Imbuida por el frescor de las nuevas
ideas y las nuevas palabras, la señorita Castaño, maestra vocacional, se sentía
renovada y con ganas de enseñar todo aquello que había aprendido en los últimos
tiempos con tan fantásticos mentores como sus jefes, que nada sabían de lengua
y literatura pero mucho de hombres, mujeres y grandes posibilidades
lingüísticas. Por eso estuvo una hora completa inculcando a sus alumnos (y
alumnas, claro) la idea de priorizar siempre que hablasen los femeninos en sus
frases de forma que se igualasen los sexos (ella dijo géneros) y no existiesen
diferencias plausibles entre ambos, asegurando que aprenderían y machacarían dichos
conceptos a lo largo de todo el curso.
Fue aquella niña, Daniela, un poco cursi
y un poco remilgada bajo su punto de vista, la que levantó la mano después de
las explicaciones y puso en jaque toda la estructura que con tanto esmero había
estado explicando.
— Hay
algo que no entiendo, señorita Castaño —comentó la nena.
— Tú
dirás, Daniela —respondió la maestra con gesto de hastío.
— Pues… eso que dice de los masculinos y los
femeninos… pues que no es posible.
— ¿Cómo
que no es posible?
— Bueno… verá… por mucho que usted insista yo
creo que no es lo mismo ir a pasear un rato que ir a pasear una rata; no es lo
mismo meter la pata que meter el pato… por ejemplo, en el horno; no es lo mismo
poner un velo que poner una vela; no es lo mismo levantar un rodillo que
levantar una rodilla; no es lo mismo ponerse junto a los focos que junto a las
focas; no es lo mismo leer un cuento que leer una cuenta; no es lo mismo
apuntarse a un partido que apuntarse a una partida…
— Vale, vale, no sigas —saltó la señorita un
tanto indignada ante la observación de aquella niña impertinente.
— Y si cambiamos su apellido por un femenino…
pues prefiero no decir nada más.
La señorita Castaño levantó la barbilla
orgullosa, mandó sentar a la pequeña Daniela y continuó con su perorata de
angustias y terrores lingüísticos impuestos por los grandes genios de la literatura
de aquellos tiempos.
©Blanca
del Cerro
#cuentosparapensarBlancadelcerro
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