Foto por Ángeles Alonso |
En mi casa hablan todos a la vez, menos yo. Me miran y se preguntan qué me sucede. Mi hermana sí que habla, ella sí que es de
Somos seis, mi padre roza los sesenta y mi madre los cincuenta. Mi hermana tiene veinte; mi abuelo paterno, noventa; mi abuela materna, no sé, nadie ha logrado conocer su edad. Y yo, a punto de salir de la niñez.
Lo de hablar sin parar debe ser genético. Cada día se genera una tertulia a la hora del café, es una forma de hablar porque lo que es café no se toma, beben licor y otras infusiones. Mis amigas no logran captar todas las conversaciones. No se explican cómo mi abuelo oye la radio, ve la televisión y lee el periódico sin que ello le impida mandarme quitar el dedo de la nariz.
Mi padre se preocupa por las finanzas, mi madre siempre pendiente del baño limpio, las camas hechas y el menú del día. Mi abuelo no quiere llevar bastón, dice que ese artilugio es para viejos, mi abuela busca su dentadura postiza, está convencida que se la escondo yo. En cambio, a mi hermana le preocupa la muerte, todas las mañanas nos despierta por temor a que hayamos fallecido durante
-Estoy embarazada.
Y por vez primera en la historia de mi familia se hizo el silencio.
Publicado en:
Futuro imperfecto Colección Nuevos Narradores nº 6, Edición de Clara Obligado, Madrid 2012
Futuro imperfecto Colección Nuevos Narradores nº 6, Edición de Clara Obligado, Madrid 2012
Ja, ja, ja. Marieta siempre nos sorprendes con tus finales tan ingeniosos.
ResponderEliminarSigue escribiendo así, que yo lo seguiré disfrutando.
Un beso muy fuerte,
Carmen Dorado