La Niña |
Era la noche del viernes, y como
siempre, mis padres querían salir a cenar con sus amigos. Y como siempre
también, nos llevaron a casa de mi abuela a pasar el fin de semana. Íbamos
felices, entre otras cosas, porque la abuela mientras cenábamos nos contaba
historias, que no cuentos, decía ella. Aquella noche, entre bocado y bocado de
tortilla de patata, nos relató el siguiente:
Hace muchos, muchos años, ya va para
varios siglos, unos hombres se hicieron a la mar en unas naves de madera,
pequeñas, casi como cáscaras de nuez, con grandes velas que, al hincharse,
dejaban ver la cruz de Santiago.
La Pinta |
A uno le pusieron de nombre la Pinta, como a las mujeres
malas; a otro, Niña, como vosotras, y el otro era el Santa María, porque entendían
que la Virgencita había de ir siempre con ellos y mucho más cuando se iba
lejos, muy lejos.
Después de correr por los mares,
llegaron a una tierra que nadie había visto jamás: La América. Sin saber dónde
se encontraban, desembarcaron montados en caballos llevando al cinto espadas de
acero. Empezaron a recorrer montañas, bosques, praderas, en busca de oro, plata
y piedras preciosas. Por el camino se encontraron con árboles tan altos que las
ramas alcanzaban a peinar las nubes; animales que cantaban haciéndose pasar por
mujeres bellas; pájaros de colores que al ir a cogerlos les sacaban los ojos;
frutas olorosas de piel brillante y hombres casi desnudos que gritaban palabras
que no eran de nuestra habla.
La Santa María |
Un día tropezaron con un río que en
vez de arena arrastraba pepitas de oro. Al acercarse los hombres al agua para
recogerlas, se encontraron dragones y otros animales salvajes que lo protegían.
Después de una brutal lucha en la que muchos perdieron la vida, acabaron con
ellos segándoles las cabezas. Al rodar éstas por tierra, vieron con asombro que
en vez de sangre vertían oro y que los ojos, al tocar el agua, se transformaban
en esmeraldas de mucho valor, y el fuego que echaban por la boca se convertía
en rubíes y otras gemas preciosas.
Cansados y sudorosos por el esfuerzo
de la lucha, los soldados contemplaban el espectáculo y, a una orden del
capitán, recogieron todo aquel tesoro. Convertidos en hombres ricos, se
dirigieron hacia las naves para volver con sus familias.
Y cuando ya casi habían llegado a la
playa en donde los esperaban los barcos, vieron a unos pescadores comiendo una
cosa blanca, redondeada y con piel marrón. Ponían al hacerlo rostro de disfrutar
con el sabor. Los españoles, que ya por entonces andaban muy hambrientos, les
pidieron un poco. Les gustó tanto, que preguntaron por el nombre de aquel manjar
tan exquisito. Son patatas, dijeron. Entendieron los conquistadores que aquello
si era de verdad un tesoro. Llenaron unos saquitos con aquellos tubérculos y
otros con tierra. Querían mezclarla con la de España, no fuera a ser que la de
aquí no sirviera.
De vuelta a sus casas, los barcos
atravesaron otra vez el océano seguidos por multitud de delfines y sirenas.
Uno de ellos, desviado de
su camino, atracó en un puerto de Galicia. Nada más desembarcar, partieron en cachos las
patatas, que ya por entonces echaban raíces, y las metieron bajo tierra. Poco tiempo
después, vieron aparecer una planta de
brillantes hojas verdes y debajo de ellas, escondidas, crecían unos hermosos y
grandes tubérculos, que mezclaron con dulces, sabrosos y dorados huevos.
Y así, nació la jugosa y deliciosa tortilla de patata,
que cualquiera que a estas tierras llega, prueba y cuando se va, sueña con ella
hasta volver.
Imaginativa historia para niños. Bien contada. Parece una alegórica mención relativa a la festividad del día, aunque alejada del hecho que hoy se conmemora. Encomiable decisión de divulgar entre la infancia los aportes del Nuevo Mundo a la civilización occidental (ahora universal gracias a la globalización, hoy tan discutida).!Enhorabuena por esta elaboración que merecería continuación.
ResponderEliminarmuchas gracias por tu comentario. Intentaré recordar más historias de las que me contaba mi abuela en Galicia.
ResponderEliminarMuchas gracias otra vez.