jueves, 29 de marzo de 2018

De tertulia con... La Luna




Desde que el hombre llegó a la tierra la fascinación por su único satélite natural le ha llevado a soñar. Su gran tamaño, sus ciclos orbitales, sus fases, hizo que junto al sol en muchas culturas antiguas fuera una deidad, sirviera como calendario, alimentara su imaginación, azuzara fantasmas y avivara el misterio, cuando en los días de luna llena se despiertan todos los miedos.

Cuenta la leyenda que en una noche atávica, la luna quiso bajar a la tierra y quedó enredada entre las ramas de un árbol, donde un lobo se encontraba descansando. Esta empezó a acariciar su hocico y jugaron toda la noche, hasta que ella volvió al firmamento, a su hogar; y el lobo se adentró con pesar en el bosque.

La blanca esfera le siguió con la mirada y para recordarle siempre, le robó su sombra. Por eso el lobo desde entonces le aúlla en las noches de luna llena para pedirle que le devuelva su silueta.

Eso dice la leyenda. Pero hombres poco románticos, poco tiernos, poco noveleros, han dicho que el aullido del lobo, al igual que el de otros cánidos, era utilizado como una forma de comunicación para alertarse unos a otros, para llamar en la época del celo, para marcar territorio, para arropar a sus crías… Y mirando con desdén a quiénes disfrutan con las leyendas dejaron caer que… en las noches despejadas de luna llena, la actividad de aullidos se incrementa por el aumento de luminosidad.

Y vino Anaxágoras para ofrecernos una visión racional de lo que era la luna, y dijo que tanto el sol como la luna eran dos cuerpos gigantes, rocosos y esféricos y que la luz emitida por la luna no era más que el reflejo del sol.

¡Qué soso debió haber sido ese hombre! Es mucho más romántico considerar que ese faro de la noche con sus ciclos de veintiocho días, siendo así de femenina, algo tendría que ver con la fertilidad, pues va creciendo y desarrollándose a medida que van pasando los días.  

Es tan hermosa que se ha dejado rodear por mitos y leyendas y cierra los oídos cuando le dicen que la mayoría son erróneos.

Las abuelas aseguraban que tenía el poder de hacer crecer más el pelo y las uñas, en su fase creciente. Según los expertos el pelo crece una media de un centímetro a centímetro y medio al mes, gracias al folículo piloso y que la luna no tiene nada que ver.

Ni se me ocurre preguntarles por su lado oscuro, el llamado refugio de las almas malignas, de las tres parcas o de las brujas, si no son capaces de ver que entre las montañas que se dibujan en ella podemos ver un sapo, una rana, una liebre, un conejo, un hombre con leña al hombro y a veces hasta el mismo San Jorge con su lanza. 

No quiero que la ciencia me desvele con palabras prosaicas ese espíritu misterioso que la luna nos hace sentir. Culpan a la literatura romántica de la creencia tan apetitosa de que la luna sea de queso. Menos mal que están de acuerdo en que la luna afecta a las mareas. Lo que al parecer han desmentido, de momento, es que la luna llena influya en las emociones, aumentando los nacimientos y ¡horror! la criminalidad.

Lo que sí han confirmado, con algunas dudas, que hay una correlación entre las fases de la luna y los ritmos biológicos del ser humano durante el sueño.

La cultura griega bautizó a la luna con el nombre de Selene y la relacionaron con el sol, su amante eterno, y aunque la mayor parte del tiempo andan separados, no pueden existir, el uno sin el otro.

Pero ellos se han buscado sus triquiñuelas y al menos cada año y medio, en algún lugar de la tierra, ocurre que la luna se mueve por delante del sol y todo se pone oscuro, eclipse solar le llaman, es la estrategia femenina para que nadie pueda ver el momento de mayor intimidad entre los dos amantes.



El sol tan contento nos hace un guiño


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