Mi madre siempre contaba que el día que nací soplaba un viento sin demasiada convicción y empujaba la barca hacia el sureste, hacia la orilla.
Creyó que le daría tiempo a llegar. Pero no, la que escribe estas líneas tenía prisa por ver el sol, oler el mar, sentir la arena.
Y asomé la cabecita.
Menos mal que mi tía, mujer espabilada como pocas, no se arredró. Me ayudó a salir y con una pequeña tijera para uñas, que llevaba en el delantal, cortó el cordón. Luego atendió a su hermana.
La energía del viento subió de tono y en la superficie del agua se formó una ola, solo una, pero de tal tamaño y fuerza que lo cubrió todo, bañó al bebé, a las mujeres, a la barca… Limpiando todo de impurezas.
Los peces aquel día se dieron un festín.
© Marieta Alonso Más

No hay comentarios:
Publicar un comentario