Hoy he ido a comprarme
ropa. Hacía mucho que no lo hacía y la verdad es que estaba deseando hacerme
con un vestido corto. Tras dar mil vueltas en la tienda y decantarme por tres,
he acabado escogiendo uno negro un poco entallado que me quedaba bastante bien.
Salí del probador con una sonrisa en los labios, pero mi mejor amiga me
estaba esperando con un rictus de desaprobación en el rostro.
Siempre hace lo mismo.
Viene conmigo y luego me hace sentir como si cualquier cosa que me pusiese me
sentase fatal. Como si no hubiera nada para mí. Bajé la cabeza, haciendo
esfuerzos por no echarme a llorar y volví al probador para recuperar mis
vaqueros gastados y mi camiseta tres tallas más grande. Nunca le han gustado
esas prendas pero se ve que en comparación con el precioso traje negro son la
última moda. Caminamos un poco, ella un paso por detrás de mí, juzgándome en
silencio.
A veces la
confianza es así. Quien más te conoce se cree con el derecho a juzgarte. Aunque
duela, aunque te haga polvo. Apreté el paso, dispuesta a entrar en otras de mis
tiendas favoritas y esta vez ignoré su gesto de hastío. La falda y la blusa que
finalmente me llevé conmigo eran fantásticas. Me encantaban. Su opinión no me
iba a estropear la compra. Aunque si iba a hacer que resultara indigesto el
helado que compartimos un poco más tarde.
Fue capaz de darme los
peores escenarios en los que quedaría bien ese vestido: la cola del paro,
un funeral, una ruptura... Por un segundo me dieron ganas de darle una
bofetada. Con todas mis fuerzas. Pero me contuve. Como hago siempre. Una y
otra vez. Sin embargo, mi imaginación tiende a ser fértil y volvió a
resultar complicado no hacerla bullir con miles de ideas. Cerré los ojos, hice
algunos ejercicios de respiración y me dije a mí misma que no debía adelantar
acontecimientos. Que las cosas simplemente pasan cuando deben pasar. Que el
mayor enemigo de cualquiera es su propia mente.
Cuando finalmente recuperé
el control levanté los párpados. Ella seguía allí. No es tan fácil hacerla
marchar. Pero al menos parecía un poco más difusa. Nadie dijo que fuera
sencillo acabar con la ansiedad, esa amiga que no nos deja ni a sol ni a
sombra, esa presencia que hay que ir apartando poco a poco de nuestro lado.
Por eso hay que confiar en el tiempo, en nuestra fuerza y, ¿por qué no?, en el
destino. Quizás hoy tengas una amiga que no te abandona. Pero en el futuro ella
misma decidirá marcharse y andarás el camino en soledad. Estoy convencida.
© M. J. Pérez
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