viernes, 17 de diciembre de 2021

Paula de Vera García: Un día especial (Ban & Elaine) - Parte III

 


 

―¡Ban! ―lo recibió Elaine, encantada; antes de dejar a Lancelot un instante en las capaces manos de Jericho, incorporarse y acercarse a él con un corto vuelo. El beso fue corto y casto, pero el hada se estremeció como de costumbre cuando notó los dedos de él acariciando su cintura con mimo―. ¿Qué tal ha ido la patrulla?

―Muy bien ―sonrió su esposo, ufano, antes de girar la vista hacia el bebé y su madrina―. ¡Hola, canijo! ¿Qué andáis haciendo?

Su mujer resopló por lo bajo, reflejándose el cansancio en sus facciones sin esfuerzo.

―Estábamos con lo de seguir aprendiendo a andar ¿verdad, mi amor? ―preguntó a un Lancelot que los miraba con ojos brillantes de expectación y adoración, todo en uno―. Pero me da que alguien no quiere esforzarse mucho hoy…

―Oh. Conque sí ¿eh? ―canturreó entonces Ban, para sorpresa y mayor interés de Elaine―. Bueno, canijo… Entonces… ¿a que no adivinas lo que te ha traído papá del paseo?

―¿Qué es? ―se interesó Elaine, mientras a Jericho se le abrían los ojos también al máximo a causa de la curiosidad―. Ban ¿qué vas a hacer? ―insistió el hada en un susurro más bajo, al ver que él no contestaba enseguida.

Sin embargo, el humano se limitó a depositar un dedo sobre su sonrisa pícara, como si pidiera silencio, antes de inclinarse junto a un Lancelot que lo recibió con la alegría inherente a su edad. Sólo entonces, Elaine comprobó cómo su amado metía la mano por dentro de la cola de su largo chaquetón rojo y extraía algo que captó la atención del bebé en un abrir y cerrar de ojos.

―Bueno, pequeño… Fíjate lo que tengo para ti.

Como su madre debió suponer, Lancelot echó de inmediato las manos hacia delante para coger el codiciado muñeco; sin embargo, no levantó el trasero del suelo más que para arrodillarse y avanzar a gatas hacia su padre. Momento en el que este, ladino, alzó la mano y apartó el juguete del alcance del pequeño.

―¡Ah, no! No creas que lo vas a tener tan fácil, campeón… No si no haces lo que mamá te ha pedido.

Por supuesto, ante aquella negativa, el pequeño compuso un puchero inmediato y amenazó con empezar a llorar. Cuando los primeros gemidos y las primeras lágrimas asomaron a su boca y sus ojos, respectivamente, Elaine suspiró con el corazón encogido. No podía soportar que su tesoro llorase, fuera como fuese…

―Ban, no te preocupes ―dijo entonces, arrodillándose junto a ellos―. Ya lo conseguiremos de otra manera. Venga, dale el muñeco, anda…

Pero el aludido negó sin violencia antes de dirigirle una mirada rojiza y confiada.

“Tranquila, cielo. Todo irá bien. Confía en mí.”, susurró en su mente, algo que ella escuchó a la perfección.

Algo insegura, el hada apretó los labios, pero se tranquilizó un tanto en cuanto vio lo que reflejaba el corazón de Ban. Este, por su parte, se giró de nuevo hacia Lancelot en cuanto vio la aprobación en el rostro de su mujer

―Vamos, pequeño. Sé que puedes hacerlo. ―Cuando agitó el muñeco frente al niño, a una altura algo más accesible aunque no lo suficiente para cogerlo estando de rodillas, el berrinche desapareció como por ensalmo y su atención se fijó de nuevo en el premio ante sus ojos―. Confía en ti mismo ¿vale? Sé que puedes…

―Ban… ―susurró Elaine, aún indecisa.

Pero él sólo le dirigió un asentimiento confiado.

―Venga. Vamos a ayudarle un poco ¿de acuerdo?

El hada, entendiendo a lo que se refería, se situó entonces tras Lancelot, sujetando sus manos con delicadeza. El niño, mientras tanto, no dejaba de observar el muñeco. Jericho, por su parte, permanecía sentada en silencio a escasos dos metros de distancia, contemplando la escena casi con silenciosa reverencia. Cuando Ban retrocedió apenas un paso y se acuclilló, sosteniendo el muñeco frente a sí, Elaine tiró apenas de Lancelot hacia arriba. Este pareció dudar un instante; sospechando, quizá, que la pesada rutina de caminar comenzaba de nuevo. Pero sus ojos no se despegaban de ese premio que se agitaba goloso en el aire, frente a él. Probablemente por ello, al cabo de unos pocos segundos, el pequeño se decidió a alzar la primera rodilla y plantar el pie en el suelo. Cuando la segunda pierna siguió el mismo recorrido, Elaine contuvo la respiración, alternando la vista sin querer entre padre e hijo. Pero el primero mostraba una mueca confiada que no desapareció en ningún momento. De hecho, sus ojos no se distrajeron de Lancelot mientras este hacía un esfuerzo soberano por mantenerse en equilibrio sobre sus pies.

Aun así, el hada pensó que no sería capaz de contener un gemido encantado cuando, un instante después, Lancelot echó el pie para dar el primer paso hacia delante; todo mientras la conexión visual entre él y su progenitor parecía casi palpable. Cuando dio el segundo paso, Elaine dio gracias a las diosas y la madre tierra en su interior por tener a aquel hombre tan maravilloso a su lado. ¿Cómo había sido capaz de intuir tan rápido lo que necesitaba Lancelot para dar, literalmente, un paso adelante? No obstante, al cuarto paso y cuando Ban le pidió que soltara una de las manos del niño, Elaine se asustó por un momento.

―Ban... ¿Estás seguro?

Pero este asintió con tal serenidad que el hada, sin dudarlo dos veces, obedeció de inmediato. Para su mayor pasmo, Lancelot parecía haber olvidado toda reticencia a caminar por sí mismo en los últimos segundos; tanto que terminó dando los siguientes dos pasos sin ayuda y sin dudar ya un instante. Al menos, antes de trastabillar como su madre imaginaba. Sin embargo, el bebé cayó entonces sobre la gran mano de su padre, que esperaba para recibirlo como si también supiera que aquello podía suceder. Y el posible llanto por el tropezón se diluyó en una milésima de segundo cuando Ban rio, alzó a su hijo con un brazo y lo acercó a su rostro.

―¡Sí, señor! ―lo felicitó; entregándole el premio sin dilación y sonriendo con más ganas ante el gorgorito de triunfo del pequeño, nada más abrazar aquella suavidad contra su cuerpecito menudo―. ¿Ves cómo sí que podías hacerlo, campeón? ¡Eres el mejor!

―¡Ban! ―exclamó Elaine entonces, antes de dejarse acunar por el brazo libre de él y enterrar el rostro en el hueco de su cuello―. ¡No puedo creerlo! ¿Cómo sabías que Lance haría eso?

Sin embargo, la que contestó fue Jericho desde su posición, incorporándose a su vez y cruzando los brazos con gesto comprensivo y satisfecho al mismo tiempo.

―Porque en el fondo, sabía que Lancelot podía hacerlo y quería que él confiase en ello, también. ¿Verdad, Ban?

El rey de Benwick asintió despacio, sin perder su propia mueca orgullosa.

―Es algo muy común cuando los niños humanos no quieren aprender a andar, si no es con ayuda, hasta ser más mayores. Siempre he creído que eso sólo consigue hacer hombres débiles que jamás lograrán nada por sí mismos ―expuso, natural―. Pero tú no lo eres ¿no es cierto, campeón?

Lancelot rio por toda respuesta cuando Ban frotó su nariz con la de él, haciéndole cosquillas con el flequillo en la rubia cabecita. Al menos, antes de abrir la boca y emitir un sonido que ninguno de los presentes le había escuchado hasta la fecha:

―“Bah”

Aquella sencilla sílaba dejó a los tres adultos clavados en el sitio en un instante. Nada más terminar las carantoñas con su padre, sin esperarlo, En honor a la verdad, el niño no había hecho algo semejante hasta la fecha, ni de manera tan clara. Pero eso no impidió que el corazón de Elaine se acelerase de inmediato como el vuelo de un colibrí al escucharlo.

―Cariño… ¿Qué has dicho? ―preguntó la reina, siendo la primera capaz de recuperar el habla apenas unos segundos después.

Pero, para su mayor estupor, el bebé sólo se giró hacia su padre. Antes de repetir, convencido:

―“Bah”

Tras reponerse apenas de la sorpresa, los tres adultos se miraron con la incredulidad pintada en el rostro. De hecho, a los ojos de los dos parentales asomaron enseguida unas diminutas lágrimas de emoción al comprender, más o menos, lo que acababa de ocurrir. Más aún cuando Lancelot tironeó del cuello de pelo del chaquetón de Ban y repitió la misma palabra.

―Ban… ―susurró Elaine, haciendo que Lance lo repitiera en su particular tono infantil―. Su primera palabra…

―Sí… ―jadeó el padre―. Pequeñajo, eres toda una caja de sorpresas ¿eh? ―lo felicitó, encantado―. Así que tu primera palabra es el nombre de papá ¿eh?

Lancelot, por su parte, se limitó a sonreír con inmensa felicidad y agitar el muñeco que sostenía en el aire, lo que hizo reír a todos los presentes. El primero, al orgulloso e incrédulo padre humano de la criatura. El cual, por enésima vez, se alegró de que el destino le hubiese concedido el futuro familiar que siempre soñó tener. Porque… ¿acaso podía pedir más?

 

***

 

Después de aquello, la tarde pasó relajada. Mientras Jericho salía de patrulla, Ban y Elaine siguieron entretenidos con el pequeño Lancelot, hasta casi olvidarse de la hora de la cena. Si bien era cierto que el bebé no dijo más palabras nuevas aquel día, sí se animó a caminar un poco más, sin soltar su nuevo juguete de la mano en ningún momento. Para los dos padres primerizos, fuera como fuese, era como si no pudiera existir mayor dicha en el mundo; al menos, no comparable a la que sentían en ese momento.

Sin embargo, las sorpresas tampoco terminaron ahí, al menos para Elaine. Cuando la noche cayó y la mujer feérica ya se encaminaba hacia el dormitorio, tras terminar de recoger los salones y dejarlos preparados para el día siguiente, escuchó algo de camino que la hizo desviarse hacia el cuarto de Lancelot. Mientras ella se ocupaba del palacio, Ban se había encargado de ir a acostar al pequeño polvorín, después de un día de intensas emociones.

«Y yo que pensaba que ayer la celebración había sido intensa…», pensó Elaine con ironía.

Sin embargo, su reflexión se interrumpió en cuanto la mujer se acercó un poco más a la puerta de la habitación de su hijo; y distinguió, esta vez con más claridad, las palabras que surgían desde la semi-penumbra al otro lado.

―“Pero… ¿cómo puedes estar aquí?”, preguntó entonces la princesa hada prisionera. “¿Quién te ha dejado llegar? El bosque que rodea este gran árbol es muy espeso y hay muchos enemigos”. “No sé”, contestó el pícaro, sin mentir a otro ser vivo por primera vez en mucho tiempo. “No he encontrado grandes problemas y sólo estaba intentando encontrar un tesoro que dicen que se esconde en estos pagos… ¡Ya sé! ¡Quizá tú puedas ayudarme a encontrarlo!”. “Pero… yo no sé nada de un tesoro”, explicó la princesa. He estado aquí encerrada aquí toda mi vida, durante muchos siglos, y hace mucho que no veo nada del mundo exterior”. A lo que el bandido se quedó pensando un rato y, entonces, se le ocurrió una idea. “¡Ya sé! Te sacaré de aquí y, entonces, podrás ayudarme a buscarlo. Viajaremos juntos y tú podrás ser libre. ¿Qué opinas?”

―Y la princesa respondió: “es la mejor oferta que me han hecho nunca”.

Al escucharla, Ban calló con un leve respingo, aunque logró mantener el equilibrio sobre el alféizar de la improvisada ventana del tronco sin demasiado problema. De inmediato, se giró, como si no esperase de ninguna manera que alguien lo sorprendiese contando el cuento a Lancelot. Este, por su parte, hacía casi un minuto de reloj que había caído dormido sobre el enorme antebrazo derecho de su padre y no fue consciente en absoluto de la silenciosa reunión de sus dos parentales.

―Eh… Hola ―susurró Ban, sonriendo a su esposa y dejando que esta se acomodara sobre su hombro, la barbilla sobre las manos entrelazadas―. ¿Ya está todo hecho?

Elaine asintió despacio, sin dejar de sonreír a su vez con infinita ternura.

―Ya he enviado a Jericho a organizar las guardias para esta noche, aunque creo que se iba a dar ella misma un paseo antes de dormir ―expuso―. Ya sabes que tampoco es fácil hacer que pare quieta…

Ban soltó una risita por lo bajo, dándose por aludido sin maldad.

―Sí, nunca ha habido manera de decirle que se quede en el sitio, sea como sea ―ironizó, coreando el humor de su mujer.

Después de eso, los dos se quedaron observando a su retoño y la paz de la noche al otro lado de la ventana como si no existiese nada más en el mundo.

―Así que… Una princesa y un bandido ¿eh?

Bajo la tenue luz de la luna, Ban pareció enrojecer apenas sin dejar de acunar a Lancelot.

―Qué quieres… No había manera de que parase quieto, tampoco, y sólo se me ocurrió que sería buena idea contarle un cuento para dormir…

Elaine rio para sí y sacudió la cabeza.

―Desde luego, no podías haber elegido mejor argumento…

Ban la imitó.

―No, en eso estamos de acuerdo ―afirmó, alzando la vista para mirarla con interés―. ¿Qué mejor que una historia de amor sincero, para que aprenda buenas costumbres?

Elaine le acarició el pelo.

―Desde luego. Aunque, si hablamos de buenas costumbres… ¿Cómo sabías que Lance reaccionaría así al muñeco cuando se lo has enseñado hoy?

Ban se encogió de hombros.

―Bueno, supuse que sería un buen aliciente ―expuso sin ambages―. Eso… y que es igual de cabezota que su padre para algunas cosas ―ironizó.

―Bueno, sé que ese padre no es nada cabezota para muchas otras ―lo chinchó Elaine, mordaz―. ¿Me equivoco?

Ban sonrió con interés evidente, como si intuyera por dónde iba la conversación.

―Depende de lo que me propongas ―canturreó por lo bajo.

Elaine, por su parte, se limitó a guiñarle un ojo en respuesta y apartarse unos metros, sin dejar de mirarlo de reojo.

―Bueno… Digamos que hay otra cosa que también podemos enseñarle a Lancelot en algún momento…

―¿El qué?

La sonrisa intencionada del hada se ensanchó.

―Pues… el hecho de que uno no debe romper nunca su palabra cuando promete algo. ¿No es cierto?

 

 

Historia inspirada en Ban & Elaine, personajes de “Nanatsu No Taizai”

Imagen: Ban y Elaine, temporada 3 del anime (screenshot)

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