martes, 1 de diciembre de 2020

Amantes de mis cuentos: Aquellas puertas de mi niñez


Hay que ir cruzando cancelas y si son de colores mucho mejor, decía mi padre mientras me enseñaba cómo dejar caer las semillas para que pasado un tiempo las espigas llenaran nuestros campos.
Pintó de azul la puerta de entrada de nuestra casa para que recordásemos el lejano mar, y me enseñó a nadar en el río para que aprendiera a solventar naufragios. Aquella puerta azulada tenía un ventanuco al que me asomaba para mirar la calle y decir adiós a todo el que pasaba. La de mi habitación la pintó de verde, el color de la esperanza, para que mis sueños se cumplieran. El cuarto de ellos lo pintó de malva, a mi madre le gustaban las orquídeas; la del comedor a tres colores: rojo, verde y amarillo, como los colores de los pimientos que sembraba en la huerta. La que daba al patio, como un preludio del barro cuando llovía, de marrón oscuro.
Añoro aquellas puertas, los muebles, los libros, el canto de las chicharras, el tañido de las campanas llamando a misa de doce. Y también aquella iguana verde que entró un día en el baño y yo, encaramado en la mesa de la cocina gritaba a mi padre que se la llevara muy lejos antes de que me comiera. Y él, con paciencia, me explicó que no comían carne, solo plantas.
En mi juventud me marché muy lejos. Con las maletas en el portal, cerré la puerta de mi dormitorio. En su interior permanecían silenciosos mi scalextric, mi patinete, mis cromos… Entorné la del baño. Detrás de ella se quedó el albornoz de mi padre bailando. No fui capaz de cerrar la del comedor. El reloj anunciaba las seis de la mañana, pero faltaban cinco minutos. ¡Qué raro! Si era muy preciso. A lo mejor mi amigo cantor, el muy cuco, quiso despedirse a tiempo.
Pasaron los años. Me hice mayor. Nunca regresé a la casa de mi infancia. Este mediodía tomando el sol en el parque, en mi banco preferido, el pintado de verde, vi a un pequeño con su mochila de colores. Su madre le decía adiós desde el umbral y comencé a recordar aquel sueño que aún me despierta sobresaltado. Voy en busca de algo o de alguien, por un valle rodeado de palmeras y allí en medio de ellas hay una puerta azul que intento abrir. Pero no se deja.

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