martes, 19 de julio de 2022

Liliana Delucchi: La obra escondida

 



—Este era el escritorio de su bisabuelo.

Sabrina se sienta ante la mesa de nogal y contempla en la pared de enfrente el retrato del fundador de la editorial. Cuatro generaciones de la misma familia al frente de una empresa que, al decir de su padre, se dedicaba a manchar papel. Aunque en realidad eso lo decía con la boca pequeña, bien orgulloso que estaba de una saga que había repartido cultura. Y recogido beneficios, apostillaba su hija con sorna. Y él le respondía que sí, que si no de qué otra forma se hubieran mantenido durante tanto tiempo.

Ahora es mi turno, piensa la joven mientras recorre con la mirada esa oficina que será su centro de operaciones. ¿Tengo miedo? Más bien vértigo, pero eso queda entre tú y yo, seguro que en algún momento te temblaron las piernas, por muy Don Eduardo que fueras. Le parece que la pintura que está en la pared de enfrente le sonríe y ella responde de la misma manera.

Se pone de pie y recorre las estanterías repleta de primeras ediciones. Acaricia los lomos de esos volúmenes a los que no podía acceder de pequeña cuando visitaba la estancia que entonces le parecía un santuario y que ahora puede recorrer con pocos pasos. El ventanal deja entrar el aire que viene de la plaza y se confunde con el olor del suelo y los muebles encerados. Vuelve al escritorio y enciende el ordenador en tanto huele el café recién hecho que le acaban de traer. Abre los cajones de la derecha: Dos pequeños superiores y uno más grande y profundo abajo. El último está duro… Tira de él y casi se cae. Es entonces cuando ve un cajetín al fondo, con llave. Está oxidada y no gira. Un destornillador, necesito un destornillador. Y sus ojos se iluminan como los de una niña a punto de descubrir un tesoro. A falta herramientas, con un abrecartas hace saltar la tapa de ese arcón de piratas. Contratos, escrituras y algún que otro manuscrito, todos ellos con ese color que da al papel el paso del tiempo y debajo…. ¡un manojo de cartas atado con un cordel!

“Querido Eduardo: he de agradecerle sinceramente los consejos que me dio durante nuestro paseo por el parque…”

¡Santo Cielo! La letra es ciertamente femenina, el tono también. ¡El bisabuelo tenía una amante! Cuando llaman a la puerta, Sabrina guarda el paquete de misivas dentro de su bolso. Este no es el lugar para leerlas. Más tarde, en casa. Se le acelera el corazón de solo pensar que esa noche, en su sillón y junto a una copa de vino, desentrañará un misterio familiar.

El salón está frío, Esperanza ha dejado la ventana abierta, no tiene conciencia de que ha llegado el otoño. Encenderé la chimenea un rato. Mientras pone unos troncos sus ojos miran el bolso que ha dejado sobre la alfombra… Allí están esas letras ordenadas y meticulosas que le contarán una historia. Pone el teléfono en silencio y apaga la televisión. Tú y yo solas, querida señora, quienquiera que seas. Cuéntame lo que ocurrió.

Se salta el texto de la primera carta en busca de la firma. Necesito ponerte nombre. Y la encuentra: Simona B. Ahora que nos hemos presentado, empezaré por el principio. Pero no hay principio. Lo que parece la primera esquela de esa línea de correspondencia por el orden cronológico no tiene sentido. Entre comentarios sobre el tiempo y la salud de sus hijos encuentra textos muy bien escritos que relatan un viaje que comienza en un vapor que parte de Southampton. Pero, ¿quiénes son estas personas a las que alude? Y ¿qué tienen que ver con Simona? La primera carta termina con un “salude de mi parte a su familia”.

La segunda se inicia con un viaje de la remitente a Extremadura, a visitar la finca y disfrutar de unos días en el campo. Dos párrafos más abajo continúa la historia del viaje, donde hay una disputa entre los marineros del barco y el asesinato del capitán. Los personajes se suceden a lo largo del texto entre cenas en primera clase y bailes en tercera. Al igual que la anterior, las últimas líneas corresponden a la despedida de una carta tradicional.

La alfombra del salón se cubre de cuartillas. Sentada entre esos papeles, Sabrina intenta poner orden no solo entre los escritos, sino en su mente. Todas las cartas empiezan y terminan de la misma manera, con frases amables de cortesía, pero a partir del segundo párrafo y antes del último se desarrolla la historia que empezó con la partida de un barco del puerto británico. Sabrina se pone de pie, se sirve una copa de vino y observa el movimiento de las llamas en la chimenea. Algo se le escapa, pero no sabe qué. Coge su bolso para buscar una pluma y se da cuenta que dentro queda un papel que no ha visto. Otra carta dirigida a su bisabuelo.

“Estimado D. Eduardo:

He recibido el volumen que me ha enviado y que le agradezco, no solo que lo haya editado sino su discreción al ocultar mi identidad. Me gustaría pensar que mis nietas y sus hijas no tengan que recurrir a estos subterfugios si deciden ser escritoras. Asimismo, me ha conmovido que haya mantenido mis iniciales en el nombre del autor. Algo es algo.

Atentamente, Simona B.”

Cuando a la mañana siguiente Sabrina baja al archivo de la editorial, encuentra una novela titulada Viaje al paraíso, de Samuel Bermúdez. Editada en 1862, la historia comienza con un buque que zarpa del puerto de Southampton.

© Liliana Delucchi

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