Si Julio
Romero de torres se hubiera cruzado con ella, sin duda, hubiera pintado a la
mujer más hermosa.
Sus lindos
ojos azabaches, tras un abanico asomaban temerosos, anhelaban amar y ser amados.
Sus labios
carmesí dejaban entrever una pasión desbordada, el deseo de pecar…
De que sus almas se fundieran.
Mas, una vez
más, aparecía el abanico tras el cual sepultaba sus sueños.
Abanico
protector, traicionero que la alejaba inexorablemente de vivir, de ser y de
amar.
© Javier Clavero
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