Foto: José Mesa |
Me gusta hacer fotografías en la distancia. Las personas son siluetas sin que puedan reconocerse. El claro oscuro les da intimidad, y se pueden construir historias.
Una pareja, la de la izquierda, tal vez, desde hace muchos años, sentados uno
junto a otro, manteniendo cualquier conversación doméstica o familiar.
Posiblemente producto de la costumbre, sin tapujos. Los años de convivencia los
han ido haciendo iguales. Discuten quizás con demasiada frecuencia,
aburriéndose muchas veces, sin decirlo y perdiendo cada uno parte de su
identidad, pero no sabrían vivir separados. Las obligaciones familiares, la
renuncia y la tradición hicieron que la monotonía entrara en sus vidas, sin
darse cuenta, día a día. Ellos están convencidos que son felices, aunque su
vida quedara estancada. No existe más atracción física que la de la obligación,
pero ellos lo han elegido, ¿quién soy yo espectadora accidental para
cuestionarlo?
En la pareja del banco de la derecha, existe una cierta atracción, quizás moderada.
La mujer ladea la cabeza hacía su pareja, y el cariñosamente pasa su brazo
hasta su hombro. ¡Cuánta especulación se puede hacer!: ¿pareja reciente de
mediana edad? ¿Sin hijos? ¿Inicio de nueva relación? ¿Amantes?
Un hombre solo ¿pasea a su perro? ¿No tiene a nadie?
Hasta los árboles muestran su similitud con los
ocupantes de los bancos, dos de ellos buscan la unión de sus ramas. El otro,
solitario, como el hombre.
El paisaje se une con todos ellos y la luz del ocaso
les anuncia que habrá un mañana.
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