Allá a lo lejos las aguas
diáfanas de aquel río se precipitaban. Pero a Bartolo le gustaba darse su baño
a diario en el curso bajo donde el caudal era mayor y menor la velocidad de la
corriente.
Allí se cepillaba el churre,
se ponía panza arriba, panza abajo, se quitaba la pereza, nadaba y disfrutaba
del descanso tras la dura faena.
A punto de terminar su baño
vio salir de entre unos matorrales a una de sus becerras, la Pinta, en busca de
agua fresca. Cuando la novilla se dio cuenta de su presencia, se detuvo
bruscamente y alzó la testuz sorprendida.
Bartolo le habló con dulzura:
−No tengas miedo, muchacha.
Y como era de ley no molestar
el ganado mientras abrevaba, se mantuvo quieto. Terminó la ternera de beber, lo
miró y con toda su calma se fue alejando.
Bartolo esperó que estuviera a
una distancia prudencial para salir del agua, no le pareció decente que le
viera en cueros.
© Marieta Alonso Más
Corto pero simpático, los animales y sus dueños se conocen, saben sus hábitos y se respetan, me quedé buscando más del cuento pero se terminó ☺️☺️☺️☺️
ResponderEliminarMuchas gracias Ada por su comentario. Es cierto. Los cuentos son cortos y dejan una sensación de querer más. Un saludo afectuoso
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