viernes, 25 de noviembre de 2022

Catacumbas de Roma

 





Allá por el año 1578, unos obreros que cavaban en la cara exterior de las antiguas murallas de Roma se sorprendieron cuando gracias a sus picos descubrieron un extraño mundo, una ciudad de los muertos, olvidada durante siglos, una serie de túneles llenos de inscripciones y frescos.

Hoy esos túneles atraen a gran cantidad de visitantes. Entre grandes y pequeños hay muchos, pero solo cinco están abiertas al público. La de san Calixto es la mayor, con una longitud de unos dieciséis kilómetros. Lugar de descanso de nueve papas en el siglo III, se halla a solo unos pocos kilómetros al sur de las viejas murallas de la famosa Vía Apia. 

Hay nichos de gente humilde según podemos ver en las inscripciones: un herrero, un tejedor, un curtidor, una costurera, un jardinero, un porquerizo, un conductor de cuadrigas. Hay tumbas muy ricas, algunas llamadas «arcosolia» por tener un arco encima decorado con frescos. Otras tumbas son las «cubicula» panteones para una sola familia acomodada. Uno de los panteones pertenece a un grupo de panaderos cristianos que está decorado con escenas de la vida y trabajo de los de su oficio, incluso hay una alusión a la multiplicación de los panes.

A corta distancia de la de san Calixto se encuentra la de santa Domitila con unos doce kilómetros y la de san Sebastián. Más alejadas en la zona norte están la de santa Inés y santa Priscila. Cada catacumba está confiada a una orden monástica distinta.

La primera catacumba se excavó poco antes del año 150 de la era cristiana y la última, alrededor del 400.

Durante el primer siglo, los cristianos de Roma no tuvieron cementerios propios. Si poseían terrenos enterraban en ellos a sus muertos. Si no, recurrían a los cementerios comunes que usaban también los paganos. No está documentado que las catacumbas fueran lugares secretos de culto o como escondrijos para los cristianos perseguidos. Su construcción tenía un carácter abierto y legal. Eran cementerios más económicos. Como los cristianos insistían en una inhumación de todo el cuerpo, siguiendo la práctica judía, necesitaban más espacio y se comenzó a excavar primero una capa, luego otra hasta a veinte metros bajo el terreno. Cavar resultaba fácil porque el suelo es de un sedimento volcánico húmedo y blando que se endurece hasta alcanzar la firmeza de la roca cuando queda expuesto al aire, por lo que no se requiere apuntalamiento.

Muchos turistas salen de ellas pensativos y silenciosos. Dicen que es como visitar una iglesia muy antigua. En una de ellas hay un escrito en latín que dice: «Hay luz en esta oscuridad, hay música en estas tumbas».

La exploración y el estudio científico comenzó con Antonio Bosio (1575-1629) llamado el «Colón de la Roma subterránea», y con Juan Bautista de Rossi (1822-1894) que fue considerado el fundador y padre de la Arqueología Cristiana.



Merece la pena  

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