es frío, piensa, solo necesidad de que alguien me arrebuje. El sonido del móvil la devuelve a su salón y la voz de Luis le confirma lo que ya sabía. Es hora de un buen baño.

El cuarto de baño es una de sus zonas preferidas de la casa. Lo diseñaron entre los dos, cuando todavía hacían cosas juntos, cuando se metían en esa bañera a susurrar lo felices que eran y lo que les quedaba por hacer. Ahora es territorio de Clarisa. Luis prefiere una ducha rápida por la mañana.

Mientras rellena la tina con agua caliente se queda mirando por la ventana las luces de la ciudad. ¿Qué ocurrirá en aquellas casas que están más allá de la colina? Se imagina familias felices, alguna anciana solitaria y la consabida joven fundida en su tablet. Ya entre la espuma, respira profundamente con la mirada fija en sus dedos del pie. Magnífica pedicura, Sabrina. ¿Qué estará haciendo el hombre de esta tarde? Tengo su tarjeta, puedo llamarlo o pasar por la casa de subastas. Pero ¿Qué estoy pensando? Eso lo haría Carmen, que es una lanzada, yo terminaría balbuceando incoherencias. Mejor me olvido.

Cierra los ojos y siente que la acarician por debajo del agua. Es el subastero que desliza su pie a lo largo del vientre de Clarisa. La mujer se estremece, coge el tobillo del hombre y empieza a masajearle la planta. Respira hondo antes de sumergirse y de pronto… Ya no está en su bañera. Es un mar color esmeralda, hay peces y alguien le hace señas para que se dirija a una cueva subterránea. Aprieta los párpados para recordar cada detalle de la cara de ese desconocido hasta hace solo unas horas, pero no lo logra. Se da cuenta de que es Luis quien la llama desde las rocas, quien le tira besos que se transforman en pompas. Sale a la superficie. Desde el cuarto de baño en penumbra ve que se enciende la luz del vestidor y por el pasillo a su marido que avanza desnudo hacia ella.
—Sabía que estabas aquí, por eso me di prisa —le dice antes de introducirse en medio de la espuma.

© Liliana Delucchi


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