Allá por el año 1578, unos
obreros que cavaban en la cara exterior de las antiguas murallas de Roma se
sorprendieron cuando gracias a sus picos descubrieron un extraño mundo, una
ciudad de los muertos, olvidada durante siglos, una serie de túneles llenos de
inscripciones y frescos.
Hoy esos túneles atraen a
gran cantidad de visitantes. Entre grandes y pequeños hay muchos, pero solo
cinco están abiertas al público. La de san Calixto es la mayor, con una
longitud de unos dieciséis kilómetros. Lugar de descanso de nueve papas en el
siglo III, se halla a solo unos pocos kilómetros al sur de las viejas murallas
de la famosa Vía Apia.
Hay nichos de gente humilde
según podemos ver en las inscripciones: un herrero, un tejedor, un curtidor,
una costurera, un jardinero, un porquerizo, un conductor de cuadrigas. Hay
tumbas muy ricas, algunas llamadas «arcosolia» por tener un arco encima
decorado con frescos. Otras tumbas son las «cubicula» panteones para una sola
familia acomodada. Uno de los panteones pertenece a un grupo de panaderos
cristianos que está decorado con escenas de la vida y trabajo de los de su
oficio, incluso hay una alusión a la multiplicación de los panes.
A corta distancia de la de
san Calixto se encuentra la de santa Domitila con unos doce kilómetros y la de san
Sebastián. Más alejadas en la zona norte están la de santa Inés y santa
Priscila. Cada catacumba está confiada a una orden monástica distinta.
La primera catacumba se
excavó poco antes del año 150 de la era cristiana y la última, alrededor del
400.
Durante el primer siglo, los
cristianos de Roma no tuvieron cementerios propios. Si poseían terrenos
enterraban en ellos a sus muertos. Si no, recurrían a los cementerios comunes
que usaban también los paganos. No está documentado que las catacumbas fueran
lugares secretos de culto o como escondrijos para los cristianos perseguidos.
Su construcción tenía un carácter abierto y legal. Eran cementerios más
económicos. Como los cristianos insistían en una inhumación de todo el cuerpo,
siguiendo la práctica judía, necesitaban más espacio y se comenzó a excavar
primero una capa, luego otra hasta a veinte metros bajo el terreno. Cavar
resultaba fácil porque el suelo es de un sedimento volcánico húmedo y blando
que se endurece hasta alcanzar la firmeza de la roca cuando queda expuesto al
aire, por lo que no se requiere apuntalamiento.
Muchos turistas salen de
ellas pensativos y silenciosos. Dicen que es como visitar una iglesia muy
antigua. En una de ellas hay un escrito en latín que dice: «Hay luz en esta
oscuridad, hay música en estas tumbas».
La exploración y el estudio
científico comenzó con Antonio Bosio (1575-1629) llamado el «Colón de la Roma
subterránea», y con Juan Bautista de Rossi (1822-1894) que fue considerado el
fundador y padre de la Arqueología Cristiana.
Merece la pena
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