martes, 19 de junio de 2018

Liliana Delucchi: Invitación

Sellos rusos emitidos en 1992, conmemorando el primer centenario
del ballet "El Cascanueces".

Mientras espera a su nieta, Edith permanece sentada, contemplando la niebla que cae sobre Madrid. Como cada semana anterior a Navidad, irán al ballet, la cita obligada para ver Cascanueces. Es una tradición que se remonta a la niñez de la señora, quien desde entonces se emociona con la música que Chaikovski compuso para la guerra de los juguetes. Aunque intenta fijarse en la copa de los árboles, desnudos en esta época del año, no puede obviar la presencia de una caja sobre la mesa, donde guarda sus tesoros, sus recuerdos. Alarga una mano para alcanzar el bastón, se pone de pie y se acerca a ella. El sobre está en el mismo sitio desde que lo recibió hace ya muchos años.

Era 1992, en medio de la algarabía de las olimpíadas, el Quinto Centenario y el annus horribilis de la familia Windsor, recibió una carta desde San Petersburgo que la llevó a otro tiempo, a otra ciudad. Dentro, había unos sellos y una escueta nota: «Mira lo que han impreso para conmemorar los cien años de nuestro Cascanueces». No llevaba firma. No hacía falta.

Era muy joven cuando viajó a Nueva York para celebrar las navidades con parte de la familia que vivía allí. Como era tradición, fueron a ver Cascanueces y, gracias a lo relacionado que estaba su primo con el mundo de la danza, tuvieron acceso a los camerinos. Al verlo de cerca por primera vez, con la cara pintada, enfundado aun en su maillot, a Edith le temblaron las piernas y casi no pudo decir palabra cuando extendió la mano para saludarlo.

Los paseos por el parque sucedieron a las salidas a patinar, a las compras y a los villancicos, a besos escondidos entre bambalinas en medio de ensayos de pas de deux y las sonrisas cómplices de los miembros de la orquesta. Los bailes y las veladas los encontraban juntos hasta que tuvo que partir. Siguió su trayectoria a través de los periódicos, supo de su accidente por medio de una carta en la que le contó que ya no bailaba, que había sido contratado como coreógrafo en Rusia. Una y otra vez la invitaba a visitarlo, hasta que con la excusa de una investigación, pudo viajar y continuar con una historia de la que conocía el final.

Un amor por correspondencia salpicado de algún encuentro a escondidas de sus cónyuges, hasta que llegó su primera hija, desde entonces solo les quedó la correspondencia. Y los recuerdos.

La presencia de su nieta la devuelve al salón, a ponerse el abrigo y partir en dirección al teatro. De regreso a casa, con la música sonando todavía en su mente, recuerda que ha leído que esta semana le harán un homenaje en Nueva York. Ve la ciudad nevada, los niños patinando, los Santa Claus por todos los centros comerciales, a una pareja de jóvenes que desafiaban convenciones que estaban más allá de su alcance, y el temor de decepcionarse mutuamente al no ser capaces de vencerlas.

¿Por qué no?, todavía puedo viajar. Cuando está allí, él siempre se aloja en el mismo hotel. Introduce uno de los sellos en un sobre y escribe: «¿Qué harás en Nochebuena?».


© Liliana Delucchi

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