Blog Literario de Francisco Martínez Bouzas |
"PARÍS-AUSTERLITZ": EL AMOR COMO SALVACIÓN O VENDAVAL ENVENENADO
Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 153 páginas
Con emoción y casi con temblor me acerco hoy
a esta breve novela póstuma de Rafael Chirbes, fallecido el 15 de agosto de
2015, uno de los grandes narradores en español no solo de nuestros días, sino
de todos los tiempos. Lo reflejan los numerosos premios con los que fue galardonado,
pero mucho más, sus memorables novelas: Mimoun,
La larga marcha, La caída de Madrid, Crematorio y En la orilla, entre otras. Obras, especialmente las últimas, que
reflejan fielmente el presente -la vida privada de las naciones-, sin
escamotear las crisis que nos atenazan. Porque Rafael Chirbes siempre hizo
literatura de lo que veía, como el mismo confesaba pocas semanas antes de su
fallecimiento.
Su legado literario es París-Austerlitz, concluida dos meses antes de su muerte, y, sin
embargo, fruto de un trabajo laborioso: tomado y retomado intermitentemente
durante veinte años hasta tener listo su última donación a los lectores. Una
novela breve, pero muy intensa, vivísima, una escritura alejada de lo
concesivo, sin hurtar un solo ápice de una historia que indaga, como tema de
fondo, en los intersticios de una relación afectiva homosexual, y que se aleja
de lo que fue la constante de sus grandes novelas sobre la crisis,
representadas por Crematorio y En la orilla.
París-Austerlitz, más cercana
por su intimismo y por su misma temática a algunas de sus primeras novelas, a
sus orígenes literarios (Mimoun y La
buena letra, sobre todo), indaga como acertadamente escribe Jorge Herralde
en la presentación editorial, “en las razones del corazón, tan dispares en
ocasiones como irrenunciables (…), enfrentándose con valentía a la constatación
de que, aunque nos pese, el amor no lo vence todo”.
Con una trama que se centra en la relación
homoerótica a finales del pasado siglo -aunque quizás no sea ese el tema de
fondo-, relatada en primera persona por un joven pintor madrileño, la novela da
comienzo por una analepsis no repentina: la escena final en un hospital
parisino donde Michel, un maduro obrero, pareja del joven madrileño, agoniza
debido a una de esas enfermedades oportunistas que acompañaban al sida, nunca
nombrado directamente sino a través de metonimias como “la plaga” o “el mal”. A
partir de ahí, Rafael Chirbes se sumerge en las profundidades, en los motivos
reales del amor, cuando este es trampa
mortal, como posesión y cosificación del otro, y a la vez luz salvadora.
El protagonista narrador, de familia
acomodada, es pintor, y para alejarse de su padre, se desplaza a París. Allí
conoce y se enamora de Michel, un obrero normando que casi le dobla en edad,
robusto y vigoroso, que lo recibe en los momentos de la llegada, cuando más
necesita ayuda, en su mísera vivienda y, sobre todo, en las dependencias de su
corazón. Él será para los clientes del bar en el que se consumía de todo, el
chico bien vestido que acompañaba al obrero borracho, que se follaba al
borracho Michel.
La novela disecciona todas las fases y
etapas de esa relación amorosa y sexual, desde los inicios prometedores en los
que el amor y la pasión lo tiñe todo, a pesar de las desigualdades, no tanto
por razones de edad como por status económico y social, hasta las fracturas y
quiebras, encuentros y desencuentros entre dos clases infinitamente alejadas. Y
bucea, sobre todo, mediante un profundo análisis, en la bipolar naturaleza del
amor como pasión, ardor, gozo, iluminación
que todo lo salva, y en su letalidad, en el sexo descarnado y violento.
Y en su enfriamiento y caducidad. También en el amor como trampa mortal, como
reflexiona el joven narrador que no soporta convertirse en víctima. Celos,
turbación, refugio cálido de unos brazos fuertes, recriminaciones, sobredosis
de culpa, deseos, el paso de amante a amigo, los meses felices, generosidad,
exaltación, mezquindad, madejas de alcohol y sexo, posesión… se van alternando
en la introspección subjetiva del narrador que recrea sus visitas a Michel en
el hospital, enfermo ya terminal de sida.
La novela deriva así mismo en flash-backs,
en recuperaciones del pasado. Y en ellas el texto de Chirbes rebosa de
experiencias compartidas por los dos protagonistas. Especialmente las del
obrero normando, víctima de las violencias de la guerra, con una madre que
duerme con el niño oliendo a sudores de otros hombres, de los cuerpos invasores
alemanes. Es la brutalidad del pasado. Finalmente, imparables grietas causarán
el derrumbe del edificio y harán
esfumarse los sentimientos en el joven pintor español.
Con inmensa acuidad diseñó Rafael Chirbes
esta novela circular, que se inicia y tiene un abrupto y terrible colofón que
nos hiela la sangre en el hospital de Ruan, donde el amante francés agoniza. Un
relato erguido con un aparente desorden temporal, y tejido en un tono
introspectivo, un dechado de maestría y destreza, especialmente cuando nos
transmite los cuentagotas del amor, el ruido de la carcoma sentimental, o pone
delante de nuestros ojos encuentros y desencuentros, o asuntos más triviales
como los lugares donde se aman, emborrachan y enfadan. Sin eufemismos, sin
piedad, Chirbes describe los efectos devastadores de la enfermedad, “cuerpos
condenados sin esperanza de indulto” (“…
porque Michel no estaba en aquel cuerpo que respiraba ayudado de una
mascarilla, y cuyos huesos y cartílagos se marcaban bajo la quebradiza funda de
una piel cubierta de moratones, unos debidos a la acción de las sondas y agujas
con que lo castigaban diariamente y otros frutos del cruel avance de la
enfermedad” página 42). Y una sabía elección del espacio: un París que
es Vicennes, en apariencia un barrio tranquilo,
ocupado por obreros acomodados, pero con no pocas bolsas de miseria. La
sordidez de un París plomizo, repleto de jubilados en situación de quiebra, que
se ven en apuros para pagar la calefacción, y de tipos a quienes las sombras se
tragan sin que nadie los eche en falta. Un marco espacial congruente con los
vaivenes de la trama.
Una calidad de página difícilmente
igualable, una prosa riquísima, rebosante de imágenes tan eficaces como
refulgentes que, ajenas a cualquier compasión, hablan, por si solas del amor,
“un feliz engaño al que uno se somete de buena gana” (páginas 115-116).
Francisco
Martínez Bouzas
Rafael Chirbes (Foto: Ana Jiménez) |
Fragmentos
“Desde
que detecté las manchas hasta que me hice las pruebas, sólo volví a verlo una
tarde, y aquel día procuré que no me tocara. No le ayudé a lavarse ni a
cambiarse la ropa como había hecho en alguna ocasión, y apenas acerqué la
mejilla a la suya para besarlo en el momento de la despedida (nada de flujos,
de salivas ni contactos, pensaba, no puedo abandonarme al mal como él se
abandonó, no puedo dejarme capturar, no soporto convertirme en víctima). Oía la
frase que alguna vez había dicho riéndose cuando atrapaba mi polla con la mano, o cuando la apretaba con fuerza
una vez que la tenía dentro: je t’ai eu, te he capturado. Las palabras pronunciadas entre juegos adquirían
ahora un siniestro aire premonitorio: el amor como trampa mortal.”
…..
“Pero
la carcoma decía algo distinto. Él no aspiraba a más. Se le henchían los labios
de satisfacción cuando me descubría esperándolo bajo las marquesinas de la
parada del autobús, sonreía, me palmeaba la espalda y me apretaba los hombros.
Daba por supuesto que contaba conmigo, que me tenía a su disposición como él lo
estaba a la mía. Tenía trabajo, una habitación en la que vivir, unos cuantos
discos, el aparato de televisión, sus paquetes de tabaco y sus botellas de pastis, y me tenía a mí: el mundo giraba seguro y
preciso en la cueva negra de los espacios siderales. Dentro de ese presente,
sólo podía incubarse en el futuro algún alien benévolo.”
…..
“Je suis à
toi, me dice Michel. Gime como si
estuviera enfermo o drogado cuando empujo para meterme en él, y yo, también
enfermo y drogado, quiero ir aún más allá, hacia un interior imposible. Es
hermoso disponer libremente de un cuerpo. También da vértigo. Le pregunto si me
nota dentro y dice: sí, noto que estás más dentro que nunca. Veo sus ojos que
expresan a la vez deseo y entrega, y yo, allí dentro, satisfago su doble
aspiración. El habitante en su casa, un eficiente empleado, un orgulloso
propietario.”
…..
“Nada
fue igual en el momento de la despedida. En cuanto dije que había llegado la
hora de marcharme si no quería perder el último tren de regreso a París, se
acabaron en seco las bromas. De improviso, en un rapidísimo movimiento, alargó
los brazos, los tendió hacia mí y se me agarró al cuello con una fuerza
inesperada en aquel cuerpo reseco. No me dejes aquí, gemía. Sácame. Apretaba la
cara contra la mía y sus lágrimas me empapaban las mejillas y el cuello. Tengo
que irme, Michel, balbuceé. Lo hablaremos más tranquilos otro día. Atrapado por
los huesos de sus brazos, mojado por sus lágrimas y por sus mocos, se apoderó
de mí una tremenda angustia.
No
me dejes, suplicaba. Me hacía daño, me clavaba las uñas en la espalda. Voy a
perder el último tren, insistí. Y, para liberarme, me vi obligado a separar con
cierta violencia los dedos que me había hundido en los hombros y a tirar con
fuerza de sus brazos hacia arriba.”
(Rafael Chirbes, París-Austerlitz, páginas 28, 83-84, 118-119, 151-152)
No hay comentarios:
Publicar un comentario