Estaba desanimada. Llevaba meses
trabajando en la búsqueda de aquello que tanto ansiaba, y seguía sin recoger
fruto alguno. Incluso vestida de aquella manera tan impecable y con el
maquillaje resaltando los mejores rasgos de su rostro no sentía optimismo
alguno. Tomó su carpeta y la apretó contra el pecho. Iría porque debía
hacerlo, no porque lo deseara.
Los mensajes que llegaban a su móvil eran de
buenos deseos, de apoyo incondicional. No pudo evitar esbozar una sonrisa.
Mientras releía los documentos que había llevado consigo y que se aprendería de
memoria si continuaba así, notaba el corazón acelerarse en su pecho. Los nervios
habituales de aquel tipo de citas se le colaban en el estómago. Maldijo y
se obligó a tranquilizarse, no iba a sacar nada de todo aquello. Probablemente
volviera a hacer un viaje en metro para ser rechazada.
Suspiró ruidosamente y acompasó el aire
que entraba por su nariz y salía por su boca al ritmo del tintineo de su pecho.
Calma. Calma. Calma. Cuando finalmente llegó a su destino tenía otro semblante;
pálido pero neutro. Una cosa era sentir que no iba a conseguirlo y otra muy
distinta demostrarlo. Encaró el encuentro con una tranquilidad inusitada,
como si aquella nada tuviera que ver con ella y cuando salió de allí sintió una
paz interior que hacía mucho que no experimentaba.
Intentó olvidar aquella reunión, al
menos de momento, pero su pesimismo parecía resquebrajarse. Había visto algo en
aquel sitio, algo en aquellas personas que era distinto. Trató de no pensar en
ello por todos los medios, pero mientras seguía con su rutina el asunto volvía
una y otra vez y cuando finalmente le dieron la buena noticia, ella supo de
antemano que lo había conseguido.
Porque se había esforzado tanto durante
meses que su recompensa, al fin, había llegado.
© M. J. Pérez
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