El día de la boda de los futuros
reyes de Liones, Meliodas y Elisabeth, había amanecido despejado y sin una sola
nube. Aun así y a pesar de ser el día del solsticio de verano, corría una suave
brisa por las calles que hacía a más de uno arrebujarse en sus finas chaquetas
de buena mañana.
Sin embargo, nada de esto perturbaba
a una criatura que había soportado quemaduras de hielo y fuego, aparte de
tormentas huracanadas, desmembramientos e innumerables muertes en sus últimos
mil años de vida contando su estancia en el terrible Purgatorio.
Mientras se dirigía hacia el mercado
aquella mañana, Ban se estiró y bostezó sonoramente mientras maldecía a
Meliodas para sus adentros. A pesar de tener ahora a toda una corte a su
disposición como futuro monarca, el joven demonio rubio había optado por mandar
a sus antiguos subordinados a algunas tareas previas a la boda. Y la de Ban,
por supuesto, era encargar los materiales del banquete que se celebraría a
mediodía, después del enlace y la coronación.
De hecho, la alegría aquella mañana
de que Elaine se hubiera despertado a la vez que él fue muy efímera, puesto que
Elisabeth había encargado al hada que por favor la ayudase con el vestuario. Y
eso hacía que el ex bandido tuviese que ir de compras solo y con sueño, lo que
no mejoraba su humor.
Sin embargo, algo distrajo su
atención al cabo de varios metros de rezongar y refunfuñar para sus adentros.
En una Liones donde el bullicio matutino apenas empezaba a arrancar a esas
horas, Ban se tensó como por instinto al escuchar aquel sonido tan claro.
Parecía una voz de mujer que, si no se equivocaba, estaba pidiendo auxilio. De
ahí que, sin casi pararse a pensarlo, el Pecado Capital apretara el paso para
llegar en dos zancadas a la bocacalle de la que salía aquel guirigay. Y su mano
tampoco dudó en agarrar a uno de los peleles que estaba acosando a la señorita
encogida en el suelo, para tirar de él hacia atrás con violencia.
Al percatarse de que no estaban
solos, los tres parecieron quedarse clavados en el sitio por un momento, sólo
mirando al alto caballero vestido de rojo.
―¿Qué…? ―quiso preguntar el atacante
que estaba más cerca de la muchacha.
Pero un solo dedo de Ban apuntándole
fue suficiente para silenciarlo, mientras el rostro de aquel parecía esculpido
en piedra.
―Tú, amigo. Apártate ahora mismo de
la señorita si no quieres saber lo que es bueno.
El aludido tragó saliva de forma
visible, antes de cruzar una mirada con su cómplice que se encontraba tirado a
la espalda de Ban. Sin que este lo viera, hizo una seña al primer malandrín y
este enseguida asintió. Después, para ligera sorpresa del caballero presente,
esquivó a este y a la muchacha sin esfuerzo y salió corriendo junto al otro
hombre como alma que llevaba el diablo. Ban se giró apenas para seguirlos con
la mirada, algo extrañado por su reacción. Pero su sorpresa se transformó en
rigidez y estupor, todo en uno, cuando algo cálido y mullido se abrazó a su
cintura y la estrujó entre sus brazos.
―¡Gracias, buen caballero! ―dijo
entonces una voz juvenil aún oculta por una mata de rizos castaños, a la altura
de sus abdominales desnudos―. ¡Muchas gracias por salvarme de esos bandidos!
Ban, por supuesto, tuvo que reprimir
con todo su ser el impulso de apartarla con cierta rudeza. A pesar de todo,
odiaba que lo tocasen desconocidos más de lo necesario. Sin embargo, también
sabía que jamás se le cruzaría por la cabeza hacerle nada malo a una mujer,
menos todavía a una indefensa como era aquella. Aun así, todavía le costó un
par de intentos y ligeros empujones para que se apartase y quedasen frente a
frente.
―No te preocupes, no tienes que
darme las gracias ―indicó él, amable―. Aunque, deberías tener más cuidado de
por dónde vas, no vayas a tener otro susto…
Su discurso se interrumpió con
genuino estupor cuando comprobó cómo la joven avanzaba hacia él mirándolo a los
ojos, las manos frente al cuerpo y los antebrazos abultando su escote.
―Insisto, mi señor… ―ronroneó―. Me
encantaría poder agradecéroslo de alguna manera…
Ban retrocedió un paso, aún confuso
porque aquella situación estuviese teniendo lugar de verdad. Por desgracia y
sin pretenderlo, ese gesto lo condujo hacia el muro que tenía tras de sí más
que hacia fuera del callejón. No obstante, mientras la chica volvía a insistir
ante una nueva negativa suya y sintiéndose extrañamente acorralado, Ban vio
cómo una súbita y potente ráfaga de viento levantaba la falda de la acosadora
de pelo castaño. De la violencia del aire y la sorpresa, esta terminó dando un
brinco en el aire; trastabillando acto seguido y dando con su trasero en el
suelo.
De inmediato, la muchacha dirigió
una furibunda mirada hacia la entrada del callejón, que se tornó en cierto
terror en un santiamén. Despacio, Ban siguió su mirada antes de que un
escalofrío agridulce ascendiera por su espalda al comprobar qué había provocado
el cambio de humor en la insistente muchacha.
Plantada en la bocacalle, una figura
de alas luminosas y expresión funesta mantenía los ojos dorados clavados en la
pareja presente. Aunque su atención parecía más fija en la avergonzada muchacha
del suelo; algo que se demostró aún más cuando revoloteó hacia ellos, en un
silencio solo roto por el bullicio de las calles paralelas, y se acercó a Ban
con expresión súbitamente amable.
―Creo que tu gratitud es suficiente
para compensar a mi novio por haberte salvado ―indicó entonces a la joven del
suelo, que no se había movido un milímetro y la miraba con mal disimulado
recelo. Pero Elaine la ignoró antes de girarse hacia Ban sin torcer el gesto un
milímetro―. ¿Verdad, mi amor?
El aludido, sin estar del todo
seguro todavía de qué estaba sucediendo y en parte aliviado de que Elaine
hubiese hecho una oportuna aparición, la sonrió con el amor acostumbrado y
asintió antes de girarse brevemente hacia la muchacha del suelo. Y, aunque notó
un ligero tirón del brazo del que colgaba Elaine, se esforzó por alargar una
mano hacia la joven del suelo para ayudarla a levantarse:
―Como decía mi novia, no es
necesaria más gratitud que el hecho de que no te metas en líos ―le indicó.
Su acosadora pareció dudar un
instante, mirándolo a él y a sus dedos de forma alternativa, antes de apartar
la nariz e incorporarse por su propio pie sin mirarlos dos veces. Ahora parecía
casi más molesta que antes, aunque su breve carrera hacia el exterior del
callejón y el hecho de que desapareció por la esquina en un abrir y cerrar de
ojos apenas le dejó tiempo a ninguno para reaccionar. Aun así, Ban no pudo
evitar resoplar de alivio cuando lo hizo; sentimiento que se tornó en cierta
extrañeza, de nuevo, al ver la expresión ahora de funeral de Elaine.
―Oye, Elaine ―la llamó, suave. Sin
embargo, ella apenas se giró hacia él con algo que parecía molestia rielando en
sus irises dorados―. Eh ¿qué ocurre?
El hada apretó los labios e inspiró
hondo, pero no contestó enseguida.
―No sé, dímelo tú ―repuso, hosca,
mientras le daba la espalda y comenzaba a volar hacia el exterior del
callejón―. Porque parecía que esa chica te ponía ojitos ¿o no?
Al entender por fin por dónde iban
los tiros, Ban no pudo evitarlo aunque lo intentó. Soltó una intensa carcajada
que hizo a Elaine girarse de golpe, antes de atraerla por la cintura y
plantarle un beso en los labios que la hizo estremecer de forma visible.
―Pero, mi amor… ¿Cómo puedes estar
celosa de alguien así?
La mujer feérica pareció insegura
sobre qué contestar, aunque sus mejillas se habían puesto coloradas como la
grana y sus mandíbulas seguían algo tensas.
―Pues, no sé, Ban… No es la primera
vez que alguna mujer se te intenta acoplar cuando yo no estoy… ¿No es cierto?
Ban suspiró, sin poder reprimir una
nueva risita por lo bajo.
―Esas mujeres, Elaine, lo pueden
intentar todo lo que quieran… Pero yo sólo tengo ojos para ti y sé que los dos
lo sabemos ―susurró muy cerca de sus labios―. Nadie más que tú.
Ante aquello, como aquella vez con
Melascula y Jericho, Elaine pareció relajarse un tanto. Algo que también se
reflejó en cómo soltó los puños de su lugar sobre la falda para después
ascender con los dedos por su pecho; y, finalmente, enredarlos en su nívea
nuca.
―Siento haberme puesto así
―reconoció entonces, con aire contrito―. No tengo motivos para dudar de ti y lo
sé.
Ban sonrió y la besó de nuevo con
mimo antes de señalar la calle más grande frente a ellos.
―Bueno, pues, como supongo que has
acabado con Elisabeth… ¿Me ayudas a hacer la compra?
Elaine soltó una risita antes de
acomodarse junto a su costado.
―Vamos, Ban. Hoy es un día especial.
Así, los dos amantes avanzaron hacia
el mercado riendo y charlando como si nada hubiese ocurrido. Sin embargo, hubo
una figura que los observó alejarse desde su escondite mientras contaba en su
mano las diez monedas de oro que le habían entregado esa misma mañana en
palacio. La mitad del pago, la otra llegaría cuando la misión estuviera
terminada. Y la Reina de Corazones de Liones pensaba cumplir con creces aquel
encargo…
‒Continuará en
septiembre de 2022‒
Historia inspirada en Ban y Elaine, personajes del anime
Seven Deadly Sins / Nanatsu No Taizai
Historia ambientada tras la película “Cursed by Light”
Imagen: Ban y Elaine, arte oficial Shonen Comics, Nakaba
Suzuki
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