lunes, 1 de mayo de 2023

Amantes de mis cuentos: Rebajas a porrillo


 

 

A tres generaciones de mujeres en mi familia nos han chiflado siempre las rebajas. Abuela, hija y nieta íbamos juntas, comíamos y hablábamos de nuestras cosas.

Si el inicio de estos importantes descuentos se remonta a 1930 —tras el crack del 29— he de decir que la abuela inauguró la temporada. En aquel entonces vivía en La Habana. Era joven, guapa y se enamoró de un emigrante español con el que se casó y tuvo una hija. A los diez años de casada se vinieron a vivir a Madrid, justo cuando dos grandes y famosos establecimientos pusieron en práctica la idea de dar salida al género de temporadas anteriores. Pepín Fernández y Ramón Areces pensaron que sería más rentable poner precios más bajos y deshacerse de todo ese material, que aumentar la superficie de la trastienda. La abuela y mi madre alardeaban de haber sido las primeras clientas en hacer cola en la calle Preciados.  

Hoy solo quedo yo con esa bonita tradición. Este mes no he faltado a la cita. Después de comprarme un traje de chaqueta rojo vivo muy adecuado para celebrar mis setenta años, me he venido a la terraza de un restaurante a comer sola. No estoy triste. La abuela y mi madre están aquí conmigo.

Una bandada de gorriones picotea a mi alrededor ajenos al trajín de los humanos y no sé por qué me viene a la memoria la vez aquella en que le compramos al abuelo una docena de slips en oferta. Él, acostumbrado a aquellos calzoncillos a media pierna, dijo que esas modernidades no eran de su agrado. Parecían bragas de mujer, añadió. Trabajo nos costó convencerlo, pero a los pocos días el abuelo se convirtió en el gran defensor de esa pieza de ropa por lo cómodos y ajustaditos que le quedaban.

¡Las rebajas! Ahora las hay a tutiplén, pero yo sigo siendo fiel a las de enero y a las de julio.

 

© Marieta Alonso Más

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