A mi casa en la selva la
cubre un tejado de hojas verdes y los árboles son las columnas. Aquí vivo con mi
papá, mi mamá, mis abuelos, mis hermanos. Me gustan mucho los animales. A unos los veo de lejos y con otros convivo.
Hay que estar muy atento,
no te puedes recostar al tronco de un árbol así como así, porque te puedes
encontrar que lo que parece la corteza es una serpiente. No me gustan los
reptiles. Envuelven a nuestras gallinas y conejos y glu, glu, se los tragan. A la
que más miedo le tengo es a la cobra que escupe porque pueden lanzar su veneno
desde lejos, casi tres metros, me dijo mi abuelo. Si te cae en la piel no pasa
nada, siempre y cuando no tengas una herida abierta. Pero estos bichos sin patas
y cuerpo alargado son tan listos que apuntan a los ojos y te quedas ciego por
menos de nada. Lamento decir que tienen una puntería mejor que la de mi papá.
No todas son venenosas, mi abuelo me enseñó las boas y los pitones que no
tienen veneno pero si te pillan te dejan hecho un trapo.
A mí me gustaría tener un
elefante. Mi abuelo me recomendó que no lo pidiera que a veces los deseos se
cumplen y me aconsejó no acercarme a ellos, que si te ponen una pata encima te
dejan incrustado en tierra. Un día vi a una manada que cruzaba un claro de mi
selva y, uno con la trompa levantada olfateaba el aire y movía las orejas como
si fueran abanicos. Yo me reía y de reojo me miró. Se fue acercando poco a
poco, coloqué mi pie desnudo en el extremo de su trompa y me llevó hasta su
grupa. Allí estuve un buen rato cuando quise bajar me deslicé por la trompa.
También quise aprovechar sus pisadas pero la distancia de una a otra no la
podían salvar mis cortas piernas, ni siquiera las de mi papá que es alto y
fuerte como nadie. Los elefantes adultos no tienen enemigos y lo mismo se
mueven con gran estrépito que con el mayor sigilo. ¡Oh, oh! Cesaron los
crujidos. Me voy con mi abuelo.
A mí me gustan las cebras
lo que daría por ser como ellas y tener esas rayas blancas y negras en mi
cuerpo. Viven en grupos y duermen de pie durante el día aunque algunas se
tumban en la noche. Mi abuelo que es muy viejo y sabe mucho, hasta ha ido más
allá del horizonte, me dijo que cuando reposan se ponen una junto a otra con la
cabeza de cada una hacia el lado contrario, son muy sabias, así aprovechan para
con las colas espantar las moscas de las caras y ver mucho más, no sea que los
depredadores las pillen por el trasero.
Escuché el chirrido del
grillo, la molienda de la caña. ¡Vaya! ya viene mi mamá a despertarme. Me pilla
siempre en lo mejor de mis sueños.
© Marieta Alonso Más
Delicioso cuento selvático...
ResponderEliminarMe alegra que hayas disfrutado con su lectura. Un abrazo.
EliminarPrecioso. Dulce y sensible. (Pilar)
ResponderEliminarGracias Pilar. Eres un cielo.
EliminarMe gusta mucho excepto el final. El recurso de que era un sueño lo he leído docenas de veces. Y tu imaginación es capaz de más originalidad. Igual que en el taller aprendimos "expresiones prohibidas", ja ja ja, yo tengo "desaconsejado" a mis alumnos este tipo de final por la cantidad de veces que recurren a él. Como siempre, con todo mi amor y mi respeto.
ResponderEliminarUn beso, corazón.
Muchas gracias chiquilla por tus consejos. Siempre se aprende algo más. Besos.
ResponderEliminarPues como siempre, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMuchas gracias Carolina por ser tan fiel lectora. Besos
ResponderEliminarMUY HERMOSO ESTE CUENTO
ResponderEliminarME AYUDO MUCHO EN MY TAREA
Me alegra que te haya servido de ayuda. Con cariño desde Madrid
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