jueves, 1 de diciembre de 2016

Amantes de mis cuentos: Búsqueda de empleo

Escultura de un mendigo en el Hospital
de Santo Spirito en Roma (Italia).







Lo más increíble de los milagros es que ocurren.
Gilbert K. Chesterton








Por una vez y sin que sirva de precedente en un discípulo de Trotsky como yo, me he santiguado a la hora de entrar en esta oficina en busca de un puesto de trabajo.

La culpa de haber hecho la señal de la cruz es de mi madre que de niño hizo que me vistiera de monaguillo. También tiene mucho que ver el año que llevo en el paro. Y ¿por qué no?, todos estos jóvenes sentados en la sala con el mismo objetivo que yo. A punto he estado de marcharme. Ellos entre veinte y treinta y yo con cuarenta y cinco años.

Para mi deshonra, mi mujer se ha vuelto conservadora. Ya no me acompaña a las manifestaciones en contra de todas las injusticias y desigualdades que hay en este mundo. Cuando nacieron nuestros tres hijos estuvimos de acuerdo en no bautizarles y ahora resulta que los ha matriculado en el Colegio del Pilar de Madrid. Intento adoctrinarles en casa, lo único que he conseguido es hacerles un lío. Yo solo pretendo equilibrar la balanza, pero mi mujer a dicho que deje a los niños en paz y ponga los pies sobre la tierra, que los buenos dirigentes salen de allí.

Dejo a un lado mis problemas hogareños cuando, tras las pruebas psicotécnicas, me entrevisto con la psicóloga. Hemos congeniado. Me ha citado para mañana de nuevo. He de tener una reunión con el que quizá llegue a ser mi jefe. Con una sonrisa me ha aconsejado que lleve traje, camisa blanca, corbata azul y un buen corte de pelo. Solo han elegido a dos. Y uno de ellos soy yo.

Es tan raro, tan inquietante que entre todos esos currículos que quitan el hipo, me hayan dado una oportunidad, que los pies me han llevado a la primera iglesia que encontré en el camino. No traspasé el umbral, pero desde allí rogué:

-¡Señor, llévame de la mano, que si me dejas solo, lo estropeo!

La petición es absurda. No estoy en mis cabales. Me dí la vuelta.

Y algo sucedió porque una mano, la del mendigo con el que tropecé, evitó que rodara escaleras abajo.



© Marieta Alonso Más 

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