Cayado o cachava |
Como cada día salí a dar mi
paseo mañanero. A mi edad es una de las recomendaciones médicas. ¡Camine! ¡No
deje de caminar! Me aconsejan.
El bastón me hace ir
despacio por lo que escucho muchas conversaciones que no son de mi incumbencia,
como la de hoy…
-¿Me
ves cara de tonto?
Nadie contestó. Levanté la
cabeza. Una chica joven y un niño de tres o cuatro años, no más, estaban
sentados en un banco con cara de susto. Un joven, muy delgado, les increpaba.
-Llevo
esperándote desde las nueve de la mañana.
Silencio.
-Venga.
A casa. Y sin chistar.
El niño se acurrucó junto a
su madre que permaneció con la vista baja.
-Andando.
Tiró un cigarrillo al suelo
y lo aplastó con el pie.
-Levántate.
No me encabrones.
-¿Puedo
ayudar en algo?
-Largo
de aquí, viejo.
Sin contestar seguí mi
camino. Sabía que la comisaría estaba al doblar de la esquina y allí me
dirigí. Dos policías jóvenes, altos,
fuertes, vestidos de civil se fueron a rondar cerca de ellos.
Aunque me dijeron que
siguiera mi camino me quedé detrás de un árbol, una moto pasó haciendo ruido.
No sé qué habrán escuchado, el caso es que se acercaron y preguntaron al hombre
qué sucedía. Fue la mujer la que
contestó con un hilo de voz.
-No
pasa nada. Todo está bien. Ya nos vamos a casa.
-No,
mami, no. Si regresamos nos volverá a pegar.
© Marieta Alonso Más
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