domingo, 17 de julio de 2022

Paula de Vera García: La noche más corta del año (Ban y Elaine) – Parte I

 


 

El día de la boda de los futuros reyes de Liones, Meliodas y Elisabeth, había amanecido despejado y sin una sola nube. Aun así y a pesar de ser el día del solsticio de verano, corría una suave brisa por las calles que hacía a más de uno arrebujarse en sus finas chaquetas de buena mañana.

Sin embargo, nada de esto perturbaba a una criatura que había soportado quemaduras de hielo y fuego, aparte de tormentas huracanadas, desmembramientos e innumerables muertes en sus últimos mil años de vida contando su estancia en el terrible Purgatorio.

Mientras se dirigía hacia el mercado aquella mañana, Ban se estiró y bostezó sonoramente mientras maldecía a Meliodas para sus adentros. A pesar de tener ahora a toda una corte a su disposición como futuro monarca, el joven demonio rubio había optado por mandar a sus antiguos subordinados a algunas tareas previas a la boda. Y la de Ban, por supuesto, era encargar los materiales del banquete que se celebraría a mediodía, después del enlace y la coronación.

De hecho, la alegría aquella mañana de que Elaine se hubiera despertado a la vez que él fue muy efímera, puesto que Elisabeth había encargado al hada que por favor la ayudase con el vestuario. Y eso hacía que el ex bandido tuviese que ir de compras solo y con sueño, lo que no mejoraba su humor.

Sin embargo, algo distrajo su atención al cabo de varios metros de rezongar y refunfuñar para sus adentros. En una Liones donde el bullicio matutino apenas empezaba a arrancar a esas horas, Ban se tensó como por instinto al escuchar aquel sonido tan claro. Parecía una voz de mujer que, si no se equivocaba, estaba pidiendo auxilio. De ahí que, sin casi pararse a pensarlo, el Pecado Capital apretara el paso para llegar en dos zancadas a la bocacalle de la que salía aquel guirigay. Y su mano tampoco dudó en agarrar a uno de los peleles que estaba acosando a la señorita encogida en el suelo, para tirar de él hacia atrás con violencia.

Al percatarse de que no estaban solos, los tres parecieron quedarse clavados en el sitio por un momento, sólo mirando al alto caballero vestido de rojo.

―¿Qué…? ―quiso preguntar el atacante que estaba más cerca de la muchacha.

Pero un solo dedo de Ban apuntándole fue suficiente para silenciarlo, mientras el rostro de aquel parecía esculpido en piedra.

―Tú, amigo. Apártate ahora mismo de la señorita si no quieres saber lo que es bueno.

El aludido tragó saliva de forma visible, antes de cruzar una mirada con su cómplice que se encontraba tirado a la espalda de Ban. Sin que este lo viera, hizo una seña al primer malandrín y este enseguida asintió. Después, para ligera sorpresa del caballero presente, esquivó a este y a la muchacha sin esfuerzo y salió corriendo junto al otro hombre como alma que llevaba el diablo. Ban se giró apenas para seguirlos con la mirada, algo extrañado por su reacción. Pero su sorpresa se transformó en rigidez y estupor, todo en uno, cuando algo cálido y mullido se abrazó a su cintura y la estrujó entre sus brazos.

―¡Gracias, buen caballero! ―dijo entonces una voz juvenil aún oculta por una mata de rizos castaños, a la altura de sus abdominales desnudos―. ¡Muchas gracias por salvarme de esos bandidos!

Ban, por supuesto, tuvo que reprimir con todo su ser el impulso de apartarla con cierta rudeza. A pesar de todo, odiaba que lo tocasen desconocidos más de lo necesario. Sin embargo, también sabía que jamás se le cruzaría por la cabeza hacerle nada malo a una mujer, menos todavía a una indefensa como era aquella. Aun así, todavía le costó un par de intentos y ligeros empujones para que se apartase y quedasen frente a frente.

―No te preocupes, no tienes que darme las gracias ―indicó él, amable―. Aunque, deberías tener más cuidado de por dónde vas, no vayas a tener otro susto…

Su discurso se interrumpió con genuino estupor cuando comprobó cómo la joven avanzaba hacia él mirándolo a los ojos, las manos frente al cuerpo y los antebrazos abultando su escote.

―Insisto, mi señor… ―ronroneó―. Me encantaría poder agradecéroslo de alguna manera…

Ban retrocedió un paso, aún confuso porque aquella situación estuviese teniendo lugar de verdad. Por desgracia y sin pretenderlo, ese gesto lo condujo hacia el muro que tenía tras de sí más que hacia fuera del callejón. No obstante, mientras la chica volvía a insistir ante una nueva negativa suya y sintiéndose extrañamente acorralado, Ban vio cómo una súbita y potente ráfaga de viento levantaba la falda de la acosadora de pelo castaño. De la violencia del aire y la sorpresa, esta terminó dando un brinco en el aire; trastabillando acto seguido y dando con su trasero en el suelo.

De inmediato, la muchacha dirigió una furibunda mirada hacia la entrada del callejón, que se tornó en cierto terror en un santiamén. Despacio, Ban siguió su mirada antes de que un escalofrío agridulce ascendiera por su espalda al comprobar qué había provocado el cambio de humor en la insistente muchacha.

Plantada en la bocacalle, una figura de alas luminosas y expresión funesta mantenía los ojos dorados clavados en la pareja presente. Aunque su atención parecía más fija en la avergonzada muchacha del suelo; algo que se demostró aún más cuando revoloteó hacia ellos, en un silencio solo roto por el bullicio de las calles paralelas, y se acercó a Ban con expresión súbitamente amable.

―Creo que tu gratitud es suficiente para compensar a mi novio por haberte salvado ―indicó entonces a la joven del suelo, que no se había movido un milímetro y la miraba con mal disimulado recelo. Pero Elaine la ignoró antes de girarse hacia Ban sin torcer el gesto un milímetro―. ¿Verdad, mi amor?

El aludido, sin estar del todo seguro todavía de qué estaba sucediendo y en parte aliviado de que Elaine hubiese hecho una oportuna aparición, la sonrió con el amor acostumbrado y asintió antes de girarse brevemente hacia la muchacha del suelo. Y, aunque notó un ligero tirón del brazo del que colgaba Elaine, se esforzó por alargar una mano hacia la joven del suelo para ayudarla a levantarse:

―Como decía mi novia, no es necesaria más gratitud que el hecho de que no te metas en líos ―le indicó.

Su acosadora pareció dudar un instante, mirándolo a él y a sus dedos de forma alternativa, antes de apartar la nariz e incorporarse por su propio pie sin mirarlos dos veces. Ahora parecía casi más molesta que antes, aunque su breve carrera hacia el exterior del callejón y el hecho de que desapareció por la esquina en un abrir y cerrar de ojos apenas le dejó tiempo a ninguno para reaccionar. Aun así, Ban no pudo evitar resoplar de alivio cuando lo hizo; sentimiento que se tornó en cierta extrañeza, de nuevo, al ver la expresión ahora de funeral de Elaine.

―Oye, Elaine ―la llamó, suave. Sin embargo, ella apenas se giró hacia él con algo que parecía molestia rielando en sus irises dorados―. Eh ¿qué ocurre?

El hada apretó los labios e inspiró hondo, pero no contestó enseguida.

―No sé, dímelo tú ―repuso, hosca, mientras le daba la espalda y comenzaba a volar hacia el exterior del callejón―. Porque parecía que esa chica te ponía ojitos ¿o no?

Al entender por fin por dónde iban los tiros, Ban no pudo evitarlo aunque lo intentó. Soltó una intensa carcajada que hizo a Elaine girarse de golpe, antes de atraerla por la cintura y plantarle un beso en los labios que la hizo estremecer de forma visible.

―Pero, mi amor… ¿Cómo puedes estar celosa de alguien así?

La mujer feérica pareció insegura sobre qué contestar, aunque sus mejillas se habían puesto coloradas como la grana y sus mandíbulas seguían algo tensas.

―Pues, no sé, Ban… No es la primera vez que alguna mujer se te intenta acoplar cuando yo no estoy… ¿No es cierto?

Ban suspiró, sin poder reprimir una nueva risita por lo bajo.

―Esas mujeres, Elaine, lo pueden intentar todo lo que quieran… Pero yo sólo tengo ojos para ti y sé que los dos lo sabemos ―susurró muy cerca de sus labios―. Nadie más que tú.

Ante aquello, como aquella vez con Melascula y Jericho, Elaine pareció relajarse un tanto. Algo que también se reflejó en cómo soltó los puños de su lugar sobre la falda para después ascender con los dedos por su pecho; y, finalmente, enredarlos en su nívea nuca.

―Siento haberme puesto así ―reconoció entonces, con aire contrito―. No tengo motivos para dudar de ti y lo sé.

Ban sonrió y la besó de nuevo con mimo antes de señalar la calle más grande frente a ellos.

―Bueno, pues, como supongo que has acabado con Elisabeth… ¿Me ayudas a hacer la compra?

Elaine soltó una risita antes de acomodarse junto a su costado.

―Vamos, Ban. Hoy es un día especial.

Así, los dos amantes avanzaron hacia el mercado riendo y charlando como si nada hubiese ocurrido. Sin embargo, hubo una figura que los observó alejarse desde su escondite mientras contaba en su mano las diez monedas de oro que le habían entregado esa misma mañana en palacio. La mitad del pago, la otra llegaría cuando la misión estuviera terminada. Y la Reina de Corazones de Liones pensaba cumplir con creces aquel encargo…

 

‒Continuará en septiembre de 2022‒

 

Historia inspirada en Ban y Elaine, personajes del anime Seven Deadly Sins / Nanatsu No Taizai

Historia ambientada tras la película “Cursed by Light”

Imagen: Ban y Elaine, arte oficial Shonen Comics, Nakaba Suzuki

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