Museo del Prado (Madrid) |
Es una de las obras más bellas e importantes de la
pintura flamenca del siglo XV. Óleo sobre tabla. Formaba parte de un tríptico
encargado por el gremio de ballesteros de Lovaina para su ermita de Nuestra
Señora Extramuros, como indican las dos ballestas que cuelgan en la tracería de
las dos esquinas mayores de la tabla. Allí estuvo durante más de cien años,
hasta que la regente de los Países Bajos, María de Hungría, hermana de Carlos V,
la canjeó por un órgano y una réplica pintada por Michel Coxcie.
Muestra el momento en que José de Arimatea, el fariseo
Nicodemo y otro hombre descuelgan el cuerpo de Jesús mientras su madre, María,
cae desmayada y es sostenida por San Juan y otra mujer, en una postura paralela
a la de su hijo muerto.
Rogier van der Weyden encaja a las figuras en un
espacio apaisado, en forma de urna. Dentro de este espacio limitado, las
figuras se comunican en un sinuoso y armónico juego de líneas. El fondo es
liso, de color dorado ‒simboliza la eternidad y es propio de lo divino‒,
semejando un tablero. La verticalidad de la cruz queda compensada por una
diagonal que va desde la cabeza del joven que ha desclavado a Cristo hasta el
pie derecho de San Juan. Los colores fríos caracterizan a las mujeres y al
joven subido a la escalera, los demás personajes visten colores cálidos. Es
extraordinaria la calidad de sus pigmentos, en especial el manto de la Virgen,
de profundo color azul.
Provoca la emoción del espectador.
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