sábado, 28 de enero de 2017

De tertulia con... Las palabras

Alfabeto fenicio

Hablaremos a grandes rasgos sobre el origen del alfabeto, sobre el nacimiento del libro, sobre la pasión que inspiran las letras a los escritores.

Cuenta la leyenda que en un principio solo teníamos la palabra hablada. Y se relataban cuentos, cuentos populares que volaban de generación en generación. Hasta un día en que los hombres se dieron cuenta que necesitaban un medio más duradero que la simple memoria.

Los fenicios fueron los creadores del alfabeto. Los griegos lo adoptaron, los arameos hicieron lo mismo pero tomando un camino distinto, querían ser diferentes a los griegos.

Así el árbol del lenguaje escrito tomó como tronco el alfabeto fenicio, una rama se llevó consigo el alfabeto griego, y sus hojas crearon el latín, el cirílico, el copto. La otra rama se la apropió el alfabeto arameo y de sus hojas surgió el árabe y el hebreo. Fue todo un éxito. Tanto, tanto, que su simplicidad llegó a todas las capas sociales e hizo que el status que tenían los escribanos dejara de ser selecto.

Los egipcios utilizaron para sus textos una planta acuática del delta del Nilo: el papiro. Su uso se extendió por todo el Mediterráneo. La fragilidad del papiro hizo que los escribas de Pérgamo registrasen sus textos en la piel de ovinos y bovinos, con una forma especial de preparación, consiguiendo un material más fuerte que no se ajaba con el uso y además plegable. Lo llamaron pergamino.

Los romanos que iban por el mundo asimilando todo lo que a su paso encontraban y mejorándolo, si ello era posible, se sentaron a pensar y a un escriba se le iluminó la mente, tomó un rimero de hojas delgadas de pergamino, las dobló, las ató por el margen doblado y creó el formato de libro.

Los chinos no se iban a quedar atrás y un caballero llamado Ts’ai Lun, pensó que el derroche al usar seda como material de escritura era inaceptable, por lo que comunicó al emperador Ho-ti que moliendo trapos, corteza de árbol y viejas redes de pescar se hacía una pulpa que dándole el grosor adecuado y secándola servía para escribir. Mucho más barato. Así en el año 105 de nuestra era, llegó el papel. Fue un secreto de Oriente guardado durante seis siglos, hasta que unos árabes capturaron a unos chinos, fabricantes de papel y su forma de hacerlo llegó al resto del mundo.

En 1439 un artesano alemán llamado Gutenberg pensó que si podía fundir las letras del alfabeto en tipos de metal, todo el laborioso proceso de la escritura a mano, se agilizaría, pues con su “prensa” se podían imprimir exactamente iguales, muchos ejemplares de un libro. ¡Un libro!


Ese objeto de cultura que sirve de vínculo entre los seres humanos, que no nos impone su mensaje, que nos propone pensar en silencio, sin ruidos, que nos deja libertad para disentir y hace que el lector se siente respetado y hasta nos alienta a formarnos un punto de vista personal.

En un libro podemos encontrar relatos fantásticos, tenebrosos, de magia, escritos por grandes escritores. Y es que un escritor, es un lector. Para escribir hay que aprender a mirar. Las historias siempre nos rodean y hay que hacer acopio de ellas. Luego vendrá la técnica, el cuidado de las palabras.

Dicen que la palabra nunca es inocente, que a veces a través de la ternura nos llega la violencia. Es el poder encantador de la palabra, su emboscada.

Los temas recurrentes en la literatura son el amor, la muerte, el olvido, la soledad, la comunicación. 
Gustavo Adolfo Bécquer (1862)
Museo de Bellas Artes de Sevilla




Becquer decía: “cuando siento no escribo”.


Miguel de Unamuno y Jugo (1925)












Unamuno escribió “Quiero pensar con el corazón y sentir con la mente”.



El arte literario necesita partir de una idea. A veces cuesta poner armazón a las ideas y es que a través de la literatura podemos destruir y construir. Hay que jugar con las descripciones, enriquecer el vocabulario, mezclar las palabras con los sentidos. Cabeza más corazón humaniza la escritura.

Hay una metáfora preciosa que dice: “la puerta se cierra como un beso sobre un hombro desnudo”. El poder metafórico es tan importante que se puede hablar de amor sin nombrarlo, porque la palabra tiene el mismo valor que un antídoto y la escrita, mucho más.

Un escritor es aquel que se ha dejado entusiasmar por el lenguaje, es aquel capaz de escribir algo que no entendemos pero que nos perturba.

Jugar con el tiempo es fascinante en el arte de la escritura. Podemos hasta tener recuerdos diferentes de un mismo hecho. El futuro en la literatura es lo único que sobrevive al hombre.

Juan Ramón Jiménez




Juan Ramón Jiménez escribió: Yo me iré pero los pájaros seguirán cantando.



Escribir es hablar a los demás sin miedo, sin temor. Al escribir reflejamos la manera de cómo percibimos la realidad. Al publicar hay que sentir que ese libro que has engendrado ha salido de tu ámbito, que no somos dueños de lo que escribimos, que deja huella en otros.

Al escribir es bueno leer lo escrito en voz alta, hay una conexión entre lo oral y lo escrito. El ritmo cuando más se aprende es escuchándolo. Cortázar por ejemplo era música pura.

Un escritor jamás debe juzgar. Juzgar no es observar. Observar es escribir, sentir el sufrimiento, la soledad, la esperanza. La alegría cada uno de nosotros la siente de manera diferente. Por eso es tan importante la observación. Se puede denunciar, nunca juzgar.

Es por ello que los escritores somos esclavos de nuestro propio lenguaje, de nuestra imaginación, de nuestros personajes.

De izquierda a derecha distintos alfabetos : latino, griego, fenicio, hebreo, árabe 


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