Aquí tenemos de nuevo a Sira, la intrépida protagonista de El tiempo entre costuras. La encontramos, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, siguiendo a su recién estrenado marido a la Palestina ocupada por Gran Bretaña donde vivirá en directo el difícil equilibrio de los ingleses en el conflicto entre árabes e israelíes que la dejará viuda y con un bebé que no llegará a conocer a su padre.
Este trágico suceso llevará a Sira hasta Gran Bretaña a vivir con Olivia, su suegra, una inglesa altiva y fría que esconde turbias expectativas con respecto a la herencia que corresponde a su nieto. La convivencia con Olivia se hará tan complicada que terminará de decidir a Sira para abandonar un Londres asolado por la guerra.
La siguiente etapa en la novela la lleva a convertirse de nuevo en espía, cubriendo la visita de Eva Perón a España como periodista. El evento que conmocionó a los españoles por el glamour y la extravagancia que desprendía la primera dama argentina en todas sus apariciones y, sobre todo, por la esperanza que traía consigo de mitigar, con los envíos de alimentos, el hambre que se sufría en plena posguerra.
Tánger será la última etapa de esta historia, una etapa en la que Sira logrará integrarse entre lo más florido de la alta sociedad compuesta por millonarios occidentales que convierten la ciudad en un paraíso para ricos y excéntricos.
Sira está en todos los saraos de la época y de todo sale airosa, termina siendo la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Esto, en mi opinión, acaba por hacer poco creíble la historia.
Si la novela pretende ser un homenaje a las mujeres que lucharon por ser dueñas de sus destinos, creo, sinceramente, que se le ha ido de las manos.
©Julia de Castro
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